CUBANET... INTERNACIONAL

Agosto 20, 2002



El canciller y los 'orishas'

Ramón Colas / El Nuevo Herald. Agosto 20, 2002.

A Robertico Robaina se le recuerda en Cuba como aquel secretario de la juventud comunista que salió a las calles a poner carteles y pintar las paredes con consignas de fidelidad al comandante. También por la orden que le diera a Felipe Pérez Roque, entonces presidente de los estudiantes universitarios, para poner a saltar a Castro en una plaza concurrida por un público frenético y embriagado de falso patriotismo. ''El que no salte es yanqui'', dijo atinadamente el joven dirigente y el primer hombre de Cuba saltó para ratificar su maldita posición ante el vecino del norte.

Otros cubanos lo recuerdan como el canciller ''hijo de Ogún guerrero''. Quizás, por el hecho de vestirse de negro y pocas veces con corbata, lo que parecía ser una nueva forma de hacer diplomacia por recomendaciones de un babalao de Guanabacoa. Yo mismo, que toqué a su puerta cuando fui golpeado en una plaza de Santa Clara, lo recuerdo como un tipo parco en las palabras, contrario a la imagen que ofrecía en público. Cuentan que siempre asumía esa postura cuando se trataba de asuntos que podían complicarle el lugar que ocupaba en la concha de Castro. A pesar de todo, pocos lo recuerdan con antipatía. Robertico o la Mosca, como también le decían, por estar tan cerca de la parte inferior de la espalda del comandante, tenía carisma y caía bien a una parte significativa del pueblo, y eso es importante en Cuba. Por supuesto, cuando se mantiene la honestidad y se cree que un líder, como lo fue el profesor de matemática, lo que deseaba era algo mejor que socialismo o muerte.

Ahora, el atinado canciller, que para Carlos Alberto Montaner sabía muy bien cantar un bolero y hasta improvisar un son, es separado del único partido de la isla por infidelidad al comandante. Nadie lo creía posible. Sin embargo, ahí está sancionado en el plan de rehabilitación de cuadros comunistas, que significa un mayor sacrificio para demostrar que no está en nada raro. Sin embargo, es necesario responder algunas preguntas. ¿Por qué después de más de tres años sale a luz este caso y con tanta repercusión en todas partes? ¿Será cierto que Roberto Robaina pensó que podía conducir un proceso de transición en Cuba? ¿Es posible que haya madurado tanto como canciller que al recorrer el mundo pudo darse cuenta de que su país está sumergido en una crisis por el sistema que él representaba?

Posiblemente, Castro sacó de las gavetas el expediente del ex canciller para darle una nueva lección a los miembros de la nomenclatura. No hay transición posible y la revolución tiene la continuidad en Raúl, parece ser la mejor lectura. Además del miedo que le inocula a sus allegados, les advierte que todo lo que hacen y hablan lo sabe el comandante, no importa que usen teléfonos celulares o trucos gestuales.

Por otra parte, el caso del ex canciller le recuerda a los nomenclaturistas que el fantasma de Ochoa no debe olvidarse porque puede aparecer, con nuevos bríos, en cualquier momento. Siempre he creído que en las altas esferas del poder hay reformistas silentes, aunque Alcibiades Hidalgo, el desertor del régimen de mayor rango, lo niegue. Robertico pudo ser uno de ellos, pero evaluó mal el terreno al olvidar que el estado policial que él defendía le podía caer encima cuando su agenda descuidara los dictados de Castro. Si llegó a pensar en una transición saldó una deuda con la historia y le hizo justicia a su pecado por haber dirigido una turba violenta contra la vivienda de Gustavo Arcos Bergnes y otros disidentes en La Habana.

Pero no es extraño que llegara a esas conclusiones si es inteligente. Mi duda está en si tenía la capacidad para dirigirla y nosotros para aceptarlo. Los viajes por el mundo del canciller eran frecuentes y su verborrea castrista pudo chocar con las influencias del desarrollo, la prosperidad y los valores de la libertad.

Mientras hay hombres que miran al bosque y sólo ven árboles, posiblemente Robertico vio otras cosas que le motivaron a ser un hombre mejor. Nadie está metido dentro de su conciencia y menos se le puede leer el pensamiento. Aunque públicamente pronunciara un mea culpa, hoy no es el agorero con cintas en la cabeza con aquellas inscripciones surrealistas que expresaba el fanatismo de miles de jóvenes que aplaudían su propia muerte: ''Por Fidel, la vida''. Si el ex canciller cree en los santos les debe estar pidiendo en estas horas a los orishas que todo quede en expulsiones del partido, proyecciones de videos a la militancia y críticas ensordecedoras. Un exabrupto del comandante lo puede enviar al otro mundo. Las declaraciones ante las cámaras de CNN en La Habana le pueden servir mucho para salvar el pellejo, si no es que la purga continúa más allá de él y del científico Limonta. Castro necesita de la vida en crisis porque allí se agiganta su figura. El escenario de la excentricidad y la extravagancia le fascina aunque tenga que cortarle la cabeza a cualquiera. El ex canciller lo sabe y posiblemente confiesa sus supuestos errores para salvar la vida.

Pero que nadie piense que es Robertico un disidente, aunque tenga más vigilancia que Payá Sardiñas y Raúl Rivero. Sin embargo, lo que pudo ser su mérito ante la historia y la disidencia lo manchó por cobarde. Su posición da lástima. El pueblo de Cuba recordará su actitud, y con ella descarta cualquier liderazgo que pudiera ser posible con el ex canciller en una transición que ya se avecina.

Disidente cubano exiliado en Miami, fue fundador de las bibliotecas independientes en la isla.

© El Nuevo Herald

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