Acción
y reacción
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Estaba desesperado. Había
regresado a los mismos lugares del día anterior, sin resultado. Tampoco
quedaba rincón de la casa donde buscar. Llevaba horas en ese trajín.
El dolor de cabeza no cedía. Finalmente me sometí a la realidad.
Tenía extraviada la libreta de abastecimientos de mi núcleo
familiar. Ahora debía prepararme para lo peor: enfrentar los obstáculos
que la burocracia gubernamental me impondría antes de entregarme una
nueva cartilla de racionamiento.
El pan y la leche se controlan diariamente por ese documento. Mi nieto pedía
a gritos su desayuno y, sin la libreta, el personal que labora en esos comercios
no entrega los productos. "Es lo establecido", afirman. Pero el pequeño
Alex no entiende esto y menos con el estómago vacío.
Me dirigí a la Oficina del Registro de Consumidores (OFICODA) de mi
municipio (Centro Habana) para denunciar el extravío de la libreta e
iniciar los trámites pertinentes. Tuve que esperar mi turno de atención.
Este llegó a la hora y media. Me atendieron sin cumplidos. Yo ataqué
de inmediato.
"Vengo a reportar la pérdida de la libreta de abastecimientos de
mi familia".
"¿Cuál es la clave (número) de la bodega (mercado)
donde usted compra?", me preguntó la empleada.
"Eso yo no lo sé. Quien la administra es fulano de tal, sita en
Neptuno y Aramburu, en esta zona".
"¿Cuál es la clave de los demás comercios (panadería,
carnicería, puesto de viandas ...)?"
"Señorita, yo le puedo decir la dirección del comercio y
el nombre de los empleados, pero no conozco ni tengo por qué saber sus
controles internos".
No me dejó terminar la idea.
"Lo siento, compañero, sin estos datos yo no puedo darle el
modelo de tránsito para cumplimentar su solicitud".
"¿Y qué hago yo? ¿Renuncio a la libreta de
abastecimientos y a los alimentos racionados que me tocan por ella?"
Ella se encogió de hombros sin decir una palabra. No pude precisar
por sus gestos si lo hizo para lamentarse de la situación o si era la clásica
respuesta de "ése es su problema". Otra empleada salvó
la situación al proponer que localizara una cartilla vieja donde aparecen
los datos que me pedía su colega.
Antes de marcharme observé que había más de diez
personas detrás de mí y le pregunté a la trabajadora: "¿Señorita,
cuando regrese con la información paso directo a usted sin hacer de nuevo
la cola?". Ella me respondió como si la hubiese ofendido: "No,
compañero, hay que respetar a los demás usuarios. Usted debe
preguntar quién es la última persona y hacer la cola de nuevo".
Regresé a mi hogar. Busqué la dichosa libreta vieja. La
encontré y volví a la OFICODA. En la nueva espera invertí
45 minutos. Eran las doce del día. Me atendió la misma empleada.
Tomó los datos que necesitaba y me entregó un modelo de libreta de
abastecimiento de tránsito, imprescindible -según me explicó-
para que me entregaran el nuevo documento. En ese modelo yo debía
reflejar los nombres y firmas de los administradores de cada uno de los
establecimientos en los que adquiero los alimentos, para certificar que mi núcleo
es cliente de ellos. La carnicería y la pescadería estaban
cerradas. No podía ser de otro modo. La primera recibe productos cada
nueve o diez días, mientras que la otra lo hace mensualmente. Pregunté
entre los vecinos de una y otra la dirección de ambos responsables. De
este modo pude obtener lo que me exigía la OFICODA. Lograrlo me consumió
otra hora y media, pero estaba contento.
Volví a esta última dependencia estatal. La misma empleada me
recibió. Revisó las firmas y me dijo: "Por favor, me da el
sello de timbre por valor de diez pesos".
"¿Qué sello? Usted no me dijo nada antes ni aparece en el
mural como uno de los requisitos para este trámite. Por favor no juegue
con mi tiempo".
Otra discusión estéril. Tuve que abandonar la oficina sin
haber resuelto nada aún.
Más trámites. Otras colas y esperas. Ahora le tocó a
Correos. Compré el sello y salí para la OFICODA. Para mi sorpresa
sus puertas estaban cerradas. Un aviso explicaba el motivo: "Nuevo horario
de verano: de 8.00 am a 3.00 pm corrido". ¡Eran las 3.10 de la tarde!
Había perdido todo el día sin resolver nada. No pude trabajar
ni realizar cualquier otra actividad provechosa. Al día siguiente tendría
que recomenzar las gestiones y perder innecesariamente otras tantas horas.
Esa mañana mi nieto no pudo desayunar. Mi esposa y yo tampoco. Son
cosas que ocurren en este país que disfruta del llamado socialismo caribeño
burocratizado.
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