Discordia
entre cubanos
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - La historia de nuestra nación,
como la de cualquier otra, ha tenido buenos y malos momentos. Nubes y sol se han
alternado para empañar o iluminar nuestro destino, pero nunca habíamos
sido tan desdichados como ahora.
Ningún dolor puede ser tan largo y angustioso como el presente. Ni la
dictadura de Machado, ni aquélla que se inauguró tras el asalto a
la República en la madrugada del 10 de marzo de 1952 tuvieron el macabro
privilegio de dividir al pueblo cubano.
Aún con toda la carga de infortunio que lleva consigo cualquier régimen
de fuerza, bajo las dictaduras de Machado y Batista se mantuvo inconmovible el
secular concepto de la amistad entre los cubanos, tan arraigado e intenso.
Sin embargo, hoy la ponzoña de la fuerza intolerante empujan a un
cubano contra otro, el hombre de abajo se vuelve contra el hombre de abajo,
mientras los de arriba parecen festejar la riña fraticida.
El cliente maldice al bodeguero y al carnicero, en tanto que el pasajero
hace otro tanto con el taxista. Al panadero se le atribuye la mala calidad del
mendrugo de pan diario, que nunca llega a los 80 gramos asignados por el Estado
y además es el verdadero enemigo del estómago y del paladar. La
peluquera y el barbero son cuestionados por privilegiar a sus amigos en la fila
que espera, mientras el chofer de ómnibus, nuestro folklórico "guagüero",
es uno de los blancos preferidos por el malestar popular.
A este clima de discordia no escapa el sacerdote, a quien llegan los justos
lamentos como si acaso fueran los templos, y no las oficinas del Partido
Comunista, el sitio adecuado para la queja y la indignación.
Pero hay sobradas razones para que esto suceda en Cuba, donde salvo la
represión policiaca todo anda muy mal, todo es increíblemente
deficiente y descabellado.
Sin embargo, lo inmensamente doloroso es que en esta disputa generalizada
queda impune el verdadero responsable de todo: el Estado totalitario, cuyo
vientre se alimenta con el germen de nuestras desdichas. Esta terrible realidad
también es un fuerte catalizador del malestar ciudadano.
Paradójicamente, el pueblo sabe de dónde provienen las
desgracias, pero no señala para no levantar la furia de la fiera, y opta
por aplaudir lo que detesta, que es como besar la mano que hiere su mejilla.
Para quien no haya sufrido en carne propia el comunismo resulta muy difícil
reconocer los hilos que entretejen la excepcional realidad de este sistema.
En la clásica dictadura de fuerza que abandera un caudillo, el hombre
puede ser aplastado pero nunca pierde la capacidad de levantarse. Tales
dictaduras prescinden del aplauso y legitiman su poder en la fuerza de los
fusiles.
Pero las tiranías marxistoides, no conformes con aplastar al
individuo, lo postran, lo mantienen de rodillas con el horrible propósito
de convertirlo en cómplice de la maldad estatal. Así legitiman su
poder no sólo en la fuerza de los fusiles.
Por tanto, algunos compatriotas conocedores de su realidad piensan que el daño
moral infligido al pueblo cubano es tan grande que sólo sanará en
el futuro. No me suscribo a tan pesimista parecer. Confío en que la luz
de la libertad y la democracia tienen tal fuerza y son tan consustanciales a la
naturaleza humana como para penetrar los corazones y obrar en ellos el milagro
de la reconciliación con rapidez increíble.
Este personal optimismo se alimenta, sobre todas las cosas, en la bondad de
nuestra madre del cielo, que por ser de la Caridad siempre acompañará
a sus hijos de este pueblo con el mismo amor que un día lo hizo con los
tres humildes pescadores en medio de un mar tempestuoso.
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