José Antonio Evora /
El Nuevo Herald, agosto 14,
2002.
No debe ser muy fácil reunir en un mismo escenario a figuras como
Oscar D'León, Silvia Pinal, Meme Solís, Denise de Kalaff, Albita
Rodríguez, Vicente Garrido y Renée Barrios sin pagarles un
centavo, pero Elena Burke y el Miami-Dade Community College lo lograron con éxito
el pasado viernes 9 de agosto en el Dade County Auditorium.
Y la idea que quedó flotando en el aire fue: ¿acaso no hay en
Miami productores capaces de concebir más a menudo espectáculos
como éste sin que sea necesario un homenaje póstumo, o una
recaudación de fondos para alguna institución pública?
Bajo la dirección de Joaquín Riviera, en una función
con intermedio que comenzó más de 30 minutos después de la
hora anunciada (8:00 pm), pero tuvo un ritmo siempre arriba y muy encomiables
diseños de movimientos escénicos y de luces, la producción
del college seguramente satisfizo --con sólo unos pocos elementos
reprochables-- las expectativas de quienes pagaron sus entradas para engrosar
los fondos de la beca Elena Burke In Memoriam, creada por el MDCC a raíz
del fallecimiento de la cantante cubana.
Lo primero que demostró el espectáculo es la avidez del público
de Miami por tener opciones semejantes con más frecuencia. Fuera del
teatro había personas con carteles como éste: ''Se necesitan seis
entradas''. La sala, con capacidad para 2,500 personas, estuvo a lleno completo,
y todo indica que a última hora fueron muchos los que llamaron para
comprar boletos cuando ya estaban agotados.
El primer elogio lo merece el maestro Rafael Sánchez, quien --excepto
cuatro números-- hizo todos los arreglos de las canciones para una
orquesta de 25 músicos, entre los cuales había al menos tres rusos
y tres estadounidenses (lo cual quiere decir: aquí no vale tocar de oído,
porque de Elena Burke a lo mejor ni siquiera habían escuchado el nombre,
y cuando oyen la palabra feeling no necesariamente piensan en el Pico Blanco y
José Antonio Méndez). Fue el propio Sánchez el que condujo
la orquesta, a cuyos integrantes Denise de Kalaff dio un merecido agradecimiento
cuando le tocó cantar, porque debieron someterse al rigor de unos ensayos
maratónicos e intensivos que sin duda dieron muy buen resultado.
Todo fluyó, e incluso las improvisaciones encajaron bien. Se hizo
evidente que las palabras dedicadas a Elena por la cantante mexicana Angélica
María no estaban en el programa, pero su emotiva reverencia puso una nota
de espontaneidad en la cadena de presentaciones. Las escuetas palabras de
despedida de Bobby Jiménez, y las que antes de cantar dijo Oscar D'León
luego de pedirle permiso al maestro Sánchez, fueron sólo dos de
las que añadieron ''sentimiento'' a un espectáculo hecho en
memoria de alguien que cargaba esa palabra en su sobrenombre artístico.
En ese sentido, sin embargo, la mejor fue Albita Rodríguez. En el número
a dúo con Oscar D'León estuvo de igual a igual, pero cuando echó
mano a la guitarra fue dueña del escenario, en particular cuando cantó
unas décimas expresamente dedicadas a Elena con las que puso otra nota de
sentimiento, pero esta vez contenido --y acaso por eso más visceral y
contagioso-- a la noche.
Entre los presentadores, Evelio Taillacq --quien también recitó
un poema dedicado a la Burke y contó una anécdota que subrayaba el
lado jovial y desenfadado de la cantante-- hizo que ese modo suyo cuasi solemne
de dirigirse al público sonara a muy profesional, pues los demás,
por razones quizás explicables, pero no justificantes --premura para
montar el espectáculo; compartir tiempo de trabajo con ensayos-- hicieron
evidente su escasa familiarización con el generador de caracteres oculto.
Los errores de sonido fueron imperdonables. Las molestias caudadas por el
feedback, que uno cree posible sólo entre aficionados, empañaron
la brillantez del espectáculo y en más de una ocasión
desconcertaron a los intérpretes. Fue triste ver al joven Osmel cuando se
disponía a cantar con su hermana Dulena --ambos hijos de Malena Burke--,
arreglándoselas discretamente para ver dónde colocaba el micrófono
sin provocar el desagradable efecto. De Kalafe se las ingenió con más
soltura al presentársele el mismo fallo, pero en los dos casos fue
inquietante y desastroso.
Eso, y la mala realización gráfica de los cuadros móviles
que reproducían --o intentaban reproducir, para ser más exacto--
rostros de Elena en diferentes momentos de su vida, fueron los puntos más
reprochables. En su evidente afán abarcador, las imágenes en
cuestión terminaron por abarrotar los cuatro cuadros con composiciones
mal diseñadas y peor dibujadas. La ausencia no explicada de Guillermo
Alvarez Guedes también se hizo notar. Se trata de alguien con sobrado
prestigio en Miami que ya había hablado públicamente de su
admiración por Elena y que, además, fue quien primero la grabó
como solista. Entre los que no iban a cantar, él era un puntal del espectáculo.
Los intérpretes, todos, vinieron de veras con ganas de darle un
tributo a Elena. Cada cual, con su peculiar modo de decir las canciones, tendió
un puente entre el recuerdo de la Burke y la mejor manera de seguir sintiéndola
viva, como ella quería. La reunión de Meme Solís, Luis García
y Malena en la reedición del A solas contigo que había
protagonizado la madre de ella junto a Meme y Luis fue particularmente
brillante, quizás porque de eso se trataba: de recordarla viva.
Lo que no puede dejar de mencionarse es la fuerza de que hizo gala Malena
Burke como intérprete durante todas sus salidas; el despliegue de
virtuosismo mezclado con feeling que recorrió cada una de sus
interpretaciones. La voz de Malena podía tocarse, y quien también
sintió que lograba hacerlo seguramente fue sacudido por una rara sensación
de vigor y dulzura. Si su madre fue casi inclemente al juzgarla y parca en
elogiarla, habrá que creer que esas actitudes tienen resultados
edificantes en la formación de un talento. Así que, otra vez,
gracias Elena Burke. |