¿Qué
pasó con los carnavales de La Habana?
Miriam Leiva
LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Los carnavales de 2002 en Ciudad La
Habana se fueron a bolina. Al parecer se impuso nuevamente la práctica de
no proporcionarle esa diversión a los capitalinos y a los visitantes de
la principal ciudad de Cuba, según las conveniencias del momento, políticas,
económicas u otras.
Lo cierto es que no se ha publicado información sobre la causa por la
cual se cancelaron los carnavales. Por las calles corre el rumor de que se debe
a los gastos ocasionados por la reconstrucción de las escuelas. Motivo
loable, si es cierto y si no se derrocharan tantos recursos en las asiduas
movilizaciones de miles de personas a los actos políticos planificados
por el gobierno. Resulta interesante que se la atribuya un motivo sensible a la
población, pues de algún lugar tienen que partir los rumores en un
país donde nada fluye por casualidad.
Los carnavales tienen varios propósitos en La Habana. En primer lugar
debería estar el esparcimiento de los ciudadanos pero, en tanto que
capital de la República, esto parece quedar relegado. En tiempos de
subsidios soviéticos se retomaban cuando tenían lugar super
eventos del tipo del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes de 1979,
para tirar la casa por la ventana y agasajar por todo lo alto a los visitantes
extranjeros. Claro está, el pueblo se beneficiaba en cierta medida y no
se detenía a cuestionar las causas y el derroche. ¿Pan y circo?
Luego llegó la debacle económica, y con ella la imposibilidad
de dedicar recursos a ese costoso acontecimiento que en otras ciudades suele ser
más modesto y con más efectiva participación popular en los
festejos, ya que en simples tarimas se colocan orquestas y la gente baila y bebe
a su ritmo.
Pero los ampulosos desfiles habaneros de carrozas demandan mayores recursos.
Sin embargo, nuevamente hubo un motivo exógeno en los años 90.
Esta vez fue el turismo. Gracias a su resurgimiento, por redescubrirse como
fuente de ingresos para enfrentar la crisis económica, luego de sufrir
unos 30 años de prohibición casi absoluta debido a su "influencia
ideológica perniciosa", los carnavales también se
recuperaron.
Ellos resultan una indudable atracción, aunque quizás el
visitante extranjero disfrute más compartiendo con los cubanos y
aprendiendo sus costumbres, que en actitud pasiva sentado frente a las gradas
colocadas en diversos sitios de Malecón. De ahí que, si se posee
menos financiamiento, bien podría dejarse a un lado los desfiles de
carrozas y la actuación de las grandes comparsas, para mantener las
orquestas y grupos musicales en diversos espacios de esta avenida costera y en
otros lugares de la capital, a fin de no privar al pueblo de esparcimiento.
También podría considerarse facilitar una mayor cantidad de
lugares a pagar en moneda nacional, pues los servicios y productos adecuados y,
por supuesto, los mejores se ofrecen en dólares, moneda inaccesible para
la mayoría de los cubanos.
Al parecer, este año se ha procurado un entretenimiento menos
bullicioso y problemático, sin bebidas alcohólicas ni eventuales
disturbios callejeros: la programación de verano de la televisión
cubana recibe de año en año mayor empeño.
Si bien este tema requiere mención aparte, debe señalarse que
cumple el objetivo de mantener quietamente sentados a los cubanos en las
vacaciones, luego de haber estado sometidos durante todo el año a
tensiones y preocupaciones. Quizás los mayores ingieran sus traguitos,
pero en familia o con los amigos del barrio. Nada de grandes tumultos. De ahí
pueden pasar a las incómodas mesas de dominó en las aceras, donde
permanecen horas, frecuentemente hasta bien entrada la madrugada, incluso acompañados
por los jóvenes que no encuentran mejor actividad que hacer. Las
discusiones se centran en la pelota (el béisbol) u otros temas baladíes.
Esta paz resulta muy conveniente en país como Cuba, donde el dinero y
la comida son escasos, el transporte intermitente y todo se dificulta.
Este caluroso verano podrían incrementarse las tensiones sociales no
sólo debido a estas carencias, sino también por los prolongados
cortes de los servicio de electricidad y agua, achacados oficialmente a roturas
en las plantas pero que la sabiduría popular atribuye a la inexistencia
de petróleo. A pesar de que no se publicó hasta el 11 de agosto,
la gente sabía que no llegaba petróleo de Venezuela desde hacía
varios meses. El problema de la electricidad se evidencia incluso en la
priorizada televisión, cuya programación se interrumpe brevemente
de súbito varias veces al día.
Tampoco debe olvidarse que durante julio se hablaba fuertemente en las
calles sobre una eventual oleada de balseros, que obligó al gobierno a
mostrar una posición prohibitiva firme en ese propio medio de difusión,
lo cual constituye una señal de la presión social subyacente.
Por tanto, no es descartable que la suspensión de los carnavales de
La Habana responda a la percepción del potencial peligro que implica el
descontento popular.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
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