¿Igual
que los argentinos?
Lázaro Raúl González, CPI
HERRADURA, agosto (www.cubanet.org) - Para un miembro de la tribu cubana,
mediocremente informado y abrumado por sus propios males, no puede haber verano
más caliente que el que se abate sobre su país desde mayo hasta
octubre.
En realidad, no es para tanto. Ya que Cuba es una isla larga y estrecha
eternamente barrida por la brisa marina, no influyen sobre ella severos factores
continentales. En las tardes más calurosas el termómetro "apenas"
marca tres o cuatro grados por encima de los 30 centígrados.
Pero las condiciones no naturales que determinan la vida de un cubano pueden
hacer subir su temperatura hasta un punto próximo a la ebullición.
A diferencia de un siboney precolombino que resolvía todas sus
necesidades en el área de un batey -incluidos los alimentos, el baño,
la hamaca y la diversión- un habitante actual de la isla tiene que dar
una ardiente y promiscua batalla por su sobrevivencia diaria.
Y todo deberá hacerlo el criollo contemporáneo perturbado por
circunstancias bien adversas.
Ya no es posible andar en taparrabos, pero también está
prohibido -por su escasez y altos precios- usar ropa moderna ligera. Así,
es muy común ver cómo la gente suda, envuelta en blue jeans,
camisetas oscuras y otros trapos asfixiantes.
La adquisición de una simple sombrilla le cuesta bastante sacrificio
a una señora cubana. A no ser que al Comandante en Jefe se le ocurra
humanizar la asistencia del público a sus actos políticos
decretando una rebaja de precios, comprar una sombrilla puede significar perder
la mitad de un salario mensual.
Similar situación acontece con los ventiladores: siempre están
caros. Los más baratos (unos 20 dólares americanos) suponen el
gasto de dos mensualidades. La posesión de un equipo de aire
acondicionado (fuera de las entidades y los magnates del Estado) es en Cuba tan
baja que ni siquiera merece cómputo.
Los choques entre las asperezas climáticas y las agudezas económicas
son algo más que una coincidencia eventual. Pedro, que llega a su casa al
mediodía chorreando sudor, desea darse un baño. Pero no hay agua
ni el cañería ni en el depósito de la casa. El almuerzo
echa humo. Pedro corre una silla, busca el ventilador, lo coloca sobre el
mueble, enciende el aparato, y... "¡¡¿¿No hay
corriente, Catalina??!!"
- No, Pedro, cortaron el servicio desde las ocho de la mañana.
Quienes pretendan viajar de la ciudad de Pinar del Río hacia el
municipio de San Cristóbal pueden darse un baño turco casi
gratuito sin viajar a Estambul. En el parqueo de la terminal de ómnibus,
y bajo el terrible sol de la una de la tarde, unos 200 pasajeros apretujados caóticamente
deberán permanecer casi media hora sin moverse dentro del horno-guagua.
Unos maldicen, otros resoplan, los niños gimen, todo el mundo suda la
gota gorda. La asfixia parece inminente, hay crisis psicosomática
colectiva. Pero hay que esperar 20 minutos, hasta que sea la hora oficial de
salida. Aunque a cualquiera se le ocurra, nadie se baja. Si pierden este carro,
¿en qué se van? Es verdad que sobra calor, pero transporte no hay.
En Cuba, cualquier cosa ha sido prevista para que el calor sea lo más
bravo posible. En la calle 21, en Herradura, hay un par de edificios con fachada
para el norte. Sus dormitorios dan para el este, pero hacia ese punto, que es el
único del cual corre un halo de brisa, no tienen persianas. ¿Resultado?
Todavía a las doce de la noche usted puede poner un huevo en un sartén
sobre la pared este de ambos edificios: si le agrega un poquito de aceite, habrá
fritura, si no, cocción.
No hay muchas posibilidades de escapar hacia la playa. Los trenes y ómnibus
que conducen hacia ella han sido cancelados. Tampoco es fácil conseguir
una habitación, pues en esta época están copadas por los
dirigentes, los vanguardias revolucionarios y sus parientes. En general, no hay
salida hacia otras latitudes.
¿Qué hacer entonces para huir del calor, o al menos mitigar sus
efectos?
Aparentemente, no hay opción más saludable que la que sugiere
una joven pinareña consultada al respecto.
- Lo mejor es lo que hacen los argentinos.
- ¿...?
- Esperar que llegue el invierno.
No hay dudas. La resignación se ha convertido en un eficaz
esterilizante de la capacidad creativa nacional -argentina digo, por supuesto.
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