CUBANET .INDEPENDIENTE

6 de agosto, 2002


¿Igual que los argentinos?

Lázaro Raúl González, CPI

HERRADURA, agosto (www.cubanet.org) - Para un miembro de la tribu cubana, mediocremente informado y abrumado por sus propios males, no puede haber verano más caliente que el que se abate sobre su país desde mayo hasta octubre.

En realidad, no es para tanto. Ya que Cuba es una isla larga y estrecha eternamente barrida por la brisa marina, no influyen sobre ella severos factores continentales. En las tardes más calurosas el termómetro "apenas" marca tres o cuatro grados por encima de los 30 centígrados.

Pero las condiciones no naturales que determinan la vida de un cubano pueden hacer subir su temperatura hasta un punto próximo a la ebullición. A diferencia de un siboney precolombino que resolvía todas sus necesidades en el área de un batey -incluidos los alimentos, el baño, la hamaca y la diversión- un habitante actual de la isla tiene que dar una ardiente y promiscua batalla por su sobrevivencia diaria.

Y todo deberá hacerlo el criollo contemporáneo perturbado por circunstancias bien adversas.

Ya no es posible andar en taparrabos, pero también está prohibido -por su escasez y altos precios- usar ropa moderna ligera. Así, es muy común ver cómo la gente suda, envuelta en blue jeans, camisetas oscuras y otros trapos asfixiantes.

La adquisición de una simple sombrilla le cuesta bastante sacrificio a una señora cubana. A no ser que al Comandante en Jefe se le ocurra humanizar la asistencia del público a sus actos políticos decretando una rebaja de precios, comprar una sombrilla puede significar perder la mitad de un salario mensual.

Similar situación acontece con los ventiladores: siempre están caros. Los más baratos (unos 20 dólares americanos) suponen el gasto de dos mensualidades. La posesión de un equipo de aire acondicionado (fuera de las entidades y los magnates del Estado) es en Cuba tan baja que ni siquiera merece cómputo.

Los choques entre las asperezas climáticas y las agudezas económicas son algo más que una coincidencia eventual. Pedro, que llega a su casa al mediodía chorreando sudor, desea darse un baño. Pero no hay agua ni el cañería ni en el depósito de la casa. El almuerzo echa humo. Pedro corre una silla, busca el ventilador, lo coloca sobre el mueble, enciende el aparato, y... "¡¡¿¿No hay corriente, Catalina??!!"

- No, Pedro, cortaron el servicio desde las ocho de la mañana.

Quienes pretendan viajar de la ciudad de Pinar del Río hacia el municipio de San Cristóbal pueden darse un baño turco casi gratuito sin viajar a Estambul. En el parqueo de la terminal de ómnibus, y bajo el terrible sol de la una de la tarde, unos 200 pasajeros apretujados caóticamente deberán permanecer casi media hora sin moverse dentro del horno-guagua. Unos maldicen, otros resoplan, los niños gimen, todo el mundo suda la gota gorda. La asfixia parece inminente, hay crisis psicosomática colectiva. Pero hay que esperar 20 minutos, hasta que sea la hora oficial de salida. Aunque a cualquiera se le ocurra, nadie se baja. Si pierden este carro, ¿en qué se van? Es verdad que sobra calor, pero transporte no hay.

En Cuba, cualquier cosa ha sido prevista para que el calor sea lo más bravo posible. En la calle 21, en Herradura, hay un par de edificios con fachada para el norte. Sus dormitorios dan para el este, pero hacia ese punto, que es el único del cual corre un halo de brisa, no tienen persianas. ¿Resultado? Todavía a las doce de la noche usted puede poner un huevo en un sartén sobre la pared este de ambos edificios: si le agrega un poquito de aceite, habrá fritura, si no, cocción.

No hay muchas posibilidades de escapar hacia la playa. Los trenes y ómnibus que conducen hacia ella han sido cancelados. Tampoco es fácil conseguir una habitación, pues en esta época están copadas por los dirigentes, los vanguardias revolucionarios y sus parientes. En general, no hay salida hacia otras latitudes.

¿Qué hacer entonces para huir del calor, o al menos mitigar sus efectos?

Aparentemente, no hay opción más saludable que la que sugiere una joven pinareña consultada al respecto.

- Lo mejor es lo que hacen los argentinos.

- ¿...?

- Esperar que llegue el invierno.

No hay dudas. La resignación se ha convertido en un eficaz esterilizante de la capacidad creativa nacional -argentina digo, por supuesto.


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