CUBANET... INTERNACIONAL

Mayo 31, 2001



La solidaridad posible

Daniel Morcate. Publicado el jueves, 31 de mayo de 2001 en El Nuevo Herald

Cada iniciativa para combatir el castrismo suele desatar la elocuencia de sus cómplices declarados o tácitos. La propuesta Ley de Solidaridad Cubana del 2001 está produciendo precisamente ese efecto. Cubanólogos de salón ya han pronunciado sus veredictos ominosos y la han condenado desde los más diversos ángulos. Me tienen sin cuidado sus asquitos previsibles e interesados. Pero vale la pena responder a los de ciertos adversarios de la dictadura que con honestidad plantean reparos a su viabilidad y conveniencia. Lo que sigue intenta ser una respuesta a esos reparos esbozados de buena fe.

Muchos demócratas tienen el mal hábito de buscarles coherencia ideológica y argumentativa a las dictaduras. Inconscien- temente proyectan su propia congruencia hacia quienes simplemente se valen de subterfugios para justificar sus desmanes. De ese vicio emocional nace la objeción de que la ley de solidaridad cubana, que autorizaría ayuda financiera a demócratas en la isla, le daría al régimen de Castro "argumentos'' para atacar a sus adversarios internos. En realidad, las dictaduras no necesitan argumentos para justificar sus atropellos o, lo que es lo mismo, se los inventan con ar- bitrariedad y cinismo cada vez que les viene en gana. Ese es uno de sus rasgos definitorios. Por eso son dictaduras. La ta- rea del demócrata auténtico (a diferencia, digamos, del mero estratega del poder) es confrontar a la dictadura con sus incongruencias e hipocresía.

Una variante de esa crítica señala la eventual procedencia de la ayuda, el gobierno norteamericano, como el meollo del problema. Se dice que el régimen castrista siempre ha buscado descalificar a sus adversarios acusándoles de ser asalariados de Estados Unidos. Y que la aprobación de la ley de solidaridad le daría el pretexto para acusar a todos los demócratas internos de recibir subvenciones de Washington.

La mayoría de los opositores en la isla nunca ha recibido asistencia norteamericana. Pero no hay nada intrínsecamente reprobable en aceptar ayuda financiera, para sobrevivir y llevar adelante una desigual lucha por la democracia, de Estados Unidos o de cualquier otra nación democrática. Cuando una democracia asiste a las víctimas de una dictadura, la asistencia es genuinamente de pueblo a pueblo. En cambio, regímenes como el cubano no dependen para su subsistencia de la solidaridad de otros pueblos, sino de la que les brindan otras elites autoritarias. Por eso Castro cifra su supervivencia en el apoyo material, político y estratégico que le pueden dar dictaduras, independientemente de su sesgo ideológico. Para sobrevivir, Castro ya ha sido comunista, fascista e ideológicamente difuso, dependiendo del lado por el que están soplando el dinero y las coyunturas políticas y estratégicas. Y estaría dispuesto a ser monárquico o chiíta si fuere necesario. Cualquier cosa menos demócrata, para lo que se halla congénitamente incapacitado. Hoy su problema fundamental con Estados Unidos se ha reducido a que este país, gracias a la influencia de exiliados cubanos, es el único que aún le exige seriamente democracia para Cuba.

Se advierte también que la ayuda propuesta se ha proclamado a los cuatro vientos, lo que supuestamente imposibilitará su distribución y encima dará al régimen castrista una excusa para reprimir ferozmente a sus adversarios. En realidad, el régimen siempre ha reprimido ferozmente a quienes se le han opuesto. En ningún momento de su larga vida ha dejado de torturar y asesinar a opositores, provocar éxodos en masa y llenar cárceles, aunque de un tiempo para acá las llene con presos que impúdicamente tilda de "comunes'' pese a haber infringido leyes totalitarias, como las que prohíben el "vagabundeo'', el "diversionismo ideológico'' y las salidas del país sin permiso estatal.

El público anuncio de la ley de solidaridad cubana obedece al creciente equilibrio de poder entre la presidencia y el Congreso de Estados Unidos, equilibrio que exige menos acciones encubiertas y más discusiones públicas de los asuntos de estado. Pero en vez de ser un problema, esto ofrece la oportunidad de debatir ampliamente los méritos y deméritos de la propuesta. No cabe duda de que canalizar la ayuda a quienes la soliciten será un gran reto, habida cuenta del enorme aparato represivo que sostiene al castrismo. El régimen probablemente confiscará parte de esa ayuda. Pero es improbable que logre confiscarla toda si se distribuye con inteligencia y discreción. En un alarde retórico, Elizardo Sánchez sostuvo que "no se lleva la libertad a ningún pueblo con dinero''. Si tan ambigua afirmación quiere decir que el dinero no basta para conquistar la libertad, la verdad es de Perogrullo. Pero si quiere decir que no hace falta dinero para luchar por la libertad, la falacia salta a la vista. La ha refutado la historia con cada capítulo de lucha por la libertad: ésta siempre ha requerido al menos un presupuesto mínimo que con frecuencia ha provenido de naciones solidarias. En Cuba, en particular, las gestas libertarias invariablemente han contado con solidaridad financiera de países amigos.

Lo único que haría inexcusable la ayuda material de Estados Unidos sería que incluyese condiciones políticas o morales que un cubano genuinamente demócrata no puede aceptar. En su versión original, la ayuda propuesta no contiene semejantes condiciones onerosas. Un objetivo del actual debate debería ser evitar que se le impongan.

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