La Tercera. Chile,
domingo 6 de mayo de 2001
El novelista responde las acusaciones de Fernando
Flores Ibarra, "Charco de Sangre"
En el siguiente artículo, el escritor Roberto
Ampuero, autor del libro Nuestros años verde olivo, responde a las duras
críticas que vertió en su contra su ex suegro Fernando Flores
Ibarra, uno de los cercanos a Fidel Castro y quien se desempeñó
como fiscal cubano en los primeros años de la revolución, período
en el que mandó a ejecutar a cientos de opositores. Las acusaciones las
vertió en la primera entrevista dada a un medio escrito, la cual fue
publicada el jueves 3 en La Tercera. En ella, Flores Ibarra, "Charco de
Sangre", expresó que Ampuero era un oportunista que se aprovechó
de su familia y de las oportunidades que le dio la revolución.
Entre 1961 y 1964, Fernado Flores Ibarra se desempeñó como
fiscal de la Revolución Cubana, años en que envió a más
de cien "contrarrevolucionarios" al paredón. Después,
inició una destacada carrera como embajador de Fidel Castro en Francia,
Yugoslavia, Suecia, Polonia y Ecuador. Durante muchos años, guardó
celosamente su vida privada hasta la aparición de la novela "Nuestros
Años Verde Olivo", escrita por su ex yerno chileno Roberto Ampuero.
En el libro, es retratado como el embajador Ulises Cienfuegos, que llega a
apuntar con una pistola a la cabeza de su yerno para obligarlo a desaparecer de
la vida de su hija. Durante la semana pasada, Flores se contactó con La
Tercera para dar su versión de los hechos narrados en la serie especial "La
historia inédita de los años verde olivo", entrevista que fue
publicada el jueves 3, y en la cual emite duros comentarios en contra de su ex
yerno: "El personaje está basado en mi persona. Y mi comentario
sobre eso es que Roberto Ampuero es un miserable. Es la primera vez que hablo en
público sobre él, pues por asuntos muy personales no había
querido nunca salirle al paso".
"Ampuero sería hoy un don nadie si no hubiese tenido la suerte
de vivir en Cuba. Gracias a la Revolución cubana y a sus suegros tuvo
casa, comida y ropa limpia. Con el sustento resuelto, se dedicó a sacar
provecho de la nueva beca obtenida. Y una vez concluida la meta de ser
profesional, con el título de licenciado bien seguro bajo el brazo, salió
de Cuba, dejando atrás dos hijos, uno de ellos de su matrimonio
fracasado, de quienes poco o nada se ocuparía en lo adelante".
"Su salida de La Habana no fue en nada traumática, riesgosa o
plagada de amenazas. Salió como todo viajero común y corriente,
con su pasaporte y su equipaje, rumbo a Alemania -la otra, la Federal. Allí,
en contra de lo que su libro relata, se mantuvo en amistoso contacto con la
Embajada de Cuba. Por supuesto, no podía ser de otro modo, aún le
era útil conservar un aura progresista; pues no hay que olvidar que en
esos años -principios de los ochenta- el socialismo europeo no daba señales
del descalabro que ocurriría un lustro más tarde y para un
redomado oportunista es imprescindible estar bien con Dios y con el Diablo".
"Esas muertes no me han quitado el sueño. Jamás he dejado
de dormir un minuto, ni siquiera en la siesta. ¿Sabe por qué? La
mortalidad infantil en mi país es de sólo siete por cada mil
habitantes. Es decir, con la revolución le hemos salvado la vida a
cientos de miles de niños".
"Cuando América Latina, siguiendo órdenes de los yanquis,
rompió relaciones con Cuba, a excepción de México, nos
sentimos con las manos libres para tomar cualquier actitud frente a los países
que nos habían despreciado". "Lo que sí sé es que
ayudamos y que dimos instrucción militar y que eso no se lo hemos negado
a nadie".
"La revolución cubana no va a finalizar con Fidel, porque está
afincada en vínculos muy sólidos. Sea cual sea la situación,
sería tan grande la resistencia que costaría demasiados muertos al
enemigo. Y nuestro enemigo no arriesga muertos".
Un verdugo duerme la siesta en el Barrio Alto
Roberto Ampuero
Hace pocos días Fidel Castro afirmó por la televisión
cubana que los países que condenaron a su régimen ante la Comisión
de Derechos Humanos de Naciones Unidas -entre los cuales se encontraban las
principales democracias europeas, así como Costa Rica y Argentina-
merecen irse por "el inodoro". El pasado jueves, imitando el tono soez
y descalificador de su líder, el ex fiscal de la revolución
cubana, Fernando Flores Ibarra, empleó en páginas de este diario
el mismo estilo innoble para referirse a mi persona.
Por respeto a mi familia, a la opinión pública y a mí
mismo no voy a ingresar al terreno de las descalificaciones personales con un
hombre acostumbrado a ellas y que cuenta con el triste prontuario, del cual se
vanagloria, de haber enviado al paredón a cientos de personas. Todo tiene
un límite en la vida y, como aprendemos desde la infancia, hay seres con
quienes sencillamente no se discute. Hacerlo es colocarlos a nuestra altura,
concederles un favor. Por ello me remitiré sólo a lo sustancial.
El estilo empleado por Flores Ibarra retrata de cuerpo entero al régimen
castrista: ante la ausencia de argumentos, recurre a la difamación y la
ruindad moral para intentar descalificar a quienes piensan diferente. Los
opositores son "enemigos en una guerra", el exilio cubano es "la
escoria", los activistas por los derechos humanos en la isla son "lacayos
del imperialismo", y quienes -como yo- exigen democracia son unos "miserables".
Ningún crítico al régimen de Castro es una figura
respetable. Tras 42 años de dictadura, el castrismo no es capaz de
mencionar a ni un sólo opositor que considere honorable y merezca el
derecho de organizar un partido opositor en la isla.
El fiscal, que no desmiente haber ejecutado al menos a un centenar de
personas, sale dos años después de la publicación de mi
novela "Nuestros años verde olivo" a la palestra pública
alegando que él es el personaje Ulises Cienfuegos, y que eso lo
perjudica. En verdad eleva su voz en mi contra pues le irrita mi acción pública
en favor de la democracia para Cuba y el hecho de que mi novela circule
clandestinamente en Cuba. Pero, en rigor, no es cierto que Flores Ibarra sea el
personaje de la novela. No lo es, porque no me interesaba describir a una
persona real -con la cual, además, dejé hace 25 años de
tener un vínculo familiar-, sino crear estéticamente un
protagonista revolucionario, un ente de ficción, como fenómeno
social.
El fiscal no es Cienfuegos. Este luchó en el Ejército Rebelde,
mientras que Flores Ibarra se sumó después del triunfo
revolucionario al castrismo; Cienfuegos es embajador en la Unión Soviética;
Flores Ibarra jamás lo fue; Cienfuegos está casado con una
intelectual cubana, Cienfuegos con una empresaria chilena; Cienfuegos tiene
cargo de conciencia a ratos por las muertes que ha ordenado, Flores Ibarra, como
lo reiteró en la entrevista, no pierde el tiempo en contar el número
de sus víctimas; Cienfuegos muere durante un viaje a Madrid en los años
noventa y, por lo que veo, Flores Ibarra está vivito y coleando, pero no
en el socialismo cubano, que tanto elogia y admira, y que no deja salir a
millones de sus compatriotas, sino en el modelo capitalista y neoliberal de
Chile. En lo que sí coinciden Cienfuegos y Flores Ibarra es en que ambos
han ejecutado a personas y llevan un mote indeleble en la historia cubana: "Charco
de sangre".
Es sorprendente que Flores Ibarra, que afirma "no haber perdido un
minuto de siesta" pensando en sus víctimas y el dolor de sus
familiares, quiera hacernos creer que su prestigio -¡si alguien así
puede tenerlo!- se ve afectado por una novela, que no lo menciona, y un
personaje de ficción que no es él. No son "Nuestros años
verde olivo" y Ulises Cienfuegos quienes constituyen el problema de Flores
Ibarra -ojalá el suyo fuese un problema literario-, sino sus centenares
de muertos y condenados a cadena perpetua, la mayoría de los cuales
tuvieron procesos que no duraron 48 horas. Y Flores Ibarra, de quien hablo públicamente
por primera vez y sólo porque él está embarcado en una
vasta campaña de descrédito en mi contra, no es un tema para mí,
sino más bien para la futura justicia en una Cuba democrática.
Yo viví, estudié y trabajé en Cuba, y esa experiencia,
reflejada en "Nuestros años verde olivo", me hizo renunciar a
mi militancia comunista. No soy yo el que ofende a Cuba con la descripción
de su régimen, sino éste con sus 42 años de existencia.
Precisamente porque conocí la isla y a su magnífica gente es que
me siento comprometido con la lucha de los cubanos del exilio y la isla por la
democracia. La acusación de "malagradecido" es un manido
recurso castrista, que Flores Ibarra utiliza para intentar desprestigiarme.
Encierra un concepto canino del ser humano: te doy comida, trabajo y
adiestramiento, pero te quedas en mi patio y me eres fiel de por vida, o de lo
contrario te declaro traidor a la patria. Eso es tan absurdo como acusar de
traidores a la patria a Gladys Marín, Volodia Teitelboim o Camilo
Escalona por aspirar a transformar el orden imperante en Chile después de
haber estudiado, comido, trabajado y consultado a un médico en una posta
de Santiago. La entrevista del fiscal es una lección para quienes aún
sientan simpatías por el régimen de La Habana, pues revela la
mentalidad totalitaria que guía a sus líderes y el desprecio
absoluto que sienten por la vida de quienes piensan diferente. Muestra, además,
que pese a vivir desde hace años en Chile, Flores Ibarra no ha aprendido
nada de la percepción extremadamente crítica que tiene aquí
la opinión pública de los violadores de derechos humanos. Por
suerte cuento con pasaporte chileno y no vivo en Cuba, de lo contrario, gracias
a "Nuestros años verde olivo" y Cayetano Brule, hubiese
incrementado el número de ejecutados que no le quitan el sueño al
fiscal.
Esa entrevista debe enseñarse como texto cumbre del pensamiento
totalitario contemporáneo. A quienes pretenden el cambio en la isla -que
son millones, de lo contrario habría elecciones libres- el fiscal no les
ofrece la posibilidad de organizarse políticamente para competir por las
preferencias de los cubanos, sino que les amenaza con balas, corvos y muertos.
El régimen está supuestamente en guerra desde hace 42 años
y los disidentes son el enemigo. Por favor: la trayectoria de Flores Ibarra es
de una perversidad asombrosa: la inició con la ejecución de
cientos de personas para imponer el socialismo estatista, la continuó en
la diplomacia defendiendo al régimen con el que se identifica, y
desemboca finalmente en el barrio alto de Santiago de Chile, en el capitalismo
que combate. Aquí goza hoy de las oportunidades que le ofrece la economía
chilena, de la libertad de entrar y salir de Cuba -como no puede hacerlo el
resto de los cubanos- y se permite el lujo de difamar a un novelista y
periodista chileno, que exige algo elemental: elecciones libres para los
cubanos.
Tal vez coincidimos al menos en dos cosas con Flores Ibarra: La primera, en
que ambos financiamos parte de nuestra existencia con recursos que surgen de la
economía chilena. Y la segunda, en que ambos sabemos que es preferible
vivir en el capitalismo a hacerlo en el socialismo que se construyó con
la ayuda de las ejecuciones de quien tiene un apodo escalofriante e imborrable
en la memoria de todos los cubanos. |