Rafael E. Tarrago. Publicado el lunes, 26 de febrero de
2001 en El Nuevo Herald
El historiador Carlos Márquez Sterling dice en un artículo
biográfico sobre el autonomista cubano Rafael Montoro (Bohemia, 6 de
agosto de l950): "El gran visionario de Dos Ríos... levantó
en el puño triunfante... la libertad y la democracia en las que soñaron
los autonomistas a la sombra de España''. Sin embargo, la documentación
histórica indica que la guerra que José Martí inició
en 1895 provocó en 1898 la intervención en Cuba de Estados Unidos
que convirtió a este país en un imperio y a la isla en su
protectorado, y que cuando España cedió su soberanía en
Cuba ya había establecido en la isla un gobierno constitucional, el
sufragio universal masculino y la libertad de prensa y asociación.
La historia puede servir de escuela si miramos los hechos históricos
sin apasionamientos ideológicos. De la historia universal aprendemos que
nunca llegó a ser verdaderamente independiente una nación
avergonzada de sus orígenes y convencida de la superioridad de un vecino
poderoso. Es posible aprender de la historia de los cubanos en 1898 que más
vale lo seguro que lo dudoso y que es posible que mejor sea un mal conocido que
uno bueno por conocer. Lo que ha fracasado en Cuba no es el nacionalismo, sino
el utopismo personalista. Desde que nos separamos de España vivimos
avergonzados de nuestros abuelos españoles (ya lo estábamos de los
africanos) y convencidos de que el orden y la prosperidad que admiramos en
Estados Unidos se deben a la superioridad de la raza anglosajona. La república
de Cuba de 1902 a 1959 no fue una nación-estado independiente, sino un
protectorado de Estados Unidos donde pocos pensaron hacer algo sin la aprobación
de los americanos. Los nacionalistas en esa república frustrada fueron en
su mayor parte intelectuales que se confesaban impotentes. En 1959 los cubanos
nos dejamos guiar incondicionalmente por un utópico carismático
que entonces nos presentó como nacionalismo la promesa de que íbamos
a serlo todo --la Cuba que soñó Martí--, quien finalmente
ha llegado a identificar el nacionalismo con su autocracia y ha estado más
interesado en entorpecer la política internacional de Estados Unidos que
en hacer de Cuba una nación de ciudadanos libres con una economía
próspera e independiente.
Hubo otros proyectos nacionalistas en Cuba de los cuales podemos sacar
lecciones ahora que el utopismo personalista ha mostrado ser un callejón
sin salida. En el nacionalismo pragmático y realista de autonomistas como
Eliseo Giberga y don Rafael Montoro encontramos ideas y soluciones que podrían
ser valiosas para una Cuba independiente sin apóstoles ni comandantes
omniscientes. Más importante aún, las acciones de esos cubanos que
en 1898 rechazaron la intervención de Estados Unidos y aceptaron la
autonomía de España como un primer paso en el camino a la
independencia fueron justificadas por los hechos de ese año, que
mostraron que un pueblo que desea ser libre no debe esperar que otro le conceda
la libertad excepto aquél de quien depende, y que más vale pedirla
por la razón que arrancarla por la fuerza al costo de la autoinmolación,
porque es la paz y no la guerra lo necesario para la formación de un
estado de derecho moderno. Los logros en ese respecto de los autonomistas
cubanos en 1898 durante su breve triunfo (frustrado por una invasión
extranjera) me hacen creer que la doctrina nacionalista realista de éstos
pudo ser lo más apropiado para que Cuba hubiera obtenido tal desarrollo.
Hoy en día Cuba es independiente según las leyes
internacionales, pero su economía es de enclave; su sociedad, esclavista
y su nivel político autocrático es similar al de Moscovia en los
tiempos de Juan Grozni, a fines del siglo XVI. En términos comparativos,
en la Cuba autonómica de 1898 había más vida económica
(a pesar de la guerra) e importantes cambios de apertura social estaban
desarrollándose (cual la implementación del sufragio universal
masculino en las elecciones para el gobierno autonómico ese año,
que le permitió votar a los ex esclavos africanos y a todos los
afrocubanos mayores de edad). Sin embargo hay signos esperanzadores en Cuba hoy,
como en 1898. El desarrollo de cooperativas de campesinos propietarios y la
proliferación de asociaciones no gubernamentales da a entender que hay en
Cuba una sociedad civil pequeña en número, pero independiente del
gobierno.
Es posible que después de la muerte del autócrata de Cuba sus
sucesores pacten con la sociedad civil y que entonces, escarmentados de los
frutos del utopismo personalista, los cubanos actúen sensatamente, como
los autonomistas del siglo XIX, y desarrollen una sociedad pluralista adversa a
los extremos individualistas y colectivistas, y favorable a una economía
autónoma. El futuro de Cuba radica en los cubanos de la isla, quienes
entonces tendrán que elegir entre hacerse responsables de sus acciones
(es decir, ser soberanos de sí mismos) y la tentación de atar los
destinos de su patria al vecino rico más cercano.
Profesor de la Universidad de Minnesota.
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