Emilio Ichikawa. Publicado el viernes, 23 de febrero de
2001 en El Nuevo Herald
Quizás sea una injusticia literaria, pero es también una
reparación moral: mientras el número de admiradores de Reinaldo
Arenas crece, disminuye el de lectores de Alejo Carpentier. Lo confirman
estudios bibliométricos realizados en la isla.
Dígase lo que se diga, el destino de una obra literaria no es ajeno
al aburrimiento o la fascinación que provoca la vida del autor. No es lo
mismo haber sido un funcionario diligente de un régimen autoritario que
un enérgico fugitivo enamorado de la vida. Dios impone un impuesto a la
banalidad. Carpentier, es verdad, tenía un exquisito sentido del humor,
pero la propaganda castrista acabó por convertirlo en el clásico
``pesao''.
La película Before night falls, de Julian Schnabel, sobre la vida de
Reinaldo Arenas, fue estrenada en Washington a salas llenas y gente esperando en
las aceras. Es memorable la escena en que el actor Javier Bardem repite los
tres atributos que, según el mismo Arenas, bastaban para sacarlo del
mundo:
homosexual,
sin religión,
y anticastrista.
Es decir, que funciona como excluyente precisamente aquello que con más
fuerza lo ata a la sicología del pueblo al que pertenece. De ahí
la magnitud de la tragedia.
En la isla el gusto de unos hombres por otros hombres es la contraparte
compensatoria de la machería explícita. La marcada inclinación
homosexual de los varones cubanos puede verse reflejada en nuestra historia
literaria; también, en la complicidad que la gente común muestra
hacia la clásica ``pájara'' del barrio.
No hace mucho lo corroboraba un estudio de la Facultad de Sicología
que, por cierto, incomodó mucho a los ideólogos oficiales. Pero
también lo cuentan los cantineros de La Habana. La potencial
homosexualidad de un coronel ante una barra de un bar del Cerro a las tres de la
tarde es directamente proporcional al tamaño del anillo de compromiso
que usa. Y si lleva pistola, ya puede sentírsele el olor a pomarrosa. Al
seguro. Es curioso que en un régimen policial donde sólo están
permitidos los políticos comunistas, se identifique al homosexual
precisamente como ``el partido''. Una intuición genial.
En cada pueblo cubano hay un parque y una iglesia. En los barrios y los
repartos se reverencian por igual los santos. Pero existen diferencias notables
entre la idolatría y la devoción. Yo no me atrevería a
decir, definitivamente, que el cubano es un pueblo profundamente religioso. Dice
el refrán que nos acordamos de Santa Bárbara sólo cuando
truena. Y si la evocamos siempre, es porque en la isla está tronando
desde que llegó Colón, precisamente en octubre, mes ciclónico
por excelencia.
Y desde 1959 hasta la fecha, más que truenos lo que está
cayendo son rayos y centellas. Por demás, Arenas comparte con el vecino
la firme postura anticastrista que se escucha en los rincones privados. Jamás
nadie me llamó nunca aparte y me dijo, bajito, al oído: ``Oye,
como yo quiero a esta revolución''. Los espacios confesionales en Cuba se
usan, aun a los más altos niveles, para disentir del régimen.
Era en la isla donde Reinaldo Arenas tenía su público natural.
El lo sabía. El militar que desea al estudiante y el poeta que teme la
guerra; el pícaro y el cura inflexible; la vieja chismosa y el
inconforme: todos fueron absueltos por su imaginación artística. Y
tuvo el valor, como los grandes poetas homéricos, de identificar el mal.
Lo que seduce en Arenas es su autenticidad. Esa manera de presentar sin
recato lo que nuestra sicología opta por reprimir. El invierte el camino
y disimula con ternura aquello que igual pudo exhibir con satisfacción:
el goce de lo femenino, una intensa pasión por Dios y una visión
compasiva de los sufrimientos de cuatro décadas de desconcierto
revolucionario.
Reinaldo Arenas cumplió con las dos ``cargas'' que, según
Albert Camus en el Discurso de Suecia, dan grandeza al oficio de escritor: la
repulsa a mentir sobre lo que sabemos y la resistencia a la opresión.
Before
Night Falls (film's official site) |