Pedro A Freyre. Publicado el jueves, 22 de febrero de 2001
en El Nuevo Herald
Hay un dicho muy sabio que nos recuerda que el diablo nunca puede entrar
donde no se le ha invitado. Todos los que compartimos la identidad cubana, los
de aquí y los de allá, haríamos bien en aplicar ese
principio a nuestra obsesión colectiva con la figura de Fidel Castro. No
cabe duda de que este personaje ha ocupado un sitio desproporcionado a su
verdadera importancia en la conciencia nacional.
Empecemos con la mitología de Fidel Castro. Primero: Fidel Castro
controla absolutamente todo lo que pasa en Cuba. Castro tiene un poder no sujeto
a límites constitucionales. Sin embargo, las sociedades humanas no son
susceptibles al control de un solo individuo, no importa cuán despótico.
Fruto de la política de dolarización ha sido el creciente fenómeno
del poder económico de los llamados gusanos. Es una ironía
suprema; aquéllos que tienen familia en el exterior tienen por lo general
más acceso a dólares que los revolucionarios cuadrados.
Esto ha creado una contradicción en el sistema político. Hasta
los cuadros más leales al partido se están corrompiendo día
a día con el veneno de la prosperidad capitalista. Imprevisto también
e incapaz de ser completamente reprimido es el renacimiento religioso cubano. Aún
vulnerable y sujeta a presiones, la Iglesia Católica crece y se fortalece
día a día, y al hacerlo, crea un espacio espiritual y ético
en el pueblo de Cuba que no está ocupado por el Partido Comunista Cubano.
Segundo mito, Fidel Castro es inmortal. La verdad biológica es
aplastante; es un pobre diablo igual que todos nosotros y un día más
bien cercano que lejano le llegará la hora de enfrentar el más allá.
Más preocupante que nuestra negativa a su desaparición física
es un cierto fatalismo que compartimos los de aquí y los de allá,
de que el yugo que le ha fijado al cuerpo simbólico de la nación
cubana sobrevivirá eternamente. Vemos evidencia de esto aquí en
Miami. Por ejemplo, la controversia sobre los juegos panamericanos que tendrán
lugar en el 2005. Nuestra obsesión con la supuesta inmortalidad política
de Castro llevó a algunos a oponerse a la presencia de ese evento en
Miami porque asumieron que las cosas seguirían igual. Cada vez que
hacemos eso caemos en una trampa. Francisco Franco, dictador de derecha y político
astuto de calibre mundial, preparó su imortalidad política hasta
el punto de educar a un rey que iba a ser guardián de su visión
cuando él faltara. Cuál no sería la sorpresa de ese déspota
si viera la España moderna, democrática, tolerante, llena de energía
política y parte de Europa. Hoy, a los 25 años de su muerte,
Francisco Franco y su filosofía política no juegan papeles de
relevancia en el quehacer nacional de España. Y ese rey, criado y mimado
por Franco, dio la cara por la democracia cuando tuvo que darla, desempeña
su papel constitucional con simpatía y habilidad política. En Cuba
existe también un Juan Carlos de Borbón, pero aún no
sabemos su nombre.
Tercer mito: Fidel Castro es dueño de Cuba. Por decreto dictó
que él es Cuba y Cuba es él, que los que no creen en él,
aquí y allá, no somos cubanos, no somos personas, no somos nada.
Tal vez el logro más sagaz de la creación de ese mito ha sido el
lograr separar a tantos de nosotros del país donde nacimos y de su
pueblo. Nos tiene convencidos de que cada dólar que entra en ella acaba
en su bolsillo y cada visita que se hace es una adulación personal. Aquí,
de nuevo, la realidad es diferente. El día que los de aquí nos
demos cuenta de que nuestra mera presencia es un irritante para Castro, que cada
cubano de Miami que visita a sus parientes es foco de infección democrática,
que nuestro rechazo de la exclusión espiritual que nos ha venido
imponiendo vale mucho más que los dos dólares que le van a quedar
en el bolsillo una vez que pague las Coca-Colas, ese día comenzaremos a
recobrar nuestra patria.
Y ese regreso va a ser muy ético y muy consecuente porque será
pacífico. Hubo un momento histórico para la rebelión armada
y los valientes, de aquí y de allá, tomaron un paso al frente y
muchos pagaron con la vida. Ya no se necesita la lucha armada porque las grandes
guerras contra las ideologías totalitarias se ganaron, y se ganaron en
gran medida gracias a la integridad moral de los EU y el coraje y sabiduría
de Juan Pablo II. Sólo queda el exorcismo final, sólo queda la
batalla interna adentro de cada cubano. Sólo queda el entender y aceptar
que Fidel Castroes un hombre, mortal como todos, manipulador, astuto, egocéntrico
y cruel; pero nada más. Y entonces nos despertaremos de su embrujo, y
juntos, los de aquí y los de allá, le daremos la espalda y, como
una pesadilla que se desvanece al amanecer, simplemente dejará de
existir.
Abogado cubanoamericano, es activista comunitario y reside en Miami. |