Alejandro Gomez Alegret. Publicado el miércoles, 21
de febrero de 2001 en El Nuevo Herald
Cuando en 1948 Albert Camus publicó su obra de teatro Estado de
sitio, un fortísimo alegato contra el totalitarismo, recibió una
dura réplica del filosofo Gabriel Marcel. Este le reprochaba haber
situado su obra en la España de Franco y no en los países
dominados por el estalinismo.
Luego de dejar clara su opinión sobre ambos --"no excusaré
esa peste repugnante del oeste de Europa porque ejerza su influencia en el este
sobre mayores extensiones''--, Camus marca un argumento que hasta hoy es el tema
central sobre derechos humanos. "Me parece que hay otra ambición que
debería ser la de todos los escritores, dar testimonio y gritar cada vez
que sea posible por lo que están sujetos a servidumbre. Es esa ambición
la que usted ha puesto en entredicho en su artículo, y yo no dejaré
de negarle el derecho para ello en tanto que el asesinato de un hombre no
parezca indignarle más que en la medida que este hombre comparta sus
ideas''.
Durante años, en América Latina la preocupación por los
derechos humanos se ha contaminado de ideologías. Así, quienes se
preocupaban por chilenos, argentinos o uruguayos mantenían un ominoso
silencio sobre Cuba. A la inversa, muchos de los que, legitimamente, se
preocupan por Cuba olvidaban a los sometidos del Cono Sur.
Cuando Fidel Castro entró en la política argentina como un
elefante en una locería, afirmando que Argentina "lame la bota
yanqui'', desató un debate del que todavía están ausentes
los derechos humanos.
El gobernante cubano provocó una discusión dentro de la
Alianza gobernante que está centrada en la alineación o no con
Estados Unidos. Todavía no se ha escuchado a nadie plantear la cuestión
central: ¿se violan o no se violan los derechos humanos en Cuba?
La situación de los derechos humanos es Cuba es tan probada y
conocida que justifica por sí sola el voto en contra emitido por
Argentina el año pasado, que probablemente se repetirá en abril de
este año.
Dentro de la Alianza, en sectores radicales y del FREPASO, el rechazo a esto
proviene de la supuesta alineación con Estados Unidos, a cambio del apoyo
financiero de Washington en un momento díficil para la economía
argentina.
El embajador cubano en Buenos Aires completó la diatriba de Castro
afirmando que el canciller Rodríguez Giavarini era parte de una
conspiración para "clavar un puñal en la espalda del pueblo
cubano''.
Los radicales y frepasistas, que en su momento defendieron la democracia y
los derechos humanos durante las múltiples dictaduras que el país
ha sufrido, deberían recordar que a quienes denunciaban las violaciones
de los derechos humanos se los acusaba de ser parte de una "campaña
antiargentina'', cuando, justamente, lo que se pedía era la vuelta de su
sociedad a la convivencia civilizada.
En todo caso, habría que determinar quién agrede a un pueblo
que hace cuarenta años carece de derechos civiles y libertad de expresión,
si es el canciller argentino o el gobierno de La Habana.
Hay otro elemento que escapa a Fidel Castro, ya que está fuera de su
naturaleza, y es la convicción democrática del presidente Fernando
de la Rúa. Es un hombre que ha militado durante cuarenta años en
un partido que, más allá de sus errores económicos, ha
hecho de la defensa de la democracia su razón de ser. La defensa de las
instituciones y de los derechos civiles y humanos forma parte esencial de la
personalidad del presidente. Es muy posible que no comprenda por qué, en
el diseño de su política exterior, deba hacer diferencia entre
Fidel Castro y Pinochet.
O por último, pero no menos importante, digámoslo claro: es
seguro que Fernando de la Rúa se sienta más cómodo como
abogado de Oscar Biscet que como amigo del gobierno cubano.
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