Frank Calzón. Publicado el martes, 20 de febrero de
2001 en El Nuevo Herald
El Fidel Castro que dijo ante las cámaras de televisión que
confiaba que George Bush no fuese tan bruto como parecía, era el Fidel
Castro normal que todos conocemos. Pero dado su historial de irracionalidad ante
las contrariedades, el actual careo entre La Habana y Buenos Aires preocupa
verdaderamente a los observadores.
El pique entre los dos países se remonta al año pasado cuando
Argentina apoyó el voto que condenó a Cuba como país
violador de los derechos humanos en la Comisión de Derechos Humanos de
Naciones Unidas. Este año, Argentina presidirá dicha comisión,
y se espera que sus diplomáticos en Ginebra presionen de nuevo sobre
dichas violaciones, en Cuba y en el mundo entero.
La respuesta de Castro fue llamarles a los argentinos "lamebotas de los
Estados Unidos''. Contrariado quizás por el sutil recordatorio de la
deuda cubana con Argentina (créditos que Cuba empleó en los años
setenta en la compra de automóviles a dicho país), Castro ha
recurrido a su acostumbrada práctica de insultar a sus críticos.
La respuesta argentina ha sido acorde con el comportamiento protocolar: llamar a
su embajador a Buenos Aires para consultar la situación.
Algunos cubanos dicen que éste es "el último tango'' del
comandante. Por si acaso, es mejor sentarse a esperar. A ritmo y tono de la
famosa música argentina, éste es uno de los más recientes
episodios de un viejo culebrón en el cual Fidel, la estrella, siempre se
agencia el papel protagónico mientras a su alrededor cambia el elenco.
España es un buen ejemplo del melodrama cubano.
Allá en la década de los sesenta, cuando muchos países
rompieron relaciones con Cuba, la España de Franco se abstuvo de hacerlo.
Eso no impidió que Castro expulsara de Cuba a casi todos los sacerdotes y
monjas españoles.
Empezaba entonces el método inculcador del socialismo científico,
en el cual los maestros de primaria les decían a sus alumnos que cerraran
los ojos y les pidieran caramelos a los Tres Reyes Magos. Cuando al abrir los
ojos los niños no hallaban nada, se repetía el ejercicio, pidiéndolos
esta vez a Fidel. La "generosidad'' del comandante brillaba entonces ante
sus ojos.
Este pasado 6 de enero, unos diplomáticos españoles decidieron
disfrazarse de Reyes Magos para repartir caramelos y regalos a los niños
en La Habana, conforme a la tradición del mundo católico. Fidel
montó en cólera, y acusó a los diplomáticos de "agentes
provocadores''.
Unos días después de este incidente, dos ciudadanos checos,
prominentes figuras de la liberadora revolución de terciopelo de 1989,
repartían "vitaminas, aspirinas, una computadora y veinte bolígrafos''
a un grupo de cubanos en Ciego de Avila. Castro los acusó de subversión,
y amenazó con llevarlos a juicio... el mismo tipo de "juicio'' que
los checos, hoy libres del comunismo, recuerdan muy bien.
Con sus recientes perretas, ataques de ira e insultos, Castro le está
enviando claras señales al recién estrenado presidente Bush de que
no habrá cambios. No habrá transiciones pacíficas en Cuba
al estilo argentino, o español, o checo, mientras el comandante esté
en el poder.
No obstante, algunos observadores interpretan el caso de los rehenes de
terciopelo --liberados al fin recientemente no sin una fuerte campaña
internacional para lograrlo-- y este "último tango'' como indicios
de que Fidel está perdiendo el control tanto de su persona, como de las
riendas de Cuba.
Esto puede ser grave. Se sabe la reacción de Castro --que asombraría
al propio Nikita Jruschov-- cuando la crisis de los misiles; su gestión
armada en Africa y América Latina; su papel durante las diversas
estampidas de refugiados en el Estrecho de la Florida; su apoyo incondicional a
grupos terroristas en muchos países. Se sabe por experiencia cómo
se comportan su estado mental y su carácter antidiplomático.
La nueva administración norteamericana tiene que seguir muy de cerca
los pasos del dictador.
Activista de derechos humanos y director ejecutivo del Centro para una Cuba
libre. |