Emilio Ichikawa. Publicado el viernes, 9 de febrero de 2001
en El Nuevo Herald
En medio de un ataque de provincianismo político, una profesora me
dijo una vez que, a diferencia de lo que la gente cree, la cuna de las
revoluciones criollas no era Santiago de Cuba, sino la Facultad de Derecho de la
Universidad de La Habana. Tenía razón. Incluso, como suele decirse
entre cubanos, aun cuando la cuna estuviera efectivamente en "Oriente'',
las criaturas justicieras siempre acaban mamando en La Habana. Lo anterior
concierne particularmente a la revolución de 1959.
El clasicismo que servía de contexto a muchas asignaturas que se enseñaban
en esa facultad marcó definitivamente la imaginación política
de quien llegaría a ser el comandante en jefe de una isla exánime.
Su imaginación histórica se afinca con fuerza en la antigüedad
grecorromana, no en Cuba ni América Latina. De ahí que sus
discursos estén plagados de alusiones a la batalla de las Termópilas,
victorias "pírricas'', numancias, julios césares; y sus
ansias apocalípticas tengan que ver más con un Nerón pirómano
que con un Maceo intransigente.
En las clases de Derecho Romano Fidel Castro debió aprender por lo
menos un par de axiomas:
Para cobrar importancia política, un país pequeño debe
buscarse un gran enemigo. Y un gran amigo que a su vez sea enemigo de su enemigo
grande.
Los enemigos de mi enemigo pueden ser mis amigos.
Fijando discursivamente la enemistad con Estados Unidos (rival de lujo
elegido por el castrismo), se consigue un nivel visible de desacuerdo formal que
distrae a la opinión pública y permite a la "diplomacia
secreta'' pactar en la sombra; sin restricciones.
Lo que no saben los críticos del establishment norteamericano es que
Fidel Castro ha ofrecido históricamente todas las garantías de un
buen comportamiento hacia sus vecinos del norte. Se ha convertido en un aliado
diligente; un poco zoquete, es cierto, pero siempre dispuesto a servir. Sus
simpatizantes deberían reconsiderar el entusiasmo a la luz de los hechos.
Ante esas evidencias es pertinente un desplazamiento a la teoría. Así,
podemos finalmente preguntar: y entonces, ¿qué es enemigo? Este
problema fue introducido por Iring Fetscher en su libro La tolerancia, e incluye
la definición, la imagen y el resultado real de la relación
amigo-enemigo. Lo específico en el caso del castrismo es la separación
abismal que se abre entre el enemigo formal y el enemigo real; entre el enemigo
y la versión de él con que trabaja la propaganda.
Los documentos acumulados, así como las ofertas de complicidad cada
vez más explícitas, desmienten que Estados Unidos sea para Fidel
Castro un enemigo radical. El verdadero enemigo del castrismo es el pueblo
cubano. Odia por igual a sus compatriotas de la isla y del exilio; sobre todo a
los de Miami, porque han sabido demostrar lo que son capaces de hacer los
cubanos cuando conviven en democracia.
En esta encrucijada de la historia, con su "enemigo'' asegurado, Fidel
Castro anda ahora a la caza de amigos. Propone pactos, seduce con regalías.
A veces ofrece concesiones que para un hombre de negocios son prácticamente
irrechazables. Y esto es algo que puedo entender: algunos tienen prisa y quieren
llegar con ventaja al inevitable encuentro con la isla.
La situación es la siguiente: ¿por qué un hombre famoso
por sus enemistades, insiste ahora en una búsqueda de alianzas; incluso
con Estados Unidos, y con la comunidad cubana de Miami? En lo adelante
escucharemos muchas propuestas de pactos por debajo de la mesa; no importa que
el discurso se mantenga ofensivo y hasta grosero. El castrismo es diestro en el
arte de escuchar, pero también tiene la lengua muy larga para secretear
en oídos ávidos e ingenuos. Cuidado con Fidel Castro, que igual
que es capaz de beneficiarse de su enemigo, es capaz de mandar a sus amigos al
mismo infierno. Ojo con la historia, que lo puede volver a hacer. |