CUBANET... INTERNACIONAL

Febrero 6, 2001



Purgas, esa constante

Pedro González. Publicado el martes, 6 de febrero de 2001 en El Nuevo Herald

Si Roberto Robaina aún fuera miembro de la cúpula castrista, por estos días posiblemente estuviera gritando algo así como 42 y más p'alante. Hoy casi seguro que no termina de recriminarse por no haber escapado cuando tuvo la oportunidad, y con toda seguridad ha hecho realidad otro eslogan que puso de moda a principios de los 90: Súmate, pues de hecho se ha sumado a los millones que sufren en silencio.

Y es que los líderes comunistas no aprenden la lección. Por mucho que Castro lo niegue, la revolución sí se come a sus hijos. Las purgas en las altas esferas del partido comunista no son exclusivas del gobierno cubano que, sin embargo, ha sido un magnífico discípulo del gran maestro de la intriga: José Stalin.

En Cuba, el pueblo bromea con que el comunismo es una gran caldera de harina (hay quien dice que es otra cosa) que hay que estar revolviendo constantemente para que no se pegue al fondo. Y así mismo es. Al fondo siempre lo están revolviendo. Castro, al igual que el borracho que busca pretextos para tomar, siempre encuentra razones para ordenar masivas movilizaciones, con lo que se asegura de que el pueblo apenas tenga tiempo para pensar en otra cosa que no sea en cómo resolver la comida de mañana y cómo escapar a la movilización del próximo sábado.

De ese tema se ha hablado bastante. De lo que no se habla a menudo es de las purgas en las alturas del poder.

Desde un principio, Castro usó métodos que dejaron chiquito al propio Stalin.

Posiblemente el primer dirigente de la revolución que molestó a Castro fue Camilo Cienfuegos. Aparentemente, Camilo era fiel admirador de Castro, pero éste no podía tolerar que el pueblo admirara a Camilo. Para empezar, colocó a su hermano Raúl al frente del ejército, un cargo que por méritos debía ocupar Camilo, pocos días antes de enviarlo a Camagüey, al parecer a sabiendas de que no regresaría.

La segunda gran víctima de Castro fue Ernesto Guevara. No sabiendo cómo desembarazarse del incómodo argentino que se atrevía a hablar mal de la Unión Soviética, primero lo mandó al Congo, de donde tuvo que salir con la cola entre las piernas, y después a Bolivia, de donde se aseguró que no saliera.

En ambos casos logró matar dos pájaros de un tiro. Salió de posibles rivales políticos sin que su reputación quedara dañada, al tiempo que continuó usando la figura de ambos para exaltar la revolución.

Sin embargo, en el 68 tuvo que cambiar de método. Molesto con un grupo dentro de la cúpula del partido que dio en llamar la microfracción (todo lo que se le opone es micro), no tuvo reparos en deshacerse de un numeroso grupo de funcionarios encabezado por Aníbal Escalante.

Después de años en que sólo cayeron alguno que otro ministro, entre ellos Orlando Borrego, ministro del Azúcar que se atrevió a vaticinar que los 10 millones no se cumplirían, le tocó el turno a Luis Orlando Domínguez.

Secretario general de la Juventud Comunista, Domínguez era considerado por muchos como heredero político de Castro, que ``cariñosamente'' lo llamaba Landy.

Y Landy se lo creyó. En este momento no sé por dónde andará, pero lo cierto es que cumplió algunos años en prisión cuando Castro se olió que, siendo jefe de una empresa de aviación civil, se quería fugar a Miami en uno de sus aviones, aunque muchos creen que ése sólo fue un pretexto para sacarlo de la escena política.

El turno siguiente fue para Ochoa y los hermanos De la Guardia, que después de haber servido al dictador durante décadas, fueron víctimas de su desconfianza a todo el que presuma de mucho poder.

Si no me creen pregúntenle a Aldana.

Considerado por muchos en la prensa extranjera como el número tres del régimen, Carlos Aldana se lo creyó y tuvo la osadía de reunirse a solas con Gorbachov, por aquel entonces el líder de quienes abogaban por reformas en la isla. Hay quien dice que Aldana debe su desgracia a Radio Martí, que comenzó a considerarlo como dirigente de una facción de reformistas dentro del Partido Comunista.

De cualquier forma, Aldana ha pasado toda una década olvidado, y aunque algunos reportes llegados de Cuba recientemente indican que lo acaban de poner al frente de una corporación, siempre se comentó que había salvado la vida gracias a la intervención de su protector, Raúl Castro.

Lo que no aprenden los dirigentes castristas, es que todos son desechables.

Quizás los únicos que se salvan de una posible purga son los miembros de un pequeño grupo de históricos que, aun cuando no tienen cargos de importancia y hacen poca vida pública, son quienes detentan el poder real, pues son los únicos que tienen acceso a Castro.

Pero ya lo dice el refrán, nadie escarmienta por cabeza ajena, y es posible que pronto le toque el turno a un Carlos Lage o un Felipe Pérez Roque.

Se lo merecen.

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