Ramón Ferreira. Publicado el lunes, 5 de febrero de
2001 en El Nuevo Herald
Sí, se trata de una novela por episodios. Tiene lugar en un país
remoto llamado Cuba. Los protagonistas son supuestos creyentes de un mito que
los liberará de la incertidumbre del futuro, alimentándolos, enseñándoles
una lección única para sentirse iguales sin costo alguno y todo a
cambio de que sintonicen la novela hasta el final.
El autor es Fidel Castro y como no tiene la menor idea de dónde se
encuentra después de 42 años repitiendo la sinopsis, el pueblo
cubano sufre la tortura de saberse condenado a un laberinto sin salida. Por su
parte, el exilio se atormenta buscando cómo devolverle a Cuba la
continuación de su historia. El mundo libre bosteza.
Fidel ha pasado de tirano a parodia, de retrato a caricatura, de personaje a
tipejo; el mundo libre lo sigue tratando como un semejante extraviado.
Del mundo libre el pueblo cubano sólo puede aspirar a encajar en los
planes de explotación que Fidel diseña para seguir navegando por
el torrente que amenaza arrastrar los escombros de su prosa. Mientras existan
inversionistas a cambio de obreros clasificados por Fidel y responsables únicamente
ante Fidel, Cuba seguirá siendo un mercado negro donde el pueblo entrega
las riquezas del país sin recibir recompensa alguna. Una especie de
regreso a la esclavitud, esta vez condonada internacionalmente y en manos de
capataces con acento extranjero.
La voracidad de quienes invierten en Cuba es semejante a una piratería
legal. Se asalta la plaza diplomáticamente, se saquea la población
bajo cuerda y se envían las ganancias a casa, a cambio del porcentaje que
Fidel reclame como agente. Pero estos piratas contemporáneos son más
ambiciosos. No se trata de escaramuzas, sino de sentar plaza. Si no hay oro hay
turismo. Si no quedan riquezas hay ruinas.
Fidel ha pasado de tirano a parodia, de retrato a caricatura, de
personaje a tipejo
Y para reconstruir lo que Fidel ha destruido durante 42 años de rapiña
se necesitarán años de cemento y pintura, a tanto el saco y el galón.
Y aunque desaparecieron los cubanos que dejaron los cimientos, siempre quedan
los que han heredado el oficio de ser tan buenos o mejores.
Tal parece que Washington también sigue de cerca los bajos y más
bajos de la economía cubana, con vistas a invertir cuando el saqueo sea
total y el colapso demande dólares de verdad. Veremos si el cinismo de la
administración de Clinton es contagioso: manos afuera y el cerebro
dentro, porque Fidel no es Noriega que se puede secuestrar para proteger el
canal de Panamá o bombardear a Irak para conservar el petróleo de
Kuwait. Veremos si la administración de Bush se propone esperar a que
surja un alzamiento como el de Praga o una masacre como la de la Plaza
Tiananmen.
El presidente Bush tiene la obligación moral de eliminar a Fidel por
cualquiera de los medios que la democracia considera adecuados cuando ve
amenazada su seguridad. ``El exilio cubano llevó a Bush a la Casa
Blanca'', dijo Clinton, pasándole el problema con su eterna sonrisa de
yo-no-fui, y a la vez reconociendo que es necesario hacer lo que él no
tuvo el valor de hacer. Y el pueblo cubano no está en condiciones de
posturas desafiantes o heroicas mientras tema ser abandonado en la playa a la
hora de la verdad.
Si la ONU es inoperante y la OEA es una queja o una decoración,
entonces Washington tiene que asumir la responsabilidad de poner fin a esta
novela de amenazas e injusticias por entregas. El pueblo cubano está
indefenso y desespera. El mundo libre está impaciente y ha dejado de
bostezar.
Escritor cubano residente en Puerto Rico.
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