Raúl Rivero. Publicado el viernes, 2 de febrero de
2001 en El Nuevo Herald
La esperanza es un estado de ánimo, una tercera dimensión para
encarar la vida. De ahí que no se pierda como una llave o una ilusión
por un simple cambio de año, de siglo o de milenio.
Bajo un inviernillo tenaz, los cubanos hemos asistido a todos esos cambios,
a esos límites y nociones que ha impuesto el hombre, pero los amaneceres
y las resacas nos han devuelto implacablemente la vida cotidiana, con sus
raciones de odios, controversias y tánganas que marcaron aquí el
tic tac de los últimos 42 años.
El gobierno decretó una repentina alegría hacia las últimas
horas del año 2000 y el dispositivo de los medios de comunicación
se puso, encima del discurso político, una casaca de música, una
estola triunfal y una cachucha de cartón pintarrajeada.
"¡A gozar!'', decían los coros de las orquestas. Y "el
fervor se desborda por las costas de la república. Estamos rebosantes de éxitos.
Seguiremos triunfando hasta el fin de los tiempos'', gritaban los locutores
contra los micrófonos que, como el papel, lo aguantan todo. La ampulosa
felicidad oficial estallaba por todas partes. Ese país exterior que tiene
como raíz la propaganda y como sustancia, las vitrinas, fue
espantosamente feliz a la entrada del siglo XXI.
Ahora, el territorio nocturno y sobrecogido de la Cuba real no se veía
por ninguna parte. No afloraba sino en los silencios, en las invocaciones, en
las oraciones y en los ruegos que incursionaron en la primera madrugada del
nuevo milenio, humedecidos por los millones de cubos de agua que salieron a la
intemperie bajo el grito enigmático de "¡sola vaya!''.
Me asomé a un balcón a tirar un cubo de agua --me dijo un
amigo-- y la calle Reina estaba que parecía que acababa de caer un
aguacero tropical; pero no había nadie en los balcones. La gente lanzaba
el agua y volvía a encerrarse. Era todo muy extraño.
Es que en las primeras líneas del raquítico capitalismo
criollo donde aparece, desde luego, la nomenclatura, se había bajado la
orientación de estar alegres, pero a los sectores olvidados no llegan ya
con claridad las instrucciones porque cada vez es mayor la distancia y hay más
electrodomésticos y privilegios de por medio.
No quiere decir que no hubiera alegría. Había una alegría,
otra. Contenida, de estirpe personal, familiar, íntima, asentada en
proyectos y planes que no requieren cuño del Poder Popular. La Cuba que
piensa y reflexiona, la que sabe, asistió a esta transición
temporal bajo el estruendo y los fuegos artificiales del oficialismo que
festejaba una cosa, mientras ella brindaba por otra.
En medio del entusiasmo programado, paralelamente a las convocatorias en
plazas y parques, se desarrollaban acontecimientos que en los primeros días
del milenio devolverían la realidad con bofetadas. Ya en la primera
semana apareció el asunto de los Reyes Magos, que resultaron ser
capitalistas, malos, extraños, crueles, porque en realidad eran unos
diplomáticos españoles y los niños no lo sabían.
Después, la tragedia de los jóvenes que trataron de salir en
el tren de aterrizaje de un avión británico, juicios, arrestos,
amenazas, advertencias, prohibiciones y tribunas, perretas y broncas hasta el
cansancio, lo mismo de siempre.
La esperanza está viva, pero el nuevo siglo llegó a Cuba y
nadie lo nota, entró y es que los siglos entran y los cubanos han podido
recrear con una variante trágica el viejo dicho que responde a la
pregunta habitual de cómo está la vida. Ahora se dice: "Lo
mismito que el año pasado''.
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