El poeta que prefirió morir
fuera del juego
Tania Díaz Castro, PPDHC
LA HABANA, septiembre - Murió en el exilio el poeta cubano Heberto
Padilla a los sesenta y ocho años de edad. Dormía cuando lo
sorprendió la muerte el pasado 25 de septiembre. Fue, sin duda alguna, el
más audaz entre un grupo de audaces que a finales de la década de
los años sesenta ya soñaban con la libertad para Cuba.
Nunca he olvidado que en una de sus últimas visitas a mi casa, cuando
Heberto vagaba solo por La Habana, con muy pocos amigos, me dijo: "He de
partir, pero no del todo". Y fue así, porque Heberto, como pensaba
con los ojos de la poesía, se preocupó por los que sufrían
en la Isla y usó su pluma para defenderlos.
Por último, me dijo: "Para irme, debo enviar una carta a nuestro
Amo y Señor, pidiéndole de favor que me permita viajar fuera de
Cuba". Y fue así. Heberto envió una carta a Fidel Castro,
obtuvo ese permiso y me dijo: "No seré yo quien tenga que
avergonzarse por un hecho tan monstruoso".
Antes de partir de Cuba, el poeta vivió años de marginación
y vigilancia policiaca. Sus versos inéditos quedaron a buen recaudo y su
obra impresa prohibida, por ser rebelde y disidente. Sus amigos más íntimos,
intelectuales que como él denunciaron ante sus similares extranjeros la
verdadera esencia totalitaria del régimen, doblegados.
Suerte que había encontrado entre tanta oscuridad e incertidumbre a
la poetisa Belkis Cuza Malé, quien lo amó como al mejor. Yo los veía,
una tarde y otra, mientras simbolizaban un cuento triste de duendes perdidos y
desamparados. Esta muchacha "larga como los gansos" llegó al
poeta en su justo tiempo humano, cuando transitaban por esa extraña
experiencia del exilio interno. Porque no sólo ella moría, él
también. Por eso se unieron ambos, para ser más fuertes ante el
inminente peligro y salvarse.
Pasó el tiempo y alguien me dijo que vivían separados por un
frío océano, que el hijo, ya hombre, se parecía a los dos.
Hoy, aquellos de ayer, somos muy viejos. Unos han muerto primero que otros y
la poesía, en su mismo sitio, con la misma edad, puede ser releída
con gusto, hasta con un poco de asombro ante tanta premura y osadía,
cuando a través de Heberto, nos pide: "Di la verdad./ Di, al menos,
tu verdad./ Y después/ deja que cualquier cosa ocurra:/ que te rompan la
página querida,/ que te tumben a pedradas la puerta,/ que la gente/ se
amontone delante de tu cuerpo/ como si fueras/ un prodigio o un muerto".
Ahora tampoco ha partido del todo nuestro Heberto Padilla. Simplemente
descansa del bullicio humano. ¿Qué poeta grande se va?
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