El redil cubano
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre - Cuántos turistas habrán ido a Sidney a
presenciar los juegos olímpicos. En las graderías he visto a
brasileños entusiasmados aplaudir a sus equipos; he visto a franceses e
italianos alzar sus banderas en medio de la multitud para apoyar a sus atletas;
he visto a ingleses y norteamericanos disfrutar del espectáculo deportivo
más importante del mundo. Pero no he podido ver a un solo cubano. Si los
ha habido no son de la Isla.
Los cubanos no viajan. No pueden viajar. Su dinero no sirve para comprar
boletos de aviones ni para pagar hoteles. Los cubanos para viajar tienen que ser
funcionarios del Estado, montarse en una balsa o robarse un avión agrícola.
Los primeros son pundonorosos soldados de la patria; los segundos, aunque hayan
sido militantes del Partido (Comunista) hasta ayer, son vulgares delincuentes
que manchan el honor de la nación.
Somos un pueblo encerrado. Nuestra Isla es un redil donde el Partido
pastorea a su rebaño con el caramillo de discursos enardecidos. Nuestras
costas son en realidad una alambrada. No somos ciudadanos sino reos. El que
intente marcharse pasa a la categoría de traidor. No tenemos elección,
somos propiedad del Estado y debemos pudrirnos en el corral que nos han
fabricado.
El cubano que se va pierde su casa, sus bártulos, sus enseres. El
cubano que se va no puede regresar, pierde su patria. El cubano que se queda
tiene una casa que no es de él, un sillón que no es de él,
un sueño que no es de él. El cubano no tiene pies. Su único
camino conduce hacia la Tribuna Abierta para condenar la Ley de Ajuste Cubano
que estimula las salidas ilegales. ¿Y cuáles otras salidas tienen el
cubano? ¿A dónde puede ir el cubano? No he visto a nadie regresar de
un viaje, pagado por él mismo, a las pirámides de Egipto, de una
visita a las fiestas de toros de Pamplona, de una gira por París. Sin
embargo, he visto a un mutilado regresar de la guerra de Angola, a un loco
regresar de la guerra de Etiopía, a un inválido regresar de
Granada; he visto a un funcionario regresar de Ginebra con corbatas y perfumes
caros y a otro funcionario gastar en Nueva York lo que se gana en Cuba.
¿A dónde iría el cubano si derogaran la Ley de Ajuste? ¿Qué
otra esperanza le quedaría? El encierro sería total. Debían,
por lo menos, dejarnos morir a gusto.
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