La zorra en el gallinero
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre - Con cierta regularidad la prensa oficiosa cubana
informa sobre un tipo de ladrones, especializados en hurtar mercancías de
los anaqueles de las tiendas de recaudación de divisas (TRD), mediante
creativas y sui géneris técnicas. Los hombres, por ejemplo,
acostumbran a vestir dos pantalones, uno sobre otro, el primero de los cuales se
usa con los bajos atados con elásticos y el segundo sirve como camuflaje,
de manera que el botín se oculta y se protege. Por su parte, los métodos
femeninos incluyen esconder entre los muslos un bote de mayonesa de ¡casi
un kilo! y salir de la tienda por los propios pies, cual si invitárase a
entonar una canción tradicional cubana, cuyo estribillo dice que "la
mujer de Antonio ... camina así". No las he visto; pero el contoneo
debe de ser encantador.
Sin embargo, la prensa oficiosa guarda relativo silencio sobre ladrones, tan
bien especializados en las TRD. Fuentes que optan por el anonimato afirman que éstos
se distinguen por ser trabajadores de esos establecimientos. Su modus operandi
-siempre según los testimonios- parece avisar que no se trata de personas
aisladas, sino de algo parecido a cooperativas malversadoras. Las TRD disponen
de sistemas avanzados para el control de efectivo e inventarios, los cuales, se
supone, hacen virtualmente imposible desviar recursos sin contar con lo que
pudiera llamarse "complicidad piramidal". La novela Serpico, narradora
de tales componendas entre policías norteamericanos, emplea para
describirlas el término "pad". Parece, de acuerdo con las
fuentes, que se está ante la formación de un "pad"
tropical y caribeño, mulatas gozadoras incluidas. Y preciosuras blondas,
también.
Adriana y Fernando, casados, cuentan de una cajera de la sección de
alimentos de una de las más conocidas TRD de La Habana. De no haber sido
por la perspicacia del segundo, la cajera se hubiera embolsado diez dólares,
sólo en esa operación. Cuando el matrimonio pagó sus
compras y recibió el comprobante justificatorio, Fernando notó
-había estado observando- que el importe fijado en el mismo no coincidía
con el mostrado en la pantalla digital de la registradora. Cómo lo hizo
la cajera, no se sabe. Fernando reclamó y la mujer tuvo que devolver el
dinero cobrado de más. "Se la veía nerviosa -relata Adriana-
y lo mejor de todo fue que no nos olvidó. Hemos ido de compras otras
veces, al mismo lugar, y un poco para provocarla siempre tratamos de pagar en su
caja. Optó por irse a descansar o a fumar un cigarrillo cuando nos veía.
Nosotros la apodamos "La rubia peligrosa", por el color de su pelo.
Marta, secretaria, hizo una vez compras por treinta dólares. Su hija
de seis años, quien la acompañaba, pidió adquirir un
paquete de galleticas. De inmediato, un trabajador de la tienda se le acercó,
le sugirió una determinada marca y después la acompañó
hasta la salida del establecimiento, todo cortesía en pasar de largo por
los controles de vigilancia. Marta pagó el importe fijado por sus
compras. Pero el hombre, ya fuera del comercio, le pidió que le entregara
el comprobante de las ventas, lo cual hizo la mujer, en verdad sorprendida.
Presumiblemente, ese documento cumple funciones justificadoras de otros hurtos,
en los que aparecen involucrados unos cuantos.
Elena, operadora, afirma haber contribuido, sin intención, a extraer
de una TRD una factura de unos 200 dólares. "Me usaron como
cargadora, mula, que sé yo, bajo el pretexto de ayudar a una trabajadora
que no podía hacer compras porque estaba en horario laboral. Cuando supe
la verdad me indigné tanto, que me negué a aceptar los regalos que
me ofrecieron, dice la fuente.
A oídos de este periodista han llegado anécdotas no menos
rocambolescas. Pero ninguno de los testimoniantes acepta denunciar los hechos a
las autoridades. O tienen miedo, o piensan que no es asunto suyo velar por el
estado de honestidad de esos establecimientos. A ellos no les robaron, al menos
directamente. "Compré cuanto me permitió el bolsillo y aboné
el precio fijado. Que investiguen los policías, pues para eso pago sus
salarios con los impuestos sobre las ventas que gravan a las TRD. Bien elevados,
por cierto", observa Fernando. Dato curioso: la Oficina Nacional de Auditoría
evaluó como deficiente o mala a la contabilidad del 68 por ciento de las
empresas auditadas por ella durante 1999. Semejante calificación, en el
turismo, ascendió a 72 por ciento. Un indicio de que en el mundo del dólar
pudiera estarse robando más que en el del peso.
Economistas diversos apuntan que lo aquí descrito tiene por origen un
salario no proporcional a las ventas. No se trata de pesos o de dólares,
sino de una participación en el producto acorde a normas internacionales
de justicia. Debate complejo, sin dudas, en las circunstancias cubanas. Pero
debate necesario. Hay quien teoriza que a través de los hurtos
organizados se produce una especie de "rescate" de parte del ingreso
que en verdad correspondería y del cual se apropia el Estado. Otros
llaman la atención sobre una desigualdad ante la ley: un trabajador por
cuenta propia, de cualquier género, está pagando menos impuestos
que los estatales, en el mundo real de las realidades cubanas. Al mismo tiempo,
no puede olvidarse que una estancada cotización del dólar en
alrededor de veinte pesos por uno avisa a gritos de una inflación
controlada, pero no disminuida a niveles socialmente aceptables, y de la cual
son víctimas ladrones y policías, fuentes y periodista, y "Malanga
y su puesto de vianda", mientras un refrán y su añadido
parecen válidos: "No hagas de la zorra guardián del gallinero"...
a menos que bien la pagues.
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