Otra aventura de la tía
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, septiembre - Popular en el mundillo y fauna de los periodistas independientes cubanos, inefable conversadora telefónica de experiencia internacional, Estela María Orrio González ha ganado notoriedad como la tía de este emborronador de cuartillas. Por lo
menos en dos continentes la llaman La Tía de Orrio. O, simplemente, La Tía.
Algunas aventuras ha corrido como secretaria telefónica de su sobrino. Poca amiga de la técnica, me hizo renunciar a su adiestramiento en el uso del contestador automático de mi telefax. Treinta veces traté, treinta veces fallé. En otra ocasión, ocupada
en negocillos a la altura del Cuchillo de Zanja, vendió su cuota de cigarrillos racionados a un desconocido, quien le pagó en moneda boliviana, inservible en este país hasta para comprar un cafecito. La Tía guardó el billete, un poco para no olvidar que entre
pobres también se estafa, un poco como amuleto. Sólo Dios sabe si el talismán improvisado le salvó de ser asaltada y asesinada, una vez que ladrones, al modo del convulso Centro Habana, intentaron forzar la puerta de entrada a su vivienda. La policía, como se
titula un viejo western norteamericano, "pasó por allí".
La Tía, más o menos dolarizada por ayudas familiares, aún es capaz de "taconear" la ciudad, llevando con todo su orgullo su cosmovisión conservadora, cual Margaret Thatcher. Claro, La Tía vive en Cuba. Sabe cuidarse, sobre todo si tratan de mezclarle
comercio e ideología.
Paseaba Doña Estela por el "zoco marroquí" de la calle Galiano, cuyos portales han devenido babel de comadres vendedoras de lo inimaginable, por lo general a precios inferiores a los de las tiendas de recaudación de dólares. Algo así como un
pandemonium de ofertas y demandas, que se acompaña de miradas jineteras y tobillos de gacela, barroquismos nalgatorios y elegancias carteristas. Allí, la vida subterránea se apropia de lo externo, haciendo pensar que un iceberg se viró al revés. La Tía gusta
de hacer compras en esos predios, que de algún modo le recuerdan los extintos comercios judíos de la calle Muralla. Pero, ese día, un joven se le acercó:
- Buenas tardes, Tía. ¿Qué piensa usted del comunismo?
La mirada fría, casi inexpresiva, la cartera colgada del antebrazo, el mentón a lo Maggie Thatcher, La Tía contestó:
- Yo no opino nada, jovencito.
- ¡Claro que no puede afirmar nada. Usted vivió en una época muy buena! -afirmó el misterioso encuestador, mientras se perdía en la multitud, no sin antes tropezar "por accidente" con los pechos guerreristas de... ¡Ay Dios mío!, estas
mulatas habaneras. A grito, entretanto, las vendedoras alertaban:
- ¡No le haga caso, señora, no le haga caso, es policía!
Dicen las buhoneras que el joven de marras acostumbra a frecuentar vendutas de Galiano. Pregunta aquí, pregunta allá. Unos responden, otros no. Un tipo curioso en quien nadie cree, aunque por esos sitios la confianza mutua impere por obra del comercio. Seguro que las vendedoras
iban a cuidar de La Tía. A ellas les encanta su habilidad para el regateo.
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