País sin dueños
Tania Díaz Castro, PPDHC
LA HABANA, septiembre - Como se sabe, el despilfarro no sólo es la ruina de las familias, sino también de los regímenes políticos. De eso no cabe dudas.
Los más viejos recordamos en Cuba el caso de un ministro de Comercio Interior que en 1962 compró en una fábrica moscovita miles de máquinas manuales que sólo servían para extraer la nieve de la entrada de las casas. Ese mismo personaje más tarde
invirtió también millones de dólares en alfombras, arcas y biombos chinos con incrustaciones de nácar, que por sus altos precios se exhibieron durante largos años en las tiendas estatales de la capital cubana.
Hoy, los tiempos no han cambiado. No se compran equipos para la nieve, pero se guardan durante años en lugares húmedos, llenos de polvo y oscuridad, equipos variados, piezas, accesorios y componentes, recursos ociosos y de lento movimiento, hasta convertirse en chatarra. Objetos
que representan dinero derrochado, porque alguien compró demasiado y sin saber, porque al poco tiempo se convirtieron en obsoletos, o porque se compraron con defectos.
O sea, que a lo largo de 41 años, nuestros almacenes han servido, entre otras cosas, para que el fantasma del despilfarro viva a sus anchas, duende fantástico que ha contribuido en gran medida a que nuestra economía no se desarrolle.
Según la prensa oficial, "de esa realidad dan cuenta los controles gubernamentales realizados a diversos organismos en los últimos cinco años", prueba irrefutable de que mucho más que el tan cacareado "bloqueo", pesa la falta de control y
eficiencia estatal en el éxito económico del país.
De acuerdo con la prensa del mismo régimen, en algunos de esos organismos y sus entidades los valores superan los 500 millones de pesos en productos ociosos, quiere decir, sin uso. La Organización Económica Estatal Comercializadora de Recursos Ociosos y de Lento Movimiento (¡vaya
nombrecito!), del Ministerio de Comercio Interior, es una empresa no muy empeñada en convertir en cadáver el fantasma del despilfarro y el derroche, desde el momento que no comercializa estos artículos que se detectan abandonados en puertos y aeropuertos, en almacenes, dados de
baja o decomisados.
Esto ocurre porque no se tienen en cuenta realmente las necesidades de la población, ya que esos artículos bien podrían ponerse a la venta, en vez de hacerlos dormir el sueño eterno en un almacén sin condiciones idóneas.
Las cifras se desconocen, pero se pueden contar por miles los almacenes del país. ¿Y de qué valen, si no hay ojos para ver dentro de ellos? Sin ser pesimista, cualquiera puede darse cuenta de que nuestro sistema empresarial, nuestra economía, jamás demostrará
verdaderos logros mientras no exista el ojo que engorda al caballo: empresas privadas capaces de desarrollarse a través de la competencia y un estricto control.
Como en el deporte, el que llega primero es el más ágil, el más competente, el más diestro y el mejor entrenado. En cambio, el totalitarismo en la economía genera morosidad en la gestión, falta de iniciativas, lentitud en la toma de decisiones y lo peor:
un país sin dueños.
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