La escuela al campo, ¿un tema agotado?
Claudia Márquez Linares, Grupo Decoro
LA HABANA, septiembre - El anuncio por parte de la dirección de la escuela de que llegó la hora de marcharse al campo es motivo de gran preocupación para la familia cubana. Todo, desde la búsqueda de la ya clásica maleta de madera hasta del vestuario de trabajo
es un verdadero dolor de cabeza. No basta solamente conseguir los artículos de aseo y la ropa, también el garantizar un refuerzo a la alimentación que reciben los escolares en los campamentos se hace imprescindible para los padres de éstos, pues trabajar a pleno sol y con
hambre no resulta fácil.
Más allá del aspecto impositivo, por parte de las autoridades educacionales, de ésta ya legendaria práctica es necesario centrarse en el adolescente -de 11 años en adelante- que se aleja por un mes o más de sus padres para realizar trabajos agrícolas
en la mayoría de los casos en contra de su voluntad y la de sus padres. Ejemplo palpable son los numerosos certificados médicos que inundan las direcciones escolares con el objetivo de presentar los impedimentos por enfermedades reales o ficticias para evitar que el joven asista a los
trabajos agrícolas de la llamada Escuela al Campo.
Para ilustrar la gravedad del problema la propia prensa oficial señala el ejemplo de un centro de enseñanza media de esta capital en el que las cifras de certificados médicos presentados días antes de la salida de los alumnos al campo llegó hasta el 25 por
ciento de los matriculados en dicha escuela.
Por otra parte, sería imposible obtener la cifra aproximada del por ciento de accidentes que ocurren en la Escuela al Campo pues las condiciones de seguridad, higiene, salud -los hospitales quedan muy lejos de los campamentos y escasea el transporte- son algunos de los aspectos que
limitan una estancia llevadera lejos de la custodia familiar.
En los últimos tiempos el asunto ha tomado una dimensión mayor, ya que todos los preuniversitarios, con excepción de uno para enfermos en La Habana, se han trasladado al campo. Esto, indiscutiblemente, ha influido en la decisión de los estudiantes para cursar estudios
universitarios, pues tres años becados no es una perspectiva atrayente para un adolescente. Además, no debe dejar de considerarse que ésta constituye una etapa valiosísima que las familias pierden en la transmisión de valores.
Cursar el Preuniversitario en el Campo no garantiza que el alumno obtenga una carrera universitaria, pues las pruebas de ingreso han aumentado su rigor en contraste con la calidad de la educación que continúa siendo baja. Unicamente los preuniversitarios de ciencias exactas
preparan adecuadamente al alumnado para aprobar esos exámenes.
A pesar de que más de una generación de cubanos han pasado por la Escuela al Campo, a los padres nunca se les ha hecho una encuesta pública que posibilite tomar en cuenta sus criterios sobre tal práctica.
La evasión por parte de gran número de familias cubanas de la obligación impuesta a sus hijos de realizar labores agrícolas constituye una evidente muestra de lo inadecuado que resulta un sistema de enseñanza que no toma en cuenta los intereses de los educandos
ni de la familia cubana.
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