CUBANET .INDEPENDIENTE

14 de septiembre, 2000


Represión policiaca asfixia a disidentes en Cuba

Jesús Zúñiga

LA HABANA, septiembre - Se sienta solo, sin camisa, en una casa oscura, entre la burla de sus propias paredes. Duerme poco, toma calmantes. La mala alimentación y una vida de resistencia han dejado sus marcas en Jesús Yanes Pelletier, uno de los más destacados disidentes cubanos.

En el inicio de la cuarta década del gobierno de Fidel Castro, la lucha por las libertades civiles y los derechos humanos es dirigida en la Isla por personas como él: figuras de valentía, principios y abierto desafío.

Los disidentes en Cuba se arriesgan a ir a la cárcel por proporcionar informaciones valiosas a embajadas extranjeras, a investigadores de derechos humanos y a periodistas. Informaciones que ponen de manifiesto una realidad casi siempre contraria a la que ofrecen los medios de prensa controlados por el gobierno. Se expresan con sinceridad, a pesar de que es peligroso hacerlo. Viven modestamente bajo la vigilancia policial y rechazan ofertas frecuentes de salir al exilio.

Pero, al igual que Yanes, los disidentes más prominentes están envejeciendo y tienen pocos herederos políticos visibles. Actúan solos o en grupos pequeños que el gobierno llama despectivamente "comité de sofá". La mayoría de los cubanos no saben quiénes son. Quienes lo saben muchas veces los desdeñan.

Carentes de protección o de fondos significativos, su cruzada silenciosa está "en efervescencia permanente -como la caracterizó un diplomático occidental- se organizan, después se dividen, luego mueren. Son, en resumen, frágiles cimientos para edificar un movimiento de oposición".

"Los activistas de los derechos humanos se siguen esforzando valientemente" -dijo el diplomático, que está en contacto regular con una veintena de disidentes- "siguen poniendo sus cabezas bajo la cuchilla".

Los grupos de Estados Unidos y otros países que defienden los derechos humanos dicen que la fragmentación de los disidentes constituye un triunfo escalofriante de la represión en Cuba. Es relativamente fácil -dicen ellos- marginar a los opositores en un Estado que controla los sistemas de información y de comunicación y el acceso a todo lo necesario, desde los abastecimientos hasta los viajes al extranjero y los empleos.

Sus defensores, sin embargo, dicen que varias docenas de autoproclamados disidentes representan a centenares de prisioneros políticos y a la mayoría silenciosa de los cubanos demasiado temerosos o demasiado ocupados por el afán de sobrevivir como para atreverse a protestar.

"Mi opinión es que tienen un gran número de simpatizantes -dijo el diplomático especializado en la cuestión cubana- cuando las cosas cambien sospecho que tendremos a un millón de personas que dirán haber sido disidente".

Elizardo Sánchez, otro disidente que ha sido encarcelado varias veces por difundir -según el régimen- "propaganda enemiga", reconoce que inspiran tanto miedo como esperanza entre sus vecinos". "Nos miran con respeto y terror -dijo- tienen miedo de acercarse a nosotros, sólo se nos acercan cuando son víctimas de la opresión".

Por supuesto, Castro ha exportado a muchos de sus críticos más acervos. En Cuba, los disidentes están bajo una constante presión para que abandonen el país y se unan a la diáspora de más de un millón de cubanos. Estados Unidos, motivado por preocupaciones humanitarias y políticas, los ayuda a salir en cantidades cada vez mayores.

Tratando de cumplir su cuota de 20 mil emigrantes cubanos al año, garantizada por un acuerdo de 1994, la administración del presidente Bill Clinton ha ampliado este año el número de visas para refugiados políticos -según dijeron en La Habana funcionarios estadounidenses.

Algunos disidentes que se han negado a marcharse abogan por soluciones menos belicosas que el de las voces más potentes del exilio en Estados Unidos. Sánchez, por ejemplo, aboga por un diálogo político que afloje el control ejercido por Castro y expresa la preocupación de que las presiones económicas contra Cuba, respaldadas por el exilio, son equivocadas o contraproducentes. Esto ha causado que algunos exiliados de línea dura vean a los disidentes con una dosis de suspicacia.

Observadores occidentales dicen que la promoción del diálogo por parte de los disidentes refleja una realidad: que los cubanos no están preparados actualmente para enfrentarse a su gobierno. Como prueba, estos observadores, señalan las elecciones en las que los cubanos votan de manera obediente y masiva, y en las que hay relativamente pocas boletas de protesta.

El gobierno de Castro proclama los resultados nacionales como una señal de apoyo popular. Quienes critican esta afirmación dicen que se habían sentido obligados a votar, que no disponían de una verdadera opción para elegir entre los candidatos y que dudaban de las garantías de que el voto fuera realmente secreto.

Los funcionarios cubanos descartan a sus críticos internos considerándolos "marionetas" del extranjero y descontentos, que practicamente carecen de apoyo local.

"En Cuba la gente no se preocupa en lo absoluto por los disidentes, están demasiado ocupados tratando de sobrevivir" -dijo recientemente un vocero de la cancillería local. "Las únicas personas que saben quiénes son están en otros países" -agregó.

Sucesivas administraciones han considerado como una pieza clave de su política hacia Cuba el hacer que Castro deje de acosar a sus opositores internos.

En Miami, el Instituto para la Democracia en Cuba está explorando vías para contribuir a ampliar la base sobre la que operan los disidentes al ampliar sus contactos con grupos cívicos y religiosos independientes que existen en la Isla.

Nuevas expresiones de preocupación llegan del extranjero. En Europa y América Latina voces influyentes están llamando la atención sobre los disidentes y pidiendo un mayor respeto por las libertades civiles básicas dentro de Cuba. Para los funcionarios cubanos estas críticas que no proceden de Estados Unidos resultan especialmente irritantes. En América Latina, particularmente, Cuba ha disfrutado durante largo tiempo de una consideración especial en la que sus abusos contra los derechos humanos han sido puestos en la balanza contra los supuestos logros sociales de la revolución.

"Yo soy de México -me dijo un acaudalado hombre de negocios, que cenó recientemente con Castro- quién soy yo para juzgar quién es libre y quién no lo es". Diciendo que personalmente no había sido testigo de ninguna represión, concluyó: "Los cubanos detestan su sistema, pero adoran a Fidel".

Hay pocas indicaciones de que a Castro le preocupe la posibilidad de que las críticas a su historial de derechos humanos pongan en riesgo sus planes para obtener inversiones y ayuda internacionales.

Aunque liberó recientemente a tres de los cuatro firmantes del internacionalmente conocido documento "La Patria es de Todos", el pasado 7 de septiembre el gobierno de Cuba arrestó a más de una treintena de disidentes para prevenir demostraciones de desobediencia civil en las fiestas patronales por el día de la Caridad del Cobre.

Un embajador, cuyo país mantiene lazos amistosos con Cuba, dijo que las quejas de los disidentes representan sólo la mitad de la historia de los derechos humanos en Cuba. "Se está hablando principalmente de derechos políticos -dijo- en Cuba no hay tortura, no hay desaparecidos". "La Revolución -añadió- ha garantizado otros derechos básicos como el derecho a la atención médica y la educación".

Pero Yanes Pelletier, esforzándose por mantener su lucha rechaza tal distinción. "Somos seres humanos -dijo- no se nos puede confundir con vacas. Todas nuestras necesidades espirituales, ¿dónde están? No se satisfacen ni en la menor medida. La libertad de expresión, todo lo que significa, todo está asesorado por el régimen".



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