Lo que el viento se llevó
René Oñate Sixto, APO
PINAR DEL RIO, septiembre - Lo que el viento se llevó no es sólo la historia de un amor. Fue también la historia de un pueblo, que sentado en las Antillas durante cientos de años ha visto pasar razas de hombres, clases sociales, héroes, patriotas, negociantes,
pregoneros, científicos, en fin, todos los dones y atributos virtudes del ser humano, lleno de contradicciones -como es lógico- pero todos con sus sueños y esperanzas.
Esperanza que la convirtió en cuna de emigrantes, como fueron los chinos, los gallegos, tal vez otros más que la historia no resalta, pero que llegaron a esta tierra con el sueño de trabajar, poner un pequeño negocio, prosperar con su esfuerzo individual y su
iniciativa privada. No molestaban a nadie. Hacían de esta Isla, que el navegante llamó Cuba, la más hermosa que ojos humanos han visto. Sus suelos vieron nacer la caña de azúcar, tan dulce como sus habitantes; el mejor tabaco del mundo, tan tentador y embriagador
como sus mujeres. Tal vez, ser negro no era bueno o ser pobre tampoco lo era, pero honrados, honestos y sinceros fueron siempre atributos y orgullo de ser cubano.
No era una sociedad perfecta, pero sí versátil y heterogénea. Cada cual con su espacio. Usted los podía distinguir. Las prostitutas en los prostíbulos; los borrachos en las cantinas; los jugadores en los casinos; los guardias en los cuarteles. Todos en su
lugar: luchando, trabajando, viviendo. Tratando de mejorar y superar sus limitaciones espirituales y materiales con su propio esfuerzo y sacrificio; pero había alegría, había deseos de vivir, había una fe en Dios que hacía olvidar los problemas al más grande
de los necesitados y de cualquier manera se podía ser feliz sin renunciar a la espiritualidad. Porque a fin de cuentas nadie le imponía al pueblo el texto que debía leer, y el más sentido de los castigos era el destierro.
Existían valores morales y cívicos. El más hambriento de los hambrientos no era capaz de robarle un huevo a la gallina de su vecino. Buscaba la forma de tener su propia gallina o el centavo que costaba comprar el huevo. Había vergüenza. El hombre creía en
el hombre.
Hoy, todo es diferente. Aprendimos a ser como no somos. Pero aprendimos. Y eso parece ser lo más importante. Verdes cuando estamos en las zonas de los árboles; ocres cuando nos caemos en la tierra; Marx, Engels y Lenin sustituyeron al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Las
prostitutas ya no tienen prostíbulo, tienen instrucción y se llaman de otra forma: jineteras. Los negros, los chinos, los blancos, parece que todos ya somos iguales. Las clases sociales cambiaron su formato. Ahora: dirigentes y dirigidos, traidores y traicionados. Ya no hay
analfabetos, pero nadie entiende nada; sencillamente, que somos patriotas y el destierro es un premio. Somos tan iguales que ya casi todos soñamos lo mismo.
Por suerte aún quedan los abuelos, para contarnos lo que el viento se llevó.
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