Llamada de emergencia
Ezequiel Salomón
LA HABANA, septiembre - Un ex-condiscípulo de talante aventurero emigró a Estados Unidos durante la crisis del Mariel, sólo para hacer honor a su palabra. Tras el cuarto intento fallido de comunicarse mediante un teléfono público, juró que si en el próximo
equipo no lograba realizar una llamada de amores, se largaba. Había recorrido cerca de dos kilómetros, en pleno corazón de La Habana... y el quinto teléfono tampoco funcionó.
Veinte años más tarde la anécdota pudiera repetirse. Un capitalino de a pie puede recorrer más de un kilómetro en busca de un teléfono público en servicio y que no responda desde su pantalla digital con una frase a punto de incorporarse al
muestrario humorístico citadino: "llamada de emergencia". Con tales palabras avisa el equipo -normalmente un teléfono que funciona a base de monedas- de una alcancía repleta y de la única posibilidad de comunicar con dos números gratuitos: el 113, o el
servicio de información; y el 114, para reparaciones. Nada de llamar a la policía o a los bomberos. Que desvalijen la casa, y de paso la incineren, más allá de lo "buenas perlas" que son ambos números.
No obstante un programa gubernamental que pretende elevar la densidad telefónica de un misérrimo 3,8 por ciento por cada 100 habitantes en 1999 a 9 por cada 100 en el 2004 -no menos pobre si se compara con América Latina- y pese a los reales avances significados por ese
programa, es destacable la indignación ciudadana ante el estado de la telefonía pública, de estado aún más páupero; la densidad de teléfonos públicos es de aproximadamente 6,5 por cada 10 mil habitantes. El programa de marras aspira a elevarla
a 4,5 por cada mil; ya no una mala relación, dice el discurso oficial. Como es lógico, hay quien se pregunta por qué se han instalado más de 40 mil teléfonos privados y sólo se dispone a nivel nacional de unos 7 mil 300 equipos públicos. ¿No
hubiera sido mejor avanzar más en lo segundo que en lo primero?
Quizás no. El modo en que se está administrando la telefonía pública deja mucho que desear. Vox populi, un conjunto de serios problemas operacionales: mala ubicación de los equipos, recaudación insuficiente -parte porque el 70 por ciento de las
interrupciones se debe a monedas en mal estado, parte porque no se colecta a tiempo-, teléfonos y cabinas sucias y equipos fuera de servicio durante días, entre otros.
Aspecto indignante, desde el punto de vista de la población es la proliferación de equipos públicos dolarizados, los cuales operan mediante tarjetas prepagadas que eliminan las dificultades de los teléfonos de monedas. Desde luego, el costo de una llamada en los
equipos de divisas es veinte veces mayor que en los de pesos. Nadie se explica por qué no se ha diseñado un sistema universal con tarjetas prepagadas en moneda nacional, que permita la operación de los equipos en pesos o dólares, y de paso optimice su funcionamiento.
Cierto es: se aspira a solucionar este problema. Pero el tiempo pasa y la indignación crece, y todo parece indicar que el celebérrimo embargo de Estados Unidos poco influye en un teléfono al cual, así de simple, no le colectan la recaudación de su repleta alcancía.
Visite La Habana, lo verá; al lado de un equipo en moneda nacional fuera de servicio, dos teléfonos dolarizados en perfectas condiciones.
Mi ex-condiscípulo, por su parte, aún se queja. Dispone como de cinco números telefónicos: el del beeper, el del fax, el de la computadora. Vino a La Habana para ver el letrerito, el de las "llamadas de emergencia".
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