Las dos Coppelia
Zoimara Menéndez Simeón, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, enero - Como una fortaleza de crema y hielo se levanta, rodeada de pequeños islotes desiertos, la heladería Coppelia. Todo un mundo de ansias y colas se torna realidad cuando se llega a este inmenso lugar destinado, desde sus inicios, a brindar al pueblo trabajador horas
de dicha degustando exquisitos sabores y especialidades dentro del arte de la repostería.
Ya desde la esquina en que se encuentra enclavada, L y 23 en el Vedado, pueden verse cómo adornan los laterales de esta instalación los asiduos clientes, cual si fueran hormigas rodeando un terrón de azúcar. Todos apacibles, ante la desesperación que supone
realizar una inmensa cola, aguardan el momento en que, al fin, verán sus deseos hechos realidad.
Dicho momento será crucial, mucho más para el desesperado, porque necesitará suerte para obtener un buen sabor o alguna especialidad. Si ese día se levantó con el pie izquierdo, entonces corre el riesgo de encontrarse con solitarias montañitas de helado
rellenas de hielos que ayudarán a perder el poco sabor que tienen.
No hay seguridad de que cada vez que se tome la decisión de ir a Coppelia, ésta te brinde todas las garantías de tomar un verdadero helado y del sabor que se desee. Todo dependerá de la hora en que lo decidas, del día que escojas o simplemente de las
condiciones de la fábrica donde con "tanto esfuerzo" se producen los helados.
Contradictoriamente, esto no sucede en aquellas caseticas que, como fantasmas, aparecieron un buen día acompañando a los clientes en todo el recorrido en que se hacen las colas. Estas sí mantienen constante la calidad y variedad de sus servicios: helados de los buenos con
sabores que nunca se encontrarán en la gigante isla que rodean. Pero algo las vuelve solitarias, faltas de compañía. Todos sus productos se venden en dólares.
Eso explica por qué aún cuando haya un mar de personas esperando para acceder al lugar, éstos sólo miren de reojo, y no con menos angustia, esos pequeños islotes que podrían constituir su salvación para mitigar el hambre que corroe sus debilitados
estómagos. La idea de hacer una cola para tomar un helado de baja calidad en compañía de carteles que anuncian todo tipo de helados, sabiendo que éstos están allí esperando a que sólo sean pedidos, es simplemente torturadora.
La realidad de nuestro país se refleja en cualquier parte en que uno se encuentre, ya sea en un cine, en un parque o en la heladería Coppelia. Las diferencias y represiones a que estamos sometidos no huyen de aquellos lugares, diseñados alguna vez para alegrar a un pueblo
unido que creía en las maravillas del socialismo.
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