Intrigas de cabaret
Iván García, Cuba Press
LA HABANA, enero - Brujerías, informes, envidias, drogas, deserciones constantes y guerras de rapiña para ver quién obtiene más dólares es lo que prevalece tras las bambalinas de Tropicana, el más famoso cabaret de Cuba, ubicado en la barriada de
Marianao al oeste de La Habana.
Cada vez que Marta Herrera, de 21 años, bailarina principal del sexagenario centro nocturno sube al ala de mariposa que conforma la escenografía, a siete metros de altura, y se lanza al vacío para realizar el vuelo del pájaro, el mismo pensamiento la invade: ¿y
si sus dos compañeros de baile, con los cuales tiene pésimas relaciones, la dejaran caer, para impedirle seguir viajando al extranjero?
Todo es posible en Tropicana. Pero hasta el momento, no le ha ocurrido ningún accidente. La vida interna de artistas, coreógrafos y músicos del cabaret que por techo tiene el cielo es un infierno chiquito.
Marta Herrera lo vive en carne propia. No es extraño que al salir de su camerino, al pie de la puerta se encuentre una brujería. "Mis colegas hacen lo inimaginable para desplazarme, por eso a veces pienso que serían capaces de atentar contra mi vida". Lo cuenta
entre tragos de whisky Black Label, aún con su maquillaje de brillo luego de terminada la función.
La causa es simple. Tropicana fue fundado en 1939 y desde entonces todos los años realiza giras al extranjero. Los solistas y bailarines principales viajan siempre. Marta acaba de regresar de la última, a España y Portugal. Sabe que esas riñas son motivadas por la
posibilidad de "'fastear', conocer a un tipo con mucho billete y casarse, como ha hecho la mayoría de las mujeres que intervienen en el show. Y también desertar en uno de esos viajes".
Con esa finalidad lo intentan todo. "Existe una especie de clanes mafiosos, cuyo objetivo es salir y lograr contratos jugosos. La vida aquí adentro es estresante y asquerosa", confiesa con un rictus amargo la bailarina.
Para escapar de esas luchas intestinas, el personal del "paraíso bajo las estrellas" consume drogas. Dentro del elenco artístico la marihuana, la melca y el "cambolo" -nombre del crack en Cuba- son pan nuestro de cada día. La misma Herrera no escapa de
ese flagelo. "Cuando tengo dólares, por 18 'fulas' compro varios gramos de melca y me voy a las nubes. Sólo así puedo bailar con soltura".
El alcoholismo también se enseñorea en Tropicana. Al finalizar el espectáculo, sus integrantes beben exageradamente. Las orgías son frecuentes. La mesa cuesta 80 dólares y muchos extranjeros la pagan, más por regodearse con los abultados fondillos de
negras y mulatas (y tratar de ligarlas) que por ver el show.
Cuando se empatan con alguna bailarina, alquilan una casa, organizan una fiesta y terminan en una bacanal. Marta Herrera lo sabe mejor que nadie. "No son turistas comunes. Casi siempre son empresarios radicados en Cuba y personalidades políticas que nos visitan". Según
ella, en ocasiones funcionarios del gobierno las han presionado o chantajeado al saber de esas orgías desenfrenadas. "Dentro del cabaret hay un ejército de informantes de la Seguridad".
Es un pacto no escrito. Se drogan y cometen todo tipo de elucubraciones sexuales, siempre y cuando colaboren con la Inteligencia cubana. "Todos lo hemos hecho, con tal de mantenernos trabajando y nos den el OK para viajar". Además de realizar informes contra otras personas,
Marta ha tenido que acostarse con algún que otro personal de la Seguridad que labora en Tropicana.
Está cansada de ese mundo. Se siente una prisionera entre lentejuelas. Pero es incapaz de huir a los oasis de París o Madrid. Se queja, pero no tiene valor para empezar una nueva vida.
Pero sí para realizar cada noche el electrizante vuelo del pájaro desde una altura de siete metros. Lo realiza siempre con la misma preocupación: que sus colegas la dejen caer para quitársela de encima. No ha ocurrido. Mas quién sabe. En el "paraíso
bajo las estrellas" todo es posible.
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