Cuba y Chile: dos modelos, dos resultados
Lic. Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, enero - Con las recientes elecciones, la República de Chile eligió por tercera ocasión su Presidente tras la tenebrosa dictadura de Augusto Pinochet.
Como en los dos anteriores, ganó los comicios el candidato de la Concertación por la Democracia, alianza de partidos que agrupa a socialistas, demócrata cristianos, radicales y otras formaciones progresistas. En esta oportunidad, el vencedor fue Ricardo Lagos, graduado en
Derecho y Economía, un reconocido y experimentado político, de larga trayectoria socialista.
El proceso electoral, aunque apasionado y cerrado, terminó en una segunda vuelta con el abrazo entre Lagos y su rival Joaquín Lavín, representante de las fuerzas de centroderecha; una prueba de que, pese a las dificultades aún por vencer, los chilenos van dejando atrás
los odios y rencores legados por el pasado y se disponen a seguir su avance con paso firme.
Este proceso de reconciliación nacional constituye un magnífico ejemplo que enseña el camino a los cubanos, hoy acorralados por una crisis insoluble sin consenso ciudadano.
El modelo chileno, a pesar de las tareas inconclusas, como el cambio de elementos de su actual Constitución, marcada por determinados aspectos antidemocráticos dejados por el pinochetismo, no sólo ha cosechado éxitos en el plano político, sino también en
lo económico y social.
El producto interno bruto (pib) chileno creció en los años 1991-1998 a una espectacular tasa anual promedio del 7,0%, mientras que Latinoamérica y el Caribe lo hizo en un 3,6%. El pib por habitante, un indicador más valioso, aumentó un 5,3%, prácticamente
tres veces lo logrado por los países de la región en igual período. Debido a este sostenido crecimiento, el pib a fines de 1998 era superior en más de un 70,0% al obtenido en 1990, habiéndose creado una estructura productiva altamente eficiente, donde el Estado
como ente coordinador ha jugado un papel muy activo.
En cuanto a los objetivos sociales, se aprecian progresos. Los niveles de pobreza se han reducido a raseros que resultan una meta para muchos países. La tasa de desempleo de dos dígitos a principios de los años 90 descendió a cifras que oscilaron entre el 6,0 y el
7,0%, más bajas que las que puede mostrar la mayoría de las naciones de la zona.
No obstante, las propias autoridades chilenas reconocen que en el campo social queda mucho por hacer, ya que, aunque se ha progresado, los frutos no siempre se han distribuido equitativamente, por lo que una de las tareas más acuciantes del nuevo equipo gobernante será la creación
de condiciones para una repartición más justa de las riquezas entre toda la población.
Chile, como gran parte de los países latinoamericanos y del Caribe, no creció en 1999, lo cual ocasionó efectos indeseables sobre el empleo. Esto fue motivado por la incidencia adversa sobre su economía de la crisis financiera del Sudeste asiático, coyuntura
que no pudo evitar, dados sus enormes vínculos con esa área, como hiciera años atrás con el "efecto tequila", cuando consiguió ser de los pocos países que resultaron prácticamente incólumes.
Sin embargo, al parecer, con la recuperación de los países del Sudeste asiático, también en Chile están emergiendo evidentes signos de relanzamiento, estimándose que en el 2000 su economía volverá a los carriles del crecimiento.
Esta situación contrasta con el panorama cubano, donde la crisis afecta todos los aspectos de la vida nacional. Al contrario del dinámico desarrollo del país austral, el pib de Cuba a fines de 1998 representaba el 77,6% de lo alcanzado en 1990, según cifras oficiales
y, de acuerdo con los acontecimientos, pasarán varios años hasta que pueda llegarse al nivel de entonces, por cierto nada satisfactorio.
Así, al tiempo que Chile progresa y enfrenta exitosamente los desafíos del mundo actual por la senda de la democracia, Cuba, con sus amplios recursos productivos, humanos y materiales, continúa rezagada y aislada, víctima de un modelo estalinista que la ha conducido
al desastre.
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