CUBANET ...INDEPENDIENTE

25 de enero, 2000



El mundo siguió girando

Iván García, Cuba Press

LA HABANA, enero - El viejo mito de que el planeta desaparecería al comenzar el 2000 no se cumplió. Al traspasar las 12 de la noche del día 31 de diciembre, todo el mundo estaba de fiesta. La Habana no fue una excepción, aunque fue un fin de año opaco.

En Ciudad México, Nueva York, París y en Nueva Zelanda, primer lugar de la Tierra en arribar al nuevo año, con júbilo celebraron el siglo de los tres ceros.

También con escepticismo. De un momento a otro se temía por el Y2K -la falla del milenio- hiciera falta de presencia en las computadoras y el mundo no sólo se detuviera, sino comenzara a retroceder.

No sucedió. Todo transcurrió con normalidad. El optimismo venció a los malos presagios. En esa isla del Caribe llamada Cuba la gran apoteosis no se produjo.

Tres días antes de que terminara 1999, el gobierno decantó la polémica: para Cuba el fin de siglo y de milenio no es este año, sino el 31 de diciembre del 2000.

Por tanto, no había razón para grandes festejos ni conciertos gigantes. La celebración quedó reducida a la cruzada en favor de la liberación de Elián, el niño de 6 años que sobrevivió a un naufragio en el Estrecho de la Florida y ha provocado un gran litigio entre cubanos de Miami y de la isla: a ver quién se queda con el menor.

Millones de fotos, pancartas y pulóveres, más una estresante campaña de publicidad por la radio, la TV y los periódicos fue desatada por el gobierno cubano en pro del regreso de Elián.

En su inmensa mayoría, los cubanos creen que les asiste la razón a las autoridades, pero no justifican la delirante propaganda. Opinan que se debió acordar una tregua el fin de año. Y celebrarlo como Dios manda.

El racionamiento estatal sólo ofreció media libra de carne de res de pésima calidad en la ciudad de La Habana. Con esa magra porción Mayté Cardoso, 45 años, obrera, divorciada y madre de cuatro hijos, preparó un picadillo que ofreció a los suyos junto con frijoles negros, arroz blanco y ensalada de tomates. Esa fue la cena del 31 de diciembre.

Los cinco comieron alumbrados por las luces intermitentes de la guirnalda del arbolito navideño, mientras en el viejo televisor ruso en blanco y negro, marca Krim 216, pasaba el filme norteamericano La revancha, protagonizado por Mel Gibson.

Así esperaron el 2000. Fue triste. Nunca pensé que un siglo que se me antojaba lejano y mágico lo esperara tan humildemente, dice Mayté. Ella no recibe dólares y su salario de 280 pesos no alcanzó para comprar turrones, sidra, champagne, carne de cerdo, uvas y manzanas, como hubiera deseado para celebrar un siglo que se le antoja de ciencia-ficción.

La media en Cuba se la agenció para comprar un pedazo de carne de puerco para su cena del 24 y del 31 de diciembre. En la capital hubo dos ofertas: una estatal, a 10 pesos la libra, con enormes colas pese a que la carne se veía vieja y de mala calidad, y otra, a 25 pesos la libra, en los mercados agropecuarios, más fresca y con menos grasa.

En uno u otro mercado la gente común compró el cerdo, los frijoles, ensalada, plátanos macho o yuca, y prepararon el tradicional menú de fin de año en Cuba. Para beber, en la mayor parte de los hogares la sidra y el champagne fueron sustituidos por el ron de cuarta categoría, vendido por el Estado a 20 pesos el litro.

Una minoría tiró la casa por la ventana. Y compraron carne de res a 16,50 el kilogramo en los diplomercados; turrones españoles a cuatro dólares; cerveza Heineken a dólar la lata y manzanas a 0,50 centavos cada una. Para descorchar a las 12 de la noche sidra española El Gaitero o champagne francés, acompañado de 12 uvas percápita, como antaño.

A ésos no les importó al día siguiente amanecer sin un centavo. ¡Qué carajo, hay que disfrutar el nuevo siglo. A fin de cuentas, todos los nacidos en el siglo XX moriremos en el XXI, dice Juan Gómez, 52 años, ingeniero, mientras se da un trago de ron Havana Club con 7 años de añejamiento. Gómez tiene una extensa familia en E.U. y en diciembre, en total, le enviaron 600 dólares.

Con esa cantidad compró ropa para su mujer y su hija, pintó la casa y compró comida buena, y cara, que no había consumido en el año entero. El primero de enero amaneció con dos dólares y 80 pesos en el bolsillo, pero alegre. Con su apartamento pintado de verde y bailando al ritmo del último cassette de Los VanVan: Que no molesten al negro, que el negro está cocinando.

Después, muchos como Gómez verán qué pasa. Es normal entre los cubanos vivir al día y gastar más de lo que pueden.

Por lo pronto, el lunes 3 de enero, Gómez, con la resaca, volvió a su desesperante rutina. Que comienza a las 6 de la mañana en la cola del camello M-7, para dirigirse a su empresa, en las afueras de La Habana. Mas esta vez la hora de cola se le fue rápido: en la fila había un colega. Y todo el tiempo se la pasaron hablando de ágapes, jolgorios y el buen ron tomado.

Es el axioma del cubano: recordar el pasado, vivir el presente y no pensar en el futuro. A pesar de haber gastado todo el dinero, Gómez y su amigo estaban satisfechos. Porque, al menos, el mundo no se acabó.



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