CUBANET ...INDEPENDIENTE

24 de enero, 2000



Aquí el que paga soy Yo

Carmenluisa Pinto Pereira, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, enero - Hacía años, muchos años -como en los cuentos de hadas y duendes- que los municipios de la ciudad de La Habana daban la impresión de ser la real imagen de una ciudad de postguerra. Con sus excepciones, cual toda regla, emergían los municipios bilingües como Playa, y los fantasmagóricos como la Habana Vieja, que en este tránsito -para no usar los términos "cambios" ni "transición"- hacia sabe Dios dónde, remozarlos era una táctica necesaria para evitar la huida de los nuevos asociados.

A modo de reflexión ingenua confieso que fueron estas cuatro décadas tanto tiempo de indetenible deterior que los del patio comenzamos a encontrarle sus encantos al desastre. Cuántas veces, al despertarnos de esos pestañazos que quién no ha tirado en los monstruos rodantes cuando logra sentarse, nos creímos, ante una ruinosa esquina del Cerro, Centro Habana o 10 de Octubre, que estábamos frente al Partenón.

Claro, un Partenón en su concepto criollo y caimánico, donde no se observa el propileo, no es de mármol pentélico, tiene una pérdida severa de sus columnatas que no son puramente dóricas y sus frisos no están en el British Museum de Londres, permanecen en el lugar, entre los escombros, custodiados por los roedores y caninos hambrientos y sarnosos.

Sin embargo, hace unos días, al despertar -no en el monstruo rodante, sino en micasa- al abrir las ventanas noté que mi cuadra estaba siendo invadida por cuadrillas que, por la investidura, podía deducirse fácilmente que eran pintores de brocha gorda.

Venían en franca intención de ocupar sus posiciones, tomar las fachadas por asalto, para remozar el hábitat de los vecinos. La acción incluía edificios y casas particulares. La edad promedio de los trabajadores era 21 años, lo cual no dejó de llamarme la atención, por cuanto nuestros jóvenes no se inclinan muy fácilmente a esos oficios.

A la voz de "Ahora venimos para acá", que me dirigió uno de los integrantes de la tropa, me enteré de que mi pequeño subterráneo estaba incluido en la orden que mucho después supe había dado Lazo, lo cual le agradezco -no sin dudas, sino a pesar de ellas- porque esta escalada de guerra avisada por la tropa es un alarde bélico de "dicho y hecho" no traía mando responsable. Cuando empecé a indagar, las respuestas fueron:

- que era obligado reparar y pintar, pero sólo la fachada

- que el Estado pagaba el 70% y yo el 30

- que sólo pintaban paredes, porque no tenían pintura para ventanas y puertas.

Requerí entonces la presencia del mando superior, para satisfacer ya no solamente la lógica curiosidad de un propietario, sino la lógica necesidad del que sabe que no recibirá servicio gratuito y por ende tiene que entrar a analizar su presupuesto.

Decidí que hasta que no tuviera claro estas cuestiones capitales, no permitiría que comenzaran el trabajo. Varios días después, cuando mi manzana era ya un hervidero de marmolina -nombre que recibe el polvo que pinta y que viene envasado en sacos de cemento- vino la persona que podía suministrar los datos. Al fin se ponían los bueyes en el lugar que corresponde, delante de la carreta.

Para nuestra sorpresa, repitió lo mismo que había dicho la tropa, suprimiendo tan sólo lo imperativo del hecho, ¡afortunadamente! Nos informó que la casa se tasaba completa y yo pagaba la mitad. ¿Cómo la mitad? Mi casa comprende la tercera e ínfima parte del inmueble. Vivo en la planta baja y la casa de los altos tiene dos pisos, ¿cómo iba yo a pagar igual a mi vecina? La respuesta fue tajante: "Tenía que ser así, porque estaba estipulado por ley para las áreas comunes". ¿Cuáles eran esas áreas comunes? El silencio sin comentarios y un encogimiento de hombres fue la respuesta más convincente de mi interlocutora.

Continué tratando de saber entonces cuánto importaba esa irremediable mitad en el contexto del 30% que debía pagar yo en mi inevitable, al parecer, condición de contratante. Supuse que medirían la casa, que luego multiplicarían los metros cuadrados obtenidos en la medición por el precio de un metro cuadrado de pintura. A la cifra obtenida le hallarían el 30% y al resultado lo dividirían entre dos para obtener al final lo que importaba mi mitad. ¡Pobre Pitágora!

Los metros se deducen "a ojo", el precio se calcula "a mano alzada", oscilando entre mil, mil y pico, pagaderos en un año. El contrato -producto del tanto trabajo de la misma interlocutora, que tiene que buscar, según ella, hasta el papel para los mismos- no importa. Se pinta primero y después se hace y se firma.

No he pintado y no porque esté en contra del mejoramiento de mi casa, mi cuadra, mi ciudad y mi país, al contrario. Pero me resulta algo totalmente absurdo autorizar un trabajo que no sé de antemano lo que puede costarme. Es como tomar un taxi de los arrendados, sin saber cuánto me va a cobrar por la carrera.

Pero además, es una cuestión del más elemental respeto ciudadano, cosa que también necesita de un remozamiento urgente y priorizado. Que se tenga en cuenta, cuando se acometen tareas como la que ahora les ocupa, lo necesario que resulta que las informaciones lleguen a su debido tiempo, por el funcionario adecuado y conocedor de la actividad; que los cálculos se hagan con exactitud y transparencia; que se pongan de inmediato en conocimiento del interesado; que cada cual pague por lo que realmente le corresponda; que pueda escoger el producto que se vaya a utilizar, al personal que va a tener dentro o alrededor de su casa y el momento que considere más oportuno para la realización del mismo. Porque lo que no puede olvidarse es que el que paga soy Yo.



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