Entrada en el juego
Germán Castro, Cuba Press
LA HABANA, enero - Que los cubanos somos hiperbólicos no es noticia. Hasta nuestra manera de hablar nos delata. Lo hacemos en voz alta, con gestos abundantes y como si estuviésemos siempre en una tribuna, donde en verdad se decide el destino del mundo. Llave de las Américas,
Primer Territorio Libre de América, Perla de las Antillas... son sólo denominaciones que pueden servir de referencia.
Y como es algo que tiene su origen incluso en el ideario del propio Martí, cuando la Revolución lo retoma produce una conmoción, a tal punto que puede asegurarse que gran parte del poder movilizativo que ha logrado tiene su combustible en esa vanidad nacionalista o
cubacentrismo, mezclado con el sentimiento de nación.
Así, nos convertimos en el "primer" país (o potencia) de muchas cosas, al mismo tiempo que nos lanzamos (o nos lanzaron) a una carrera de fondo para competir con jugadores de alto rendimiento que, por añadidura, conocen muy bien el terreno, si bien lo hemos hecho
haciendo una trampita importante: utilizamos otra pista, que no la establecida. Una pista adaptada a nuestras discapacidades: la pista del bloque soviético. Pero la ilusión de que íbamos al frente, aunque en silla de ruedas, era lo que contaba.
Somos exagerados, en fin, hasta en nuestros autoengaños e interinidades.
Y con ello hemos comenzado el 2000: Dando brazadas en el aire y hablando a voz en cuello, con ínfulas cósmicas y sin reparar en gastos. Y todo se hace, según nos dicen, "para la Historia". Al menos ése es el cartelito que ondea en la punta del iceberg. Pero
en las tres cuartas partes que no se ven está lo principal, y muchos lo "huelen". Ahí está, en primer lugar, el hecho de que la pista alternativa desapareció y ahora todos estamos en la misma frecuencia competitiva. Ahí está también el no
menos importante hecho de que, con el bloque soviético, desapareció el encanto "socialista", y el hiperbolismo consustancial con el cubano perdió en cierta medida el sentido. Lo que viene a significar que esta superabundancia de manifestaciones políticas es, por
decirlo de algún modo, la manera criolla de entrar en el juego. Y si nuestra experiencia histórica actual tiene gran parte de su embrujo en la caja de Pandora del alfabeto, hoy reforzado con la tecnología inteligente, monopolizada por el estado ciento por ciento, es para que
nadie pueda interferir en esa carrera y ver las fallas y discapacidades del equipo.
Visto desde este ángulo, podría suponerse que es una cuestión de higiene ética. Pero, como escribiera Robert Musil: "La tesis de que un gran consumo de jabón demuestra especial limpieza no es aplicable a la moral, donde es más justa la otra
proposición: que una exagerada manía de lavarse no indica una conciencia muy limpia" (1).
Y, por la forma en que mi país entra en ese juego, parece cierto.
(1) "El hombre sin atributos", Roberto Musil (Austria, 1880-1942), Edit. Seix Barral, Tomo I, pág. 300.
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