La industria cubana de bebidas alcohólicas
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, enero - Fue don Facundo Bacardí, catalán de origen radicado en Cuba, persona acostumbrada a los refinamientos de aquel continente, quien a mitad del siglo XIX libró el ron -bebida alcohólica surgida a partir de la caña de azúcar- de su fuerte
olor y penetrante sabor, al despojarlo de sus impurezas más marcadas.
Al cabo de muchos años y después de reiterados estudios, fracasos, reflexiones y nuevos intentos, don Facundo Bacardí alcanzó, al fin, descubrir una metodología secreta hasta hoy, para la elaboración de distintos tipos de rones.
El nuevo procedimiento, conjuntamente con la calidad de la materia prima empleada, trajo como consecuencia un magnífico licor que conquistó rápidamente los mercados nacional e internacional. La razón social Bacardí obtendría fama e inserción
mercantil a nivel mundial entre sus competidores, y mantuvo en alto su remoto origen.
Es justo señalar que la empresa Bacardí fue una de las instituciones comerciales privadas que no sólo influyó notablemente en el desarrollo de la economía nacional, sino también contribuyó al despegue cultural de nuestra sociedad.
Si sus fundadores elevaron el prestigio de los productos cubanos, abrieron espacios en el mercado mundial y extendieron sus posibilidades comerciales en América y Europa, sus herederos construyeron uno de los mejores museos de Ciencias Naturales del país, una biblioteca pública
con 100 mil volúmenes y la Escuela de Bellas Artes. Todas con asiento en la capital oriental del Archipiélago.
La historia de este complejo empresarial se vería bruscamente interrumpida en los primeros años de la década de los 60, al sufrir el mismo destino que cientos de grandes empresas privadas registradas en el territorio nacional: ser confiscada por las autoridades cubanas, sin
respetar la justa indemnización que, por derecho, requerían sus legítimos dueños.
Pasaron algunos años y fueron otros los dueños de este sector económico. El ron cubano destinado a la exportación conservaría aún aceptable calidad y bajos precios, lo que le permitió irrumpir al marco de la libre competencia intercontinental. No
ocurriría lo mismo con los rones destinados al consumo nacional. Los que conservan un mínimo de calidad, mantienen precios excesivos -una botella de marca cuesta entre 75 y 60 pesos, para un salario medio mensual nacional de 213 pesos, según reportó la administración
de Castro al concluir en año 1999.
Mención especial merecen los rones a granel o sin marca vendidos en los bares y cantinas del país. A esta categoría pertenecen los brebajes obtenidos por cualquier químico improvisado: "chispa de tren", "matarrata" y "azuquín". Lo
mismo aparecen en los establecimientos estatales -previa adulteración de su contenido por los mismos empleados- que en alambiques caseros. Sus precios por unidad son más económicos que los embotellados y con marcas, pero oscilan entre 20 y 25 pesos.
Varios psicólogos y sociólogos, tanto nacionales como extranjeros, atribuyen -y no sin razón- al consumo de estas mezclas, entre otros factores, el elevado índice de suicidios no reportados oficialmente en Cuba, pero sí recogidos en muchos cuerpos de guardia médica
del país.
Nuestros compatriotas ingieren bebidas alcohólicas como cualquier pueblo del mundo. Correcto. Es su derecho. Claro que al hacerlo deben pensar que en nuestro caso, no sólo lograremos celebrar una fecha, recordar un hecho especial agradable, mitigar una pena o borrar un mal
recuerdo, sino que además corremos el peligro de sustraernos definitivamente de este mundo en que vivimos... por la calidad de los rones que mayoritariamente degustamos en la Mayor de las Antillas.
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