Carilda: el juego serio de su vida
Tania Díaz Castro, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, enero - Se iba el año 1978. Dirigentes del sector de la cultura en Matanzas, provincia occidental de Cuba, visitaron la casa de la escritora Carilda Oliver Labra. Tenía entonces 56 años. Llevaban la orden expresa del Gobierno de Fidel Castro de "descongelar"
a la afamada poetisa matancera, confinada a un "exilio interno" por espacio de casi dos décadas.
Imaginarme lo que pasó por su mente, cuando recibió el carné de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, no me es difícil.
A mí también me llevaron el mismo carné en abril de 1992. Se cumplían quince años de mi separación de ese organismo, sin que jamás pudiera conocer los motivos. Algo muy común en un régimen totalitario, donde se "congelan"
los intelectuales y se sanciona a dirigentes políticos con el "plan pijama". 1
Carilda era una de las escritoras más destacas del continente americano cuando Fidel Castro era apenas un estudiante universitario desconocido. En el año 1943 se edita "Preludio Lírico", su primer libro de versos. En 1947 obtuvo el segundo lugar en el Concurso
Internacional de Poesía organizado por la National Broadcasting Co. de New York. Tres años después recibe el Premio Nacional de Poesía con su libro "Al sur de mi gartanta", y posteriormente el Ateneo Americano de Washington le otorga el Premio Nacional por el
Tricentenario del nacimiento de sor Juana Inés de la Cruz.
Conocí a Carilda en 1958. Yo tenía 19 años. Por esos días se había escuchado su poema a Fidel Castro a través de la emisora Radio Rebelde, instalada en las montañas orientales donde se luchaba contra el dictador Fulgencio Batista.
Muchas veces la visité. Corrimos descalzas por el puente de hierro de su querida ciudad natal o la escuchaba decir sus poemas inéditos recién escritos en la penumbra de la sala de su casa. Como periodista de la Revista Bohemia le hice una entrevista en 1968 que fue vetada,
según su director, Enrique de la Osa, por "órdenes de arriba".
¿Cuál era la razón para mantener a Carilda en una especie de caja de hielo, ella que era toda pasión, que renacía por el amor del hombre?
Dicen que le criticaban su vestir femenino, el maquillaje a pleno sol y hasta la flor que ponía en sus cabellos. Porque Carilda se negó a usar botas militares de miliciana o hacer guardias, sentada en el quicio de la acera para vigilar la intimidad de los vecinos.
Si prefería un ejército, era el de sus gatos callejeros. Se empeñaba por ser ella misma y eso se lo criticaban. No deseaba cambiar su ternura por el odio, ya puesto de moda. Se complacía mirándose al espejo y sonreír como una simple mujer de paz, de
silencios. Se negó a asirse a una estrella fugaz de comandante porque prefería la inmensidad del cielo estrellado.
Carilda es hoy la misma que conocí. Por eso su alma no enfermó, nunca. Admiramos de ella su libertad individual de entonces, su valentía al tomar una posición indiferente. Si hoy se equivoca o no, es su derecho. ¿Quiénes somos para censurarla en su
desamparada vejez?
Esta hermosa mujer, que todavía escribe y ama, que recorre largas distancias en su antigua casa de estilo colonial, que disfruta de su patio lleno de gatos y plantas, que nunca ha dejado de estar enamorada, jamás recibirá indemnización que repare el daño
padecido.
Ni homenajes o salarios altos, ni premios importantes o simplemente cien dólares mensuales. Nada borrará la mancha, el horror, el oprobio.
Carilda ganó en el juego serio de su vida. Demostró que ella era quien tenía la razón. Esa fue su venganza. También la mía.
(1) Todavía se pone en práctica esta especie de castigo que consiste en obligar al "sancionado" a permanecer en su casa durante años, sin trabajar y percibiendo su salario. regresar
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