Angeles y demonios
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, 17 de enero - En nuestro planeta ocurren simultáneamente cosas buenas y malas de manera casi permanente. En ocasiones, podríamos pensar que ese equilibrio se debe a que ésta es una de las formas con que el hombre logra alcanzar su perfeccionamiento espiritual y
no tiende a acomodarse, en el supuesto de que todo fuese bueno; pero tampoco debe convertirse en un pesimista ante la vida si, por el contrario, fuera malo todo lo que nos rodea.
Existen teorías muy bien fundamentadas teológicamente, en las que se afirma que los vicios, placeres y demás bajas pasiones son obras que están estimuladas por los demonios y actúan sobre los hombres -y mujeres también- de poco desarrollo espiritual.
Por esos mismos principios también se debate que las buenas acciones, el amor al prójimo y las rectificaciones ante los pecados cometidos son procederes auspiciados por ángeles buenos y bondadosos. En cualquiera de los casos -dicen- por encima de estos hechos se encuentra el
vigilante Ojo de la Providencia, quien no permite se sobrepasen los límites extremos. De romperse éstos, el camino que lleva al hombre hacia su iluminación trascendente, quedaría interrumpido.
De modo que, donde quiera que se mueven las criaturas racionales, su medio queda impregnado de actos, hechos, procedimientos y actitudes malos y buenos. Ejemplo de los primeros los encontramos en enfermedades como el sida, el cáncer y las epidemias; las guerras que provocan los mismos
hombres; problemas sociales como el narcotráfico, la delincuencia, la prostitución y la pornografía; el surgimiento de la URSS y el establecimiento forzoso de regímenes totalitarios de izquierda, así como de dictaduras militares que ocupan el otro extremo de la
escala, entre otros.
De las segundas, podemos señalar los esfuerzos que realiza la humanidad y, en particular los científicos, para erradicar esas mismas enfermedades consideradas incurables; el imparable desarrollo científico-técnico y la prosperidad que conlleva; las cruzadas y acuerdos
multilaterales para conservar el medio ambiente en que vivimos; la adopción de medidas extremas para combatir actitudes sociales excluyentes como las ya mencionadas.
Si nos detenemos un poco, observaremos que en todas las manifestaciones en que se proyecta el hombre, se establece un perfecto equilibrio entre lo bueno y lo malo, lo angelical o lo demoniaco. Sin embargo, en Cuba este principio no se cumple. Aquí tenemos un régimen totalitario
arrellanado en la cima de la sociedad, sin dejar espacio para nada ni nadie. Malo. Sufrimos apagones casi a diario y el transporte no podría ser más deficiente. Malo también. Los servicios hospitalarios deficientes y sin apenas medicamentos. Malísimo. La educación
marxista en la primaria (quiéranlo o no sus padres) y sólo para los revolucionarios la superior. Remalísimo. Los salarios bajos y el costo de vida muy superior a la economía familiar. Horrible. Los nacionales sufrimos en nuestras propias carnes la separación entre
extranjeros y cubanos, y entre nacionales con dólares (los menos) y los que no los tienen (la inmensa mayoría). Peor.
Un análisis reflexivo de la Cuba actual demuestra que tenemos un buen acumulado de cosas malas en el país, pero ... ¿dónde está el equilibrio? Y las buenas, ¿dónde radican? O es que debemos llegar a la infeliz conclusión de que este pedazo de
paraíso tropical se ha convertido en hogar permanente y lugar de reposo para los demonios del mundo.
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