CUBANET ...INDEPENDIENTE

18 de enero, 2000



De acompañante: el miedo

Carmen Luisa Pinto Pereira, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, enero - Hace unos días escuché una conversación entre un opositor confeso -dado a conocer- y otro que aunque opuesto de facto no se atreve a serlo de jure, y eso que oponerse a algo es derecho inalienable que todo humano tiene por un elemental sentido discriminativo, esencia de la individualidad.

En aquella conversación, el confeso expuso sin discrepar con su interlocutor que coincidió plenamente con cada uno de los criterios escuchados, sus puntos de vista. Expresó entonces cómo trataba, junto a otros muy semejantes, de ganarse un espacio legítimo en la vida civil para un mejoramiento económico, social y político de la Nación desde su óptica, que puede estar equivocada, pero es la que ostenta un determinado número de ciudadanos y por ende merece ser escuchada, dialogar con ella y llegar entre todos a un consenso cargado de un positivismo integracional que es representativo de modernidad ciudadana.

Puedo asegurar que lo escuchaba más que con deleite, con una especie de arrobadora admiración rayana en la más sana envidia. No era la causa del éxtasis que el disertante fuera de esos tipos carismáticos -que los hay- con madera de leader. El opositor era un simple ser franco y abierto. El quid de la cuestión andaba en que de manera clara decía lo que él otro callaba con obstinación por ese fenómeno tan instintivo como el miedo.

Yo estaba segura de que ésa era la real razón. Conocía ese frio que se siente en las corvas y asciende en rápida espiral hacia el abdomen intensificando la gélida sensación en el estómago... ¡hundiéndolo! para luego atravesar el tórax y galopar a campo traviesa sobre el corazón que amenaza con abandonar el pecho helado y asaltar las sienes con sus latidos sin freno.

Lo miré desde lejos con esa cierta sonrisa que produce la pena leve, la que no hiere, sino que solidaria por comprensión sabe de mejores tiempos.

Los sensibles mortales son temerosos innatos. Lo son por sensibles, por mortales, por cuerdos. El instinto de conservación es común en todos y a todos paraliza, inhibe, inquieta.

Pero también sé que el miedo, por histórico, nunca ha sido freno de las trascendentales decisiones del hombre. Cuando se toma conciencia del temor que frena y se compara con el temor a la realidad que asfixia, el miedo primero se acomoda, se asume y el miedo segundo se crecena, se combate.

Hay entonces un proceso racionalizador del miedo que lo hace lógico, coexistimos con él y lo entrenamos a fuerza de imaginación para lo peor. Es entonces cuando afrontamos de hecho y de derecho la condición humana a plenitud de consecuencias para no morir de miedo, que es como morir dos veces y una por adelantado.

Cuando el opositor concluyó la explicación de sus objetivos, el temeroso le lanzó sin pensarlo la pregunta que yo esperaba desde hacía ya un buen rato: ¿No tienen miedo ustedes? Entonces fue el otro, el opositor, quien a mandíbula batiente relajó tensiones y respondió con esa sencillez de la razón natural: ¡Mucho!. Y continuó:

El miedo nos acompaña a toda hora, es una sombra permanente que no nos deja un solo un instante, pero de tanto andar juntos al menos ya sabemos, si llegará el momento, que no estaremos solos.



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