Bienvenida a la esperanza
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, enero - Miles de cubanos se encuentran enfrascados en la construcción de medios propios de transporte marítimo, confiados en que Castro -a pesar de su negativa pública- abrirá una vez más sus fronteras al éxodo de cubanos con destino a los
Estados Unidos, si no se soluciona en breve, y favorablemente a sus cálculos, el caso del niño Elián.
Los planes toman diversas formas en las calles y hogares, cafeterías y bares, tertulias públicas y privadas, reuniones familiares y entre colegas de trabajo. Se discute si deben o no utilizar motores adaptados para reducir los esfuerzos físicos, aunque se corra el albur de
ser detectados por medios técnicos desde los primeros momentos. Algunos defienden variantes con velas. Otros opinan que los medios a utilizar deben ser largos, anchos y con poca altura, para evitar zozobrar. En fin, para gustos existen opciones. Todos insisten en evitar materiales que puedan
ocasionar ulteriores acusaciones por desvío o sustracción de recursos estatales.
Fundamentan sus aspiraciones en que, históricamente, al producirse una agudización en las endebles relaciones entre ambos gobiernos similar a la actual, la respuesta de la administración cubana ha sido en esa dirección. Así ocurrió cuando Camarioca,
Matanzas (1964). Se repitió con las salidas múltiples por el Mariel, Pinar del Río (1980), luego de la ocupación de la Embajada de Perú en La Habana, por unos 11 mil cubanos desesperados. Sucedería nuevamente en agosto de 1994, dando lugar a la crisis de los
balseros, después de las explosiones sociales ocurridas ese mismo mes en los municipios habaneros de Centro Habana y Habana Vieja.
Como resultado de estos tres desplazamientos masivos pudieron abandonar el país alrededor de 400 mil cubanos de todas las esferas sociales y profesiones, en forma insegura y sin regulaciones oficiales del país receptor. No incluimos las decenas de miles de compatriotas que por vías
similares han llegado a esa nación en calidad de repatriados a lo largo de estas cuatro décadas, ni otros tantos miles que han perecido en tan arriesgado intento.
Al fin, en 1995, ambas administraciones se sentaron por primera vez a discutir sus diferencias migratorias. El resultado es conocido: Concesión por los Estados Unidos de al menos 20 mil visas anuales para residentes permanentes. Cuba se comprometía a no estimular o propiciar
situaciones como las que dieron lugar a las conversaciones. Los Estados Unidos anunciaron consideraría hechos similares futuros como actos hostiles a su seguridad nacional.
Muchos castrólogos -estudiosos de la personalidad del líder cubano- opinan que esas válvulas de escape se abren por éste sólo cuando se percata de que está al borde de una crisis de mayor vuelo en el país. La experiencia indica a los estudiosos
que esto puede ocurrir en períodos de 15 años aproximadamente. La última -señalan- sucedió hace apenas 5 años. La próxima, de producirse, consideramos no es inminente. Y eso, si no respetan los gobernantes cubanos los acuerdos migratorios con los
vecinos del Norte.
Deseamos hacer un llamado a la reflexión responsable y desapasionada. No es la vía ilegal el mecanismo establecido por las autoridades de ambos países para abandonar el Archipiélago. La probabilidad de llevar la aventura a feliz término es mínima. Sin
embargo, los riesgos de perder la vida en ésta son enormes. Además, la guardia marítima norteamericana observa una estrecha vigilancia de sus costas, lo que implica es posible sean localizados, interceptados y devueltos a Cuba, si tienen suerte de ser rescatados.
Sabemos que los pueblos pierden la paciencia cuando se ven envueltos, años tras años, en el vértigo de las desgracias. Pero no es ésta la forma en que debemos darle la bienvenida a nuestras esperanzas.
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