CUBANET ...INDEPENDIENTE

14 de enero, 2000



Guardar silencio

Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, enero - Guardar silencio puede, a veces, ser la salvación. Puede, a veces, hundirnos para siempre. Puede, asimismo, hacernos cómplices de un crimen. Guardar silencio es una de las opciones más difíciles del hombre. El silencio protege y mata.

Sé de hombres que han muerto por guardar silencio. Y sé de otros que han muerto por no guardarlo. La responsabilidad por el silencio es siempre peligrosa. La circunstancia en que se halla el hombre es determinante. Hay momentos en que callar es la única solución, y momentos en que callar es el único error. Hablar o callar es una espada surcando el aire.

Adagios sobre el silencio sobran. Me vienen al recuerdo aquél de los abuelos: "Quien poco habla, poco yerra"; no olvido aquel otro: "La palabra es plata, pero el silencio es oro". Siempre el silencio y la palabra como dos contrincantes eternos e irreconciliables. Hay quienes hacen de la palabra un oficio, o peor, un vicio. Hay quienes hacen del silencio un valladar, o peor, una máscara. Sin embargo, elegir entre el silencio y la palabra, y acertar me sigue pareciendo un albur riesgoso.

No obstante, en política, el silencio parece ser la muerte. Es como si los hombres y las ideas sólo existieran en la palabra. Se amontonan discursos y se elevan tribunas: se ataca y contrataca, se anula y se enaltece, se usa y se desecha, se enloda y se abrillanta, se disiente y se aúpa, se socava y se apoya; lisonjas y diatribas son una danza insana donde nunca se anuncia el paso que le sigue. Entre piropos y catilinarias discurre la política. El silencio es la muerte. Y entonces fulgura, según el viento que la bata, la llama que parece ser su única máxima: "bien o mal, pero hablen".

Cuba lleva cuarenta y un años en el bamboleo de la palabra. Cuando no ha sido el escándalo por la crisis de los misiles, ha sido la algarabía por la visita del Santo Padre; cuando no ha sido la alharaca por la muerte del Che en Bolivia, ha sido la algazara por la Cumbre Iberoamericana; cuando no ha sido el alboroto por el caso Ochoa, ha sido el bullicio por el caso Elián. Nunca ha faltado el motivo para elevar tribunas, amontonar discursos. De ello se ha alimentado la política cubana. A falta de verdaderos, sólidos, palpables resultados económicos y sociales, ha atiborrado a la población de fervores políticos que le hagan olvidar su status real. Un pueblo que no termina una campaña política para iniciar otra no tiene tiempo para pensar en las penurias cotidianas. Un pueblo al que se le impone la batalla política como único hecho trascendente, se le obliga a pensar que sus asuntos personales carecen de importancia. A un pueblo al que se le hace creer que lo único valioso es "salvar la patria, la revolución y los logros del socialismo", usando para ello un constante ajetreo político, le matan la capacidad de pensar en el individuo. Y entonces el pueblo es una masa ciega, enajenada, enardecida que sólo quiere hablar de lo que está imbuida para, por lo menos, de ese modo, existir.

Quisiera un día amanecer sin pancartas, sin consignas, sin vítores, sin tribunas, sin discursos; amanecer como un ser común, sin importancia histórica, sin relevancia política, sin renombre internacional; ser un hombre sencillo que recita a Tagore y se estremece, que oye el parte meteorológico y teme por la lluvia; un hombre sencillo que piensa en comprar una flor para su esposa, un juguete para su hijo; un hombre sencillo que vaga junto al mar y escucha el dulce concierto de las olas; amanecer un día sin el tenso redoble de próceres y mártires, sin el denso aluvión de torcidas retóricas, sin tumultos ajenos a la vida sencilla; amanecer un día y ver que el silencio se ha hecho sobre mi país, que ya no somos el ombligo, más bien la lengua, del mundo, y vivir como un hombre con modestas costumbres, pequeños sueños personales, guardar silencio y morirme tranquilo para saber, por fin, si es verdad que los ángeles cantan.



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