¡Hey, mister, good cigars!
Miguel Angel Ponce de León, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, enero - En esta vieja Habana, renaciente gracias a la terquedad del Historiador de la Ciudad, agonizante por el desamor que el poder manifestó hacia ella durante décadas, aún en pie debido al excelente trabajo realizado por artesanos y arquitectos,
fundamentalmente españoles, proliferan los vendedores de "buenos puros cubanos".
En menos de ciento cincuenta metros a la redonda del Palacio de los Capitanes Generales existen varias "cuevas" o lugares donde se almacenan las cajas de los "insuperables Cohibas" y los "delicados Montecristos". Las fábricas, por diferentes motivos,
principalmente por el de seguridad, están diseminadas por toda la ciudad. Son casas particulares donde se hace desde el ensamblado de las cajas hasta el torcido de la hoja.
El "Chenche dólar" que antes el turista escuchaba a cada paso, con las casas de cambio desapareció. Ahora el pregón más común expresado entre dientes y cada dos metros es: "gud cigars". Si el foráneo duda, inmediatamente es acosado y
arrastrado hacia terceros lugares. Ni fábricas ni cuevas. Casas particulares, galerías de pinturas naïve o cuchitriles donde se vende artesanía. Los extasiados ojos del turista quedan fijos en las cajas de falsos Montecristos o falsos Cohibas con precios que no suben
normalmente de veinticinco dólares.
Generalmente, estos verdaderos puros falsos son de buena calidad y con precios muy inferiores a los de las tiendas especializadas. Si el poseedor de los dólares quiere comprar, el ofertante se mueve hacia una de las "cuevas" más cercanas para traer de ella la marca y la
cantidad de cajas seleccionadas.
¿Y por qué no? Ante el desbarajuste económico sufrido por el país, ésta no es una de las actividades ilegales más dañina a la sociedad. No olvidemos que en el mismo perímetro de ciento cincuenta metros alrededor del Palacio de los Capitanes
Generales, y ante las narices de las autoridades, se mercadea con mariguana, cocaína y menos visiblemente con la prostitución.
Lo intrigante en este negocio de la falsificación de las mejores marcas de tabaco está en cómo obtienen los dueños de las "fábricas" las cajas de perfumado cedro, las maravillosas litografías, en algunos casos a relieve y ornadas en oro, las
anillas de los puros, los sellos y hasta los comprobantes de compra para que la mercancía adquirida pueda salir por las aduanas del país.
Otro aspecto de interés se refiere al conocimiento que tienen las autoridades sobre aquellos individuos que ofician como vendedores ilegales de uno de los rubros económicos más importantes de Cuba. En general, estos personajes poseen otras artes paralelas. Entre éstas,
la chivatería o delación, ser miembros de las Brigadas de Acción Rápida o ambas a la vez.
Obviamente, la falsificación del tabaco de marcas reconocidas no es la única vía creada por la imaginación popular para sobrevivir la catástrofe que significa trabajar todo un mes por el salario equivalente a un kilogramo de pollo, un litro de aceite de
girasol, un pequeño paquete de detergente, un desodorante y un jabón de baño. Otras vías son la falsificación del ron Havana Club, el café Cubita o la inserción de mercancías en los negocios estatales de venta en divisas. Las ganancias se
reparten entre el privilegiado trabajador que labora en estas tiendas y quien consigue tales productos.
Todo esto sucede en el resto del país, pero es más intenso el "trapicheo" en este radio de ciento cincuenta metros alrededor de la oficina de uno de los más celosos restauradores y conservadores de una de las más bellas y extensas ciudades coloniales de América
Latina: Eusebio Leal, quien en su andar La Habana hace efectivo aquel refrán que reza que el ojo del amo engorda el caballo.
¿Por qué no comprar entonces en sólo veinticinco dólares -si se regatea hasta en quince- una o varias cajas de buenos habanos Cohibas o Montecristos, aunque sean falsos? ¿A quién realmente le importa?
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