En el reino de las evidencias
Germán Castro, Cuba Press
LA HABANA, enero - No es nada novedoso. El discurso político es la constante de todos los políticos. Ellos hablan y se supone que los demás acatan... y confían. Pero para eso están las evidencias. Por ello, cuando alguien no comprende por qué la Revolución
Cubana se yergue aún en el Caribe, aunque sea como una imponente ruina, conviene advertirle: observe las evidencias. En Cuba sobran.
La primera tal vez sea el hecho de que la Revolución triunfó sobre una dictadura, lo que es ya un aval harto importante. Después continuó por el camino, no menos seductor, de las promesas, cuya "realidad" legisló de inmediato a través de
derogaciones y nuevas leyes que abrieron un campo de interés a la justicia social. Esto, unido al carisma también indiscutible de algunos de sus principales líderes, produjo el parto de esta lenta, extraña y abarcadora catástrofe. Todo en el momento oportuno y
apoyado indirectamente por una circunstancia cuya hostilidad sólo ha servido para justificar su naturaleza hostil.
Así llegamos al 2000, año casi mitificado por la imaginación de numerosos creadores y que, en cambio, nos ha sorprendido por su inesperada mediocridad, no obstante el sofisticado cosmético de los medios de comunicación con que se embadurna: esas verdaderas fábricas
de humo donde las ideologías se dan de trompicones. Modalidad de guerra, además, que rebasa las expectativas de los genios creadores más connotados y que mantiene al mundo en la niebla de lo que, sin duda alguna -al menos en muchas partes, que no en Cuba- es un exceso de luz.
De modo que, de nuevo, ahí están las evidencias. Sólo que ahora para indicar lo contrario. Glosando a Marx, diremos que se repiten, pero como comedia; y que lo hacen para probar la sinrazón de algo que, en su debut, pudo seducir por su "razón".
Basta con que pongamos un mínimo de esmero. Esas "pruebas" afloran por todas partes como "dientes de perro" en la superficie pública y privada del país. La materia prima esta, por así decirlo, en la atmósfera. Es la historia, la
idiosincracia, la cultura, el Caribe y hasta las "fatales" 90 millas que nos separan de Estados Unidos; todo ejerciendo su influjo sobrecogedor con una presión poco menos que insoportable.
El caso del niño Elián González es tan sólo el más reciente y "sonado" de los ejemplos. También, en otro ángulo, tenemos la avioneta pilotada por un individuo de origen vietnamita, que burlando la seguridad aérea que tan
insistentemente desafía a los aviones "invisibles e inteligentes" de la Fuerza Aérea norteamericana, sobrevoló la capital el 1 de enero y dejó caer miles de volantes subversivos. Es decir, en apenas poco más de un mes -si tomamos como punto de partida el
naufragio de la embarcación de Cárdenas donde viajaba el niño-, hay dos testimonios que, si se ponen al trasluz, evidencia: 1) El afán de los políticos por actualizar su discurso; 2) La pobreza conceptual del mismo, que conduce a la sobredimensionalización
de sus soportes o argumentos; 3) El desfasaje de éstos con respecto a la realidad, y 4) El deterioro y la banalización de la ideología que se delata, en primera instancia, por una adjetivización exagerada y la repetición goebbelliana de sus supuestas coartadas.
Moraleja: Siempre hay evidencias. Esa es, por así decirlo, la regla. Pero éstas no siempre evidencian lo que aparentan ni lo que, en su voluntad de seducción, quieren los políticos que evidencien. Los políticos, ese espécimen que se caracteriza por
temerles, ocultarlas, destruirlas o inventarlas, según sus intereses, y que ignora ser él mismo la principal.
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