El peor de los destinos
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, 6 de enero - Lo último que se me ocurre desearle a mi peor enemigo es que se muera en un hospital a fin de año en Cuba. Seguro que se morirá sin que lo atienda un médico.
A esta conclusión llegué cuando conocí del desafortunado fin de una anciana amiga fallecida el día de año nuevo. La desdichada señora ingresó en el Hospital Ortopédico del Vedado, Fructuoso Rodríguez, el 29 de diciembre a causa de
una fractura de cadera. Fatal. Los contratiempos no cesaron al llegar al hospital, sino que aumentaron desde el Cuerpo de Guardia cuando la técnica de rayos X le ordenó a la hija de la enferma que la acompañó: Mire, si usted no la carga y la pone sobre la mesa del
aparato no le podré sacar la placa.
A causa de la fractura de cadera tuvo que ser operada, y para no faltar a la verdad la intervención fue un éxito, pero hasta ahí. El día 30 a pesar de ser la única paciente en una sala sólo contó con una fugaz visita del médico, y no del
que la operó. El 31 amaneció peor. La enfermera no se molestó en tomar la presión arterial ni otros signos vitales, y al reclamo de la hija de la anciana apareció el clínico de guardia para asegurarle que los temblores de la paciente se debían a los
efectos de la anestesia y que ya se le pasaría.
En horas del mediodía último del año, al agravarse el estado de la enferma por las convulsiones, se llamó al clínico a pedido de la hija ya muy preocupada, el que determinó entonces llamar a un neurólogo, que no pudo venir por atender a otros
casos en un hospital cercano. Nunca llegó. Fatal.
En las primeras horas de la mañana del primer día del año falleció la anciana paciente, y el médico que apareció entonces dictaminó que la causa fue un paro respiratorio por bronconeumonía que desarrolló la enferma.
¿Por qué en 24 horas no fue atendida a pesar de la delicada situación clínica que sufría? ¿Pudo evitarse ese fallecimiento? Hoy ya no hace falta lamentarse. No tiene remedio. Una familia se duele de una pérdida entrañable.
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