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Agosto 31, 2000



Líder del diálogo

Soren Triff. Publicado el jueves, 31 de agosto de 2000 en El Nuevo Herald

Ahora que se habla de líderes y de diálogo es bueno recordar al último líder y el último diálogo en el que participó, hace cuatro años este mes. Me refiero al debate entre Jorge Mas Canosa y Ricardo Alarcón por la televisión.

Es importante recordarlo. Por primera vez los opositores al gobierno tenían una tribuna en igualdad de condiciones para decirle al régimen algunas verdades que hemos mascullado en silencio durante más de 40 años frente a la opinión pública internacional.

Nunca antes el gobierno había accedido a este tipo de enfrentamiento. Para los exiliados, fue una de las actividades más audaces de los últimos años, pues rompió con el dogma de que nadie se podía sentar a una mesa a conversar con el régimen porque eso significaba rendirse a la dictadura.

Mas Canosa mostró que era posible sentarse sin perder dignidad, sin olvidar una sola letra de las verdades. Entabló un juicio moral a la dictadura, que condenó irremediablemente al régimen. Pero mostró algo más: que se puede ganar en el debate, en el enfrentamiento civilizado, en el diálogo.

Ni a la derecha ni a la izquierda les gusta recordar a este Mas Canosa porque no se acomoda al estereotipo del cacique cavernario de la izquierda ni del héroe patriótico de la derecha. Ninguno de ellos puede aceptar al Mas Canosa líder, al arriesgado, al visionario, al pragmático, al que era capaz de cruzar las líneas del territorio seguro para internarse en el terreno desconocido y salir triunfante.

Prefieren al cacique vociferando y dando puñetazos en el escritorio ante un micrófono o al héroe que critica retóricamente al enemigo con las frases grandilocuentes nacionalistas, y los recursos populistas para hacernos sentir cómodos con nuestra inercia, y justificar nuestra inacción. El héroe es una figura muy conveniente; se sacrifica solo y su acto no obliga moralmente al hombre común a seguir su ejemplo. El líder, por el contrario, nos conmina a tomar partido, a seguirlo, a internarnos con él en lo desconocido, algo que los anacrónicos guardianes del dogma del exilio no pueden soportar. Por primera vez, además, el debate permitió a la generación de Mas Canosa, los que eran adolescentes o jóvenes adultos en 1959, la oportunidad de enfrentarse en condición de igualdad a Fidel Castro. Hasta ese entonces esa generación sólo participó como carne de cañón en la pelea fratricida de sus padres. Realmente esa generación no tuvo oportunidad de elegir a su enemigo, ni la pelea, ni el terreno, ni a los aliados, ni las armas de combate. Cuando abrieron los ojos al mundo, Fidel Castro, el revolucionarismo, las calles y campos de Cuba, los norteamericanos y la violencia era el único modo aceptable de lucha escogido por sus padres. Mas Canosa, intuitivamente quizás, ayudó a cambiar esa situación.

Mas Canosa, por supuesto, tuvo que pagar un precio cada vez que sacaba a la Fundación Nacional Cubano Americana del esterotipo de organización conservadora. El mismo cuenta su diálogo con Jesse Jackson y César Gaviria. En un esfuerzo por hacerse un lugar en el escenario internacional donde Castro primaba, Mas Canosa no tuvo miedo de dialogar con el otro. Y él recuerda que lo llamaron comunista, en un escrito de 1994 para explicar sus acciones, titulado El final se acerca.

Pero Mas Canosa insistió. Durante las elecciones del 92, cuando el presidente George Bush no quería firmar la Ley Torricelli, Mas Canosa asaltó audazmente la tradición republicana exiliada y la propuso a Bill Clinton. El candidato demócrata prometió firmarla y ese diálogo obligó al presidente Bush a adoptarla. Nadie quiere recordar eso ahora. Nadie ahora sería capaz de proponer una nueva agenda hacia Cuba y presionar a los candidatos presidenciales --el momento es ahora-- para obtener una actitud positiva norteamericana hacia la Cuba que se despierta entre los escombros del castrismo.

Finalmente, como parte de esa misma estrategia de diálogo para encontrar nuevos escenarios donde influir en la opinión pública internacional, aceptó el debate con Alarcón. Nuevamente algunos de los ``padres de la patria del exilio'', que andan hoy por la Calle 8, le dijeron comunista.

Nadie quiere recordar al líder del diálogo. Nadie quiere recordar que él fue capaz de hablar con el ``tercero'' de Castro. Pero yo no lo voy a olvidar. Ese mérito no es de nadie, sino de Mas Canosa; es su definitiva acción redentora. La actitud que nos libera simbólicamente de nuestras taras nacionales de dogmas, violencias, heroísmos y martirios. Mas Canosa contribuye a devolvernos, con ese gesto, nuestra modernidad.

Voy a recordarlo, porque el futuro pasa por el diálogo con el que no piensa como nosotros. El futuro pasa por el liderazgo que nos conmina a entrar con él en territorio desconocido.

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