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Agosto 28, 2000



Humor cubano

Pedro M. Gonzalez. Publicado el lunes, 28 de agosto de 2000 en El Nuevo Herald

Durante los primeros años de la década de los 90, la prensa oficial cubana se quejaba de que existía una crisis en el humor a nivel nacional. Nada más lejos de la realidad, pues el cubano encuentra humor en las situaciones más difíciles, a veces incluso en las que no debiera.

Recuerdo que cuando un día se anunció que sería necesario ir al trabajo en bicicleta, en lugar de quejarse muchos simplemente comenzaron a reírse de cómo lucirían otros, quizás un poco obesos o mayores, sobre dicho artefacto.

Desde el mismo comienzo de la revolución, el gobierno, consciente de que bromeando se dicen las mayores verdades, impuso una rígida censura a los humoristas, que se tienen que conformar con hacer caricaturas de otros presidentes, pero nunca de Castro. No obstante, y a pesar del temor a hacer chistes contrarrevolucionarios delante de muchas personas, el gobierno jamás ha podido controlar el ingenio popular.

Así, en los mismos comienzos del reinado de Castro, cuando creó una ley según la cual en Cuba no se paga por el entierro, el pueblo preguntaba con ironía: ¿Cuál es el colmo de un gobernante? R. Matar a un pueblo de hambre y darle el entierro gratis. Pero aunque creamos lo contrario, la habilidad de crear chistes en medio de gobiernos represivos no es única de los cubanos.

Aun bajo el reino de terror de Hitler, los alemanes, asombrados y complacidos con la huida de Rudolph Hess al Reino Unido en 1942, comentaban lo mal que estaba el Tercer Reich cuando el segundo hombre al mando era el primero en largarse.

Quizás porque en un momento determinado llegó a controlar una gran parte del planeta, por ser sus políticas tan risibles y sus consecuencias tan similares donde quiera que se aplican, el comunismo, o socialismo, como algunos prefieren llamarle, ha sido una fuente inagotable de chistes políticos que muchas veces superan las fronteras de una nación sometida y fácilmente se pueden aplicar a la realidad de otra en iguales condiciones.

Así, cuando un ruso preguntaba: ¿Qué come papa y mide 100 metros? R. Una cola en un mercado de Moscú, el chiste se puede aplicar a la situación cubana si se cambia la papa por el arroz y Moscú por La Habana.

Sin embargo, la queja de la prensa cubana tiene fundamento. Ni en la televisión ni en los pocos diarios de la isla se pueden hacer chistes que pongan en duda el valor de una política o personalidad oficial.

Si alguien es sorprendido haciendo una broma sobre el comandante, puede ser procesado por desacato. Por suerte ningún soplón me escuchó contar uno de los chistes que más me gusta sobre su persona.

El máximo líder fallece y un equipo médico va a realizarle la autopsia. Cuando realizan un corte en el pecho sale excremento, por lo que el jefe del equipo manda a parar la operación: "Ya sabemos la causa de su muerte, derrame cerebral''.

Después de la caída de la Unión Soviética y el resto del campo socialista, era "legal'' hacer chistes con los productos que venían de estos países, y el mismo Castro dijo en un discurso que posiblemente las Girón VII, (autobuses cubanos que caminan con motor soviético) se llamaban así porque hacían siete kilometros por galón de gasolina, sin ponerse a pensar que había sido precisamente él quien había provocado que en la isla solamente se utilizaran motores fabricados en el bloque soviético.

A partir de ese momento ya nadie se escondía para llamar aspirinas a las mencionadas guaguas, que según el ingenio popular, aliviaban algo el problema del transporte, pero al igual que las referidas pastillas, no lo curaban.

Sin embargo, unos años antes, cuando al comediante Enrique Arredondo se le ocurrió amenazar a un niño con ponerlo a ver los muñequitos rusos si se portaba mal, el chiste por poco le cuesta el puesto, a pesar de que todos conocían que las mencionadas caricaturas eran todo un castigo.

Conozco el caso de un balsero de los años 70 que, recogido por un barco soviético en alta mar, se le ocurrió llamar a sus "salvadores'' por el nombre que todos conocían a los rusos en Cuba, es decir, "bolos''. Su interrogador en Villa Marista le soltó una bofetada para que aprendiera a respetar a los "compañeros soviéticos''.

Pero a pesar de que ya se pueden criticar los productos fabricados en la era soviética, si anda por La Habana no se atreva a compararlos con el sistema en que fueron construidos. Cuando un chistoso le pregunte en qué se parecen las Berjovinas (pequeña moto soviética muy ruidosa) y el comunismo, no se le ocurra decir que ambos hacen mucho ruido y avanzan poco. La gracia le puede costar cara.

© El Nuevo Herald

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