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Agosto 7, 2000



El poder de los gobernados

Ariel Hidalgo. Publicado el lunes, 7 de agosto de 2000 en El Nuevo Herald

Innumerables vaticinadores de la diáspora cubana sobre el acontecer de la isla, ya sea con pronósticos místicos o económicos, se han estrellado con la realidad y sólo la mala memoria ha venido una y otra vez a salvarlos del ridículo. Pero la reiteración en el fracaso tiene una sola respuesta: el total desconocimiento sobre la esencia de esa realidad y, en consecuencia, una línea de acción condenada al más rotundo fracaso.

A los que medran del error, los que atinan con sus desatinos y adoptan el discurso equivocado conscientes del desacierto, pero buscando acertar en lo que realmente desean, no hay que convencerlos, porque ya lo están. Pero a los cubanos de buena voluntad les vendría bien conocer y meditar palabras del líder de la Corriente Socialista Democrática, Manuel Cuesta Morúa, cuando de paso por Miami habló en el auditorium de West Miami, de varias ``claves'' para comprender lo que estaba ocurriendo en la isla. La más importante de ellas, a mi juicio, fue ésta: ``La evolución de la sociedad cubana poco está teniendo que ver con el discurso oficial, poco está teniendo que ver con la voluntad del gobierno cubano''.

Tal declaración podrá ser inaceptable para quienes, viviendo en la mentira, se conmocionan al escuchar la verdad y la rechazan con la misma pasión con que lo haría un fiel creyente ante el sacrilegio y la herejía. Pero a partir de ella, dejando a un lado la pasión --si esto fuese posible--, se llegaría a importantes conclusiones.

La primera sería ésta: que muchas de las medidas dictadas por la cúpula gobernante fueron forzadas, a contrapelo de sus deseos, desde la base, desde el pueblo. Y he aquí sólo unos pocos ejemplos: en medio de la aguda crisis económica, mientras arriba se resistían a aceptar la circulación del dólar, abajo ya de hecho se había impuesto. No pudiendo encarcelar a medio pueblo, procedieron a legalizarla. Lo mismo ocurriría con el cuentapropismo, lo cual se vio más claramente con los restaurantes domésticos. Como llegó un momento en que no había barrio cubano sin algún ``paladar'' clandestino, tuvieron que poner fin a su prohibición. También, pese a las declaraciones oficiales condenatorias contra el llamado ``mercado libre campesino'', tuvieron finalmente que oficializarlo. Algo muy semejante ocurrió en el campo de la cultura y la política. Tan evidente se hizo la influencia de la Iglesia Católica en un amplio sector de la población, incluso tantos militantes del partido gobernante asistieron a las iglesias, que fue prudente hacer a los religiosos algunas concesiones, entre ellas el derecho a entrar en sus filas. En realidad ya estaban dentro. Tampoco se pudo ejercer el mismo control de censura en películas, teatros y publicaciones --todas oficiales-- por el nivel crítico tan generalizado, y quien viaje hoy a Cuba se sorprenderá de una población que, lejos de ser censurada, es ella quien censura abiertamente en las calles los dislates oficialistas.

Hubo mayor tolerancia con la disidencia: menos sentenciados y más bajas condenas, para redundar en una dramática disminución del número de presos por motivos políticos. A diferencia de los miles de opositores repartidos en innumerables prisiones en los años 70, hoy todos cabrían en una sola galera de la antigua prisión de La Cabaña. Esto recuerda los últimos tiempos del franquismo que Adolfo Martín Villa, dirigente del sindicato oficial de estudiantes, describió muy bien en sus memorias, palabras citadas recientemente por el historiador Javier Tusell durante una conferencia en Miami: ``Nosotros, que éramos dirigentes del régimen, nos dábamos cuenta de que la sociedad iba por un lado y nosotros por otro. Nosotros no nos sentíamos legitimados a dar órdenes a la sociedad. Más bien lo que teníamos era complejo de inferioridad ante ese cambio''.

Es intrascendente discutir hoy si se trata de espacio ganado por el pueblo o concedido --aunque a regañadientes-- por el régimen. Lo cierto es que el poder casi divino atribuido por muchos desterrados a su archiodiado adversario --buena contribución al culto a la personalidad de ese adversario-- es un mito, y por tanto poco importa la voluntad de cambio de esa élite a la hora de dialogar con opositores o realizar ella misma la apertura. Olvidan un principio fundamental: nadie gobierna sin el consentimiento de los gobernados.

Tampoco en España, Franco en vida habría podido evitar las últimas consecuencias de la transición. De ahí que sean comprensibles las palabras del filósofo Julián Marías sobre ese período: ``...la libertad creció en España como crece la yerba entre las rendijas de un patio enlosado''.

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