Enrique Patterson. Publicado el lunes, 7 de agosto de 2000 en El Nuevo Herald
El tema del embargo una vez más. Lo nuevo es que ahora la izquierda, partidaria del levantamiento incondicional del embargo, coincide felizmente con los capitalistas sin escrúpulos.
El bando del levantamiento incondicional usa a China o Vietnam bajo el argumento de que por qué con ellos sí y con Castro no, sin percatarse de que el reacomodamiento norteamericano con ambos países asiáticos es posterior al establecimiento de políticas de
mercado en ambas naciones. El otro bando no quiere eliminar el embargo hasta que todas las transformaciones económicas y políticas se hayan realizado idealmente, de modo que el levantamiento del mismo no influirá en algún momento en la aceleración de las necesarias
transformaciones.
Ambas posiciones convierten el embargo en un arma inútil. La exigencia de que el embargo no sea levantado hasta que no se cumplan todos los requisitos democráticos condena a los cubanos a ser rehenes del inmovilismo castrista y del propio embargo. Todos sabemos que, en vida de
Castro, jamás habrá elecciones libres y multipartidistas, libertad de prensa ni respeto íntegro de los derechos humanos. El carácter político y maximalista de las exigencias hace que, hasta que los cubanos del poscastrismo las realicen, serán víctimas
del embargo. No se contribuye así, en algún momento del proceso de cambios, a alentar espacios económicos y jurídicos capaces de facilitar las transformaciones democráticas y que, mientras tanto, beneficien económicamente a los empobrecidos.
La posición del levantamiento incondicional del embargo es ingenua y/o cínica. De ocurrir en este momento, Castro tendría acceso al financiamiento internacional, fondos con los cuales puede lanzarse nuevamente a su fracasado sueño de construir el socialismo. Sabedor
de que le queda poco tiempo biológico, le importa un bledo lo que suceda a largo plazo y, como es usual en él, usará los préstamos para reanimar artificialmente las empresas estatales, para donar obras en países del tercer mundo que lo hagan lucir mejor que en la
opinión de los propios cubanos y, claro está, en las fuerzas represivas. El dinero se evaporará sin tangibles resultados económicos que no sean un sorprendente aumento del nivel de vida de la nomenclatura nada acorde con sus salarios oficiales, como ya hicieron con la
multimillonaria ayuda soviética y con los préstamos otorgados por el Club de París, ambos impagados.
Si en estos momentos de estrechez económica el régimen tiene la desfachatez e incluso la demencia de movilizar a toda la población durante meses, para provocar un cambio en la Ley de Ajuste Cubano --algo que no ocurrirá por el momento, y que es atribución
exclusiva del Congreso norteamericano--; imagínense lo que haría Castro con los millones prestados, no importa si firma todas las cartas de intenciones requeridas. Lo menos que Castro desea es que a su muerte los cubanos comiencen a vivir mejor y hará todo lo que esté a
su alcance para evitar que eso ocurra. Una deuda multimillonaria podría ser una de esas vías, de modo que el pago de los préstamos caiga sobre el precio de los productos de primera necesidad, afectando a la mayoría de cubanos desprotegidos. De tal modo, como un muerto
presente, Castro estaría influyendo negativamente en la transición política y económica, convirtiendo la isla en un polvorín de desastrosas consecuencias no sólo para los cubanos.
Desde esa perspectiva, el embargo debiera ser levantado no cuando haya elecciones libres, sino cuando Castro se decida a entrar por el modelo chino, permitiendo a los cubanos, sin restricción alguna, tener negocios sin impuestos estranguladores y sin discriminaciones (¿por qué
a los extranjeros sí y a los cubanos no?); cuando permita que los cubanos se empleen libremente en las empresas extranjeras y cubanas sin usar el estado como intermediario; cuando los cubanos tengan acceso a los bancos para financiar sus propios negocios; cuando los campesinos cubanos, como
los chinos, puedan sembrar libremente y llevar los productos al mercado; cuando los deportistas puedan firmar con equipos profesionales sin que el gobierno los persiga o los esquilme y los profesionales puedan ofrecer sus servicios de forma privada. De ocurrir esto, el embargo es levantable. Castro
no tendría que renunciar a ser un vulgar dictador como Pinochet o Suharto pero, por el bien del país y de los cubanos, tendría que tener un ápice de cordura y buena fe, para estar dispuesto a dejar de ser Dios.
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