Llàtzer Moix.La Vanguardia Digital. 2000.08.04
Meses atrás publiqué aquí una nota sobre Elián, el niño balsero, con la secreta intención de no volver a escribir jamás acerca de un tema tan lamentable como sobado. Pero el regreso del niño a Cuba>, de la mano de su padre, y el
consiguiente jolgorio castrista me llevan a contravenir aquella intención. En especial, después de que Fidel condecorara al papá de Elián "por su fidelidad al país y por su estoicismo durante los siete meses que duró su batalla por devolver su hijo a <Cuba>"
(según leo en "Time"); y, también, por haber rechazado la tentación del exilio.
Comparto sin reservas el criterio que lleva a un gobierno a condecorar a uno de sus ciudadanos por haber desdeñado un soborno, una comisión o cualquier otro tipo de dádiva corruptora. Por el contrario, me entristece que ese mismo gobierno distinga a un súbdito por una
fidelidad que sólo se obtiene a base de estoicismo.
El estoicismo es una muleta filosófica de gran ayuda para circular por este planeta. Pero cuando el estoicismo es todo lo que espera un régimen de sus súbditos (cuando el nivel de aceptación y renuncia exigido a los ciudadanos es directamente proporcional al de
carencias del sistema político), la muleta estoica suele ir emparejada con el garrote policial.
En situaciones excepcionales, todo gobernante está legitimado para apelar al estoicismo de su país, como hizo Churchill cuando prometió a los británicos sangre, sudor y lágrimas. Pero, en circunstancias normales -en las que parece más conveniente premiar
la creatividad o la solidaridad de los paisanos, antes que su paciencia o su abulia (y no digamos su codicia)-, tal petición suena a recochineo.
Moraleja: dime qué pides a tus gobernados -en <Cuba o en el País Vasco- y te diré qué tipo de gobierno eres. | 