Emilio Ichikawa Morin. Publicado el viernes, 4 de agosto de 2000 en El Nuevo Herald
Los pueblos acumulan saber, pero cada uno lo concreta en formas intelectuales propias. Depende de su tradición, temperamento, carácter; Mañach sugirió que también del clima y Francisco Figueras que hasta de la alimentación. En su libro Cuba y su evolución
colonial llegó a insinuar que algunas de nuestras perezas espirituales tendrían que ver con una dieta pasada en carne de cerdo.
El pueblo hebreo conservó por generaciones su experiencia a través de versículos alegóricos; los japoneses utilizaron la analogía poética del haiku, mientras los alemanes optaron por la elaboración conceptual. Yo encuentro a los cubanos más
a gusto con la sentencia moral, el chiste simpático, el refrán.
Estas formas dispares pueden contener una sabiduría común. Por ejemplo, Freud concibió toda una teoría para una observación médica: los pacientes suelen compensar mitológicamente una carencia de realidad.
Pues bien, creo que a su manera el genio criollo realizó el mismo hallazgo: "Dime de qué alardeas y te diré de qué careces''.
Como la política es también un reflejo de la cultura, estos axiomas son útiles en el ejercicio de la crítica social. En vez de utilizar el elogio como licencia para objetar la falta de libertad bajo el castrismo, yo iría directamente a un cuestionamiento de
esos mismos logros con que alardea su propaganda: la salud, el deporte y la educación.
No me detendré en pormenores. Apenas señalo que la calidad de la salud pública cubana está en entredicho por la vida misma, por los constantes pedidos de medicinas al exilio, por el simple hecho de que los jerarcas del castrismo, cuando se enferman de veras, prefieren
tratarse en clínicas extranjeras.
Respecto al deporte, basta recordar aquella verdad que el difunto Bobby Salamanca se atrevió a decir y que paralizó a Eddy Martin y Héctor Rodríguez ante las cámaras de la televisión cubana: "Que Cuba gane muchas medallas no significa que en el país
se practique mucho deporte''.
Pero lo que me interesa desmitificar ahora es la educación. Para ello voy a referir la actitud que respecto a la de sus hijos asumen aquéllos que públicamente deben defender la calidad de la educación cubana. Si ésta fuera realmente tan buena, ¿cómo
explicar los esfuerzos de la "nueva clase'' por remediar fuera del sistema los defectos de la educación básica obligatoria que reciben sus hijos y sacarlos del país para que realicen estudios de grado y postgrado en las universidades del primer mundo?
Para los funcionarios castristas, incluso para la propia familia Castro, una cosa es la educación precaria que se le ofrece a lo que consideran "vulgo cubano'' y otra bien distinta el porvenir de la parentela. El jet set del castrismo estará listo para exhibir flamantes títulos
de graduación en una hipotética pero igual inevitable Cuba postcomunista.
Como la educación es obligatoria y, por demás, hay que cubrir las formalidades, los "pioneros de papá'' tienen que asistir a la escuela. Pero son retirados invariablemente al mediodía.
Así, los alimentan mejor, los libran de la patriotería fútil, del ocio deformante y, lo más importante, les ofrecen una educación complementaria que a largo plazo les resultará fundamental. Los nuevos ricos contratan institutrices y mentores privados que
enseñan a sus hijos el golf, el juego de bolos y los entrenan en el tenis; los instruyen en la equitación, el uso de cubiertos, los modales de salón y vestir de etiqueta; también el piano, el ballet, los idiomas.
Es decir que, por unos poquísimos dólares, la nueva clase consigue para sus hijos una educación selecta que desmiente, de facto, este punto de la propaganda castrista. Se sabe hasta de sedes extranjeras que expiden certificados que homologan en los países
desarrollados. Algunos piensan que, por ventajas como éstas, se pueden soportar unas decenas de discursos y marchas más.
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