LA HABANA, Cuba.- Nació en el conocido barrio de Jesús María pero, al poco tiempo, sus padres se mudaron para la no menos famosa barriada de Belén, en la Habana Vieja. Actualmente vive en Atarés y, desde el 2009, es abanekue de un “juego” abakuá de Los Pocitos, en el municipio de Marianao.
Es muy joven y, en consecuencia, su nombre aún no resuena en el mundillo de las artes en Cuba pero Hugo Curet Acosta, el pintor abakuá, ha comenzado a hacer historia mientras atrapa con sus pinceles ese pedazo de tradición que, por secreta, mística, de raíz negra y no occidental, aún padece los estragos del prejuicio y del racismo.
Según él mismo afirma, se introdujo en el mundo abakuá luego de leer a Fernando Ortiz: “Al principio solo pintaba el símbolo abakuá, que son los Iremes, lo que la gente comúnmente llama los diablitos, pero después de leer a Fernando Ortiz comencé a descubrir cosas, como que el abakuá no lo compone el Ireme solo, es decir, que es un símbolo que está ahí pero no lo compone solo él. Hay plazas, hay piezas, hay rituales y todo eso fue influyendo en mí hasta que llegó el día en que me presenté y llegué a jurarme, a pertenecer a la secta como a los dos años de haberme presentado”.
La ambición de Hugo Curet, más como ser humano que como artista, es retratar el universo religioso donde él vive y mostrar que los abakuá nada tienen que ver con esa imagen negativa que ha sido generada por el desconocimiento y afirma: “Soy abakuá y quiero aportarle algo a mi religión. Se asocia a los abakuá con la violencia, y eso no es cierto. Abakuá es un grupo religioso, y la esencia del abakuá está en sus piezas, en sus rituales, en la hermandad pero no tiene nada que ver con la pérdida de valores. Una de las cosas que nosotros exigimos es esa, los valores humanos que debe poseer una persona (…) Nosotros exigimos a los hombres que quieren integrarse a las potencias, a mi potencia o a las demás, les exigimos los valores, resumidos en las normas que nosotros tenemos (…) Yo tengo hermanos de la secta que son médicos, músicos, pero al igual que no debemos ser problemáticos tampoco podemos ser cobardes. Tenemos que enfrentar los problemas en su tiempo y en su espacio”.
La obra de Curet Acosta, sin revelar el lado secreto de los abakuá (prohibido al profano, a las mujeres y a los homosexuales), recrea las ceremonias, también los cultos de Ocha, el Palo Monte.
“Yo pinto hasta donde puedo de esta religión. Hay cosas sobre las cuales no puedo pintar porque son secretas, pinto lo que todos pueden ver (…) Reconozco que somos machistas y que rechazamos a los homosexuales pero eso no quiere decir que seamos violentos contra ellos. Son normas ancestrales”, comenta el artista.
Rehuyendo de ese simbolismo con que usualmente se han trabajado los temas abakuá en la plástica cubana, apelando a un discurso realista, a las técnicas del retrato y con evidente influencia de la pintura mural, la obra de este joven “soldado de la potencia” apuesta por el lado más humano del arte y por la reivindicación de algo que considera más que religión o cofradía sino un verdadero ejemplo de cultura de la resistencia.