CIUDAD PANAMÁ, Panamá. — En recientes declaraciones a la cadena ABC News, Josefina Vidal, la funcionaria gubernamental que encabeza las negociaciones por la parte cubana para la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, reiteró la urgente necesidad de inversiones extranjeras que tiene la Isla, las cuales solo podrán tener efecto “una vez que se levante el embargo”.
Es sabido que el régimen de la Isla aspira a controlar los beneficios de dichas inversiones, sin modificar un ápice el modelo “comunista” establecido en base al monopolio estatal de la economía, razón por la cual muchos analistas han sugerido que quizás la actualización del modelo cubano que ha estado implementando el General-Presidente cubano –con escaso o nulo éxito– se inspiraba en los modelos chino o vietnamita.
Sin embargo, en la entrevista concedida a ABC News, Josefina Vidal acaba de colocar, como al descuido, una interesante frase que revela las nuevas fuentes de inspiración que busca el tardocastrismo en su afán de conservar a la vez el poder político y el control económico: “Hemos estado estudiando lo que un pequeño país como Singapur ha estado haciendo… pero en resumen, que va a ser un modelo cubano”.
En rigor, habría que empezar por establecer que tal “modelo cubano” no existe ni ha existido nunca, salvo que así pueda llamarse a la caótica (y catastrófica) secuencia de experimentos y planes fallidos que en medio siglo llevaron a la ruina total a una de las economías mas saludables de Latinoamérica. De hecho, el fracaso de la adaptación de modelos económicos importados es un fenómeno de vieja data en Cuba. Baste recordar el ejemplo más conspicuo: la adopción del modelo ruso-soviético, no solo en la centralización extrema de la economía, sino también en la parcelación social y en el orden político.
Pero no deja de resultar cuando menos interesante que el Palacio de la Revolución haya puesto ahora sus miras, como modelo a imitar, en un pequeño estado insular donde –contrario al caso cubano– se ha producido un verdadero milagro económico desde 1959, que en relativamente poco tiempo ha colocado a Singapur entre las naciones con más altos ingresos por habitante, con elevados estándares en materia de salud, educación, esperanza de vida y otros parámetros indicadores de un desarrollo robusto y sostenido, a partir del establecimiento de una economía de mercado; y donde, a la vez, existe un régimen político en el que se entremezclan la democracia parlamentaria y un autoritarismo que coarta y reprime las libertades cívicas y vulnera los derechos humanos. Justamente es este último detalle el que entusiasma a los Castro y comparsas.
¿Un Singapur antillano?
La desesperante lentitud de los procesos de cambios en Cuba responde no solo a la capacidad que tiene el gobierno/estado/partido único, en su carácter totalitario, de establecer a su propia conveniencia el ritmo y calado de las reformas, sino también a su imposibilidad de asimilar transformaciones económicas más profundas sin riesgo a perder el control político.
La experiencia de la “apertura” al sector autónomo de trabajadores por cuenta propia, que en poco tiempo propició el auge de numerosos –y relativamente exitosos– pequeños comercios familiares (suprimidos por las autoridades tan pronto comenzaron a prosperar), demuestra que el gobierno no tiene la menor voluntad de permitir el surgimiento y consolidación de una nueva clase media capaz de escindirse del control político gubernamental. A la vez, el experimento permitió comprobar que los cubanos son capaces de generar su propio bienestar al margen del Estado y a pesar de todas las limitaciones que encorsetan su desempeño.
Ergo, mientras el sector “cuentapropista” constituye un peligro potencial para el control absoluto del gobierno, este a su vez constituye un freno para los cubanos emprendedores que aspiran a mayores libertades económicas. Una contradicción de base puramente política que mantiene el estancamiento actual de la economía y que explica por qué los cubanos están legalmente excluidos de los planes inversionistas dentro de su propio país. Y es que el gobierno le teme más a los cubanos con poder económico que al falso fantasma imperialista que han esgrimido como enemigo por medio siglo.
Ahora bien, si el régimen de los Castro y su cohorte de consejeros económicos han puesto ahora sus miras en el milagroso Singapur como modelo adaptable a la realidad cubana, vale apuntar algunas cuestiones generales que marcan importantes diferencias entre aquella nación y Cuba, y que sugieren que tampoco esta será una vía plausible para el régimen de La Habana.
En primer lugar, porque en Singapur funciona una economía de mercado bien desarrollada y diversificada, con énfasis en el comercio y en la industria manufacturera, con una sólida infraestructura fabril y portuaria que hizo emerger al país desde la pobreza hasta la envidiable posición que hoy ocupa entre las naciones más prosperas del planeta, en Cuba toda la infraestructura desarrollada en el pasado republicano, gracias a las libertades económicas de los cubanos, fue arrasada por el régimen que todavía detenta el poder.
En segundo lugar porque, más allá de la falta de libertades políticas plenas, en Singapur existe multipartidismo, aunque el Partido de Accion Popular se haya mantenido en el poder desde 1959 y haya ganado todas las elecciones desde la independencia definitiva del país, reconocida en 1965.
En un tercer lugar, es preciso recordar que el fuerte capital privado incluye en esa nación esferas tan importantes como la educación y la salud, que en Cuba son monopolio absoluto del Estado y constituyen la columna vertebral de su sostén ideológico, al que no renunciaría el de buen grado el régimen.
Y en cuarto lugar habría que considerar cuestiones de índole cultural, propias de aquel país cuya población –eminentemente formada por inmigrantes– pertenece a diferentes etnias, con predominio de las de origen chino, aunque incluye inmigrantes malayos, indios, y en menos medida europeos y latinoamericanos. Se estima que mas del 40% de la población de Singapur esta formada por extranjeros.
La fórmula mágica
Cuba, por su parte, mantiene una economía centralizada, estancada y cerrada, y un régimen político monopartidista. Sin embargo, al contrario que Singapur, la nuestra es una nación que ha venido de más a menos, y cuyo pasado capitalista –pese a sus imperfecciones– constituye el referente de prosperidad que se venido reevaluándose en el imaginario popular. En Cuba, una nación del mundo occidental, con una sola etnia y cultura, que se ha mantenido integra tras más de medio siglo de emigración creciente e incesante, la introducción de un remedo del modelo singapurense marcaría irremediablemente el fin del régimen comunista.
Así, mientras el tardocastrismo prolonga la agonía de todos –incluyendo la suya propia– y espera tener todos los cabos atados antes de dar el primer paso liberador de la economía, sigue buscando desesperadamente una fórmula mágica que le permita el milagro de abrir la represa de la economía sin que se derrame el agua de las libertades.
Singapur parece ser la nueva esperanza blanca de la dictadura. Pero lo que en su momento funcionó para China, cuando Deng Xiaoping tomó el ejemplo de su pequeño vecino insular, no es aplicable a Cuba, tanto por nuestra propia idiosincrasia como por las tradiciones seculares arraigadas, que han llevado al éxito a una parte importante del 20% de la población cubana, que hoy vive en libertad en la emigración y que actualmente constituye el segundo renglón económico más importante de los ingresos en divisas de la Isla.
Por el momento en General-Presidente sigue buscando inversores extranjeros para echar a andar el experimento asiático en Cuba. Después, tendrá que comprar singapurenses.
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