LA HABANA, Cuba -Roberto es un joven de 33 años de edad que tras la reforma migratoria, no dejó de acariciar la idea de conocer otras tierras ajenas al entorno hostil que lo rodea. A diferencia de muchos de sus conocidos, que han logrado tomarse una foto en la Puerta de Alcalá, en Madrid, o de visitar la más hermosa de las catedrales, en Santiago de Compostela, él decidió orientarse hacia sur América.
Con muchísimo esfuerzo personal y con la ayuda de un amigo, logró pagarse un viaje de vacaciones a Ecuador. Desde hace tiempo le martillaba la idea de conocer de cerca ciudades como Quito, Guayaquil, o procesos políticos como la Revolución Ciudadana que se desarrolla en ese país. Después de realizar todos los trámites, bajo muchas tensiones, obtuvo su visa.
El pasado 8 de julio se encontraba en la terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí, en compañía de su madre y su esposa. Tras pasar por el chequeo, entregar su equipaje y pagar los 25 CUC de estancia en aeropuerto, bajo la mirada vigilante de un oficial del Departamento de la Seguridad del Estado (DSE), se despidió con la esperanza de un pronto reencuentro con los suyos.
Al llegar a la frontera de la aduana y listo para emprender el vuelo, presentó su pasaporte a la funcionaria de la Dirección de Inmigración y Extranjería. A los pocos minutos, ella solicitó auxilio de otro funcionario para comunicarle que no podía viajar, pues estaba “regulado” por su ministerio. Incómoda sorpresa se llevó Roberto al escuchar tal decisión policial de última hora.
Roberto González Ibáñez es médico y desde hace 9 años se desempeña como especialista en Medicina General Integral e Intensiva emergente en el Hospital de Emergencia Freyde de Andrade, en el municipio de Centro Habana: “En ese momento no entendía nada –me dice-, se me comunicaba fríamente que estaba regulado por el Ministerio de Salud Pública y que no podía viajar. Pedí varias veces una explicación, y no me dieron respuestas que me convencieran”.
Roberto asegura, además: “Yo no formo parte de la política de cuadros, no soy parte de ninguna elite médica comprometida y tampoco he formado parte de la llamada diplomacia médica. Tengo entendido que ahora mismo solo están regulando en la comunidad médica a quienes ocupan cargos importantes en el ministerio, como directores de hospitales, jefes de sala, o a quienes trabajan en instituciones terciarias como el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kouri, el Hospital Hermanos Amejeiras, y centros de investigaciones como el CIREN. Pero la presencia en el aeropuerto del agente Yordan, del DSE, me hizo entender que detrás de todo estaban las malas intenciones de mutilarme la vida por motivos políticos”.
Roberto está casado con Jennifer Fonseca Padrón, actual coordinadora nacional de la Red de Bibliotecas Cívicas Reinaldo Bragado, una plataforma de comunicación dentro de la sociedad civil emergente, que enfoca su radio de acción hacia la movilización de recursos informativos en soporte gráfico y digital en la comunidad. La joven pareja se casó recientemente, pero desde que eran novios su relación ha estado bajo la nada discreta vigilancia de la policía política, debido al activismo militante de ella.
Jennifer nos cuenta: “Desde que nos hicimos novios, sentimos que nuestra intimidad está bajo control policial. Roberto ha vivido todas las presiones, que van desde acoso telefónico, chantaje emocional, visitas continuas de los agentes de la seguridad Yordan y Diego a su centro laboral, intento de reclutamiento como informante, presión sobre su familia y sobre él para que influya en mis preferencias políticas, u operativos policiales alrededor de la sede de la Red. Las amenazas se traducen en que si él no controla mis acciones, las consecuencias también las va a sufrir su familia”.
La Ley de Reforma Migratoria continúa penalizando la movilidad social de los cubanos, tanto dentro como fuera de la Isla, y la “política de regulación” sigue siendo un castigo, una de las máscaras utilizadas por el poder militar para impedir a ciudadanos cubanos la entrada o salida del país. Roberto y Jennifer son parte de esa legión de jóvenes que siente que sus sueños han sido confiscados, y se preguntan: ¿por qué no podemos viajar como todo el mundo?